Me llamo Mª Lourdes Palau y llevo casi 30 años trabajando como matrona. Soy madre de 4 hijos.
A lo largo de estos años de profesión, atendiendo a cientos de madres, he llegado a una profunda convicción: mi convencimiento total de que los niños que llegan tras un embarazo inesperado es decir, que no son buscados ni deseados en su inicio, pueden ser muy felices y hacer felices a sus padres y familiares, si son finalmente aceptados.
O sea, que más que hablar de niños deseados o no, debemos hablar de bebés aceptados o no.
Por mi experiencia veo que esta aceptación suele ocurrir a lo largo del embarazo, como muy tarde en el 4º o 5º mes, casi siempre cuando la madre escucha el corazón de su hijo o siente sus pataditas.
Estoy profundamente convencida de que un hijo es siempre, siempre, una bendición para la madre y para la familia que lo acoge. Insisto en que un hijo nunca, nunca, es una desgracia, venga en las condiciones que venga.
En todo caso será un problema con una solución. Y ante la duda de seguir o no un embarazo y acertar adecuadamente (en bien de la madre, del niño y de todos), debemos apoyar a la madre (a veces, bastan sólo unas pocas palabras), apoyarle y darle tiempo a que surja su instinto maternal y de protección hacia su hijo. Así evitaremos que se produzcan dos víctimas como mínimo: la madre y el hijo
En la vida hay un consejo muy valioso: “no tomar nunca decisiones graves o importantes de una manera apresurada, ni cuando estamos en desolación”. Así pues, podemos deducir fácilmente que una mujer en las primeras semanas de embarazo, por muchos motivos, como es el encontrarse mal o agobiada por tantas cosas, puede perfectamente no estar en condiciones de tomar decisiones drásticas y apresuradas y, por el contrario, sí ser muy sensible a nuestro apoyo y ánimo. Después nos lo agradecerá. No lo dudemos. Necesita tiempo para asimilar su nueva situación y verla positivamente.
Lo sé por experiencia
¡A cuántas madres he visto transformarse su semblante de angustia e indecisión en ilusión y felicidad en unos pocos días o semanas. Madres ilusionadas y felices que después del embarazo, con su bebé ya en brazos, me dan las gracias por haberles animado a seguir adelante y proteger así a su hijo. Ha sido una de las satisfacciones más grandes de mi vida. Son ya incontables.
Durante el embarazo y por supuesto después, ya como madres realizadas, yo no veo ninguna diferencia entre estas madres y las que buscaban un embarazo durante años. Su expresión feliz me lo confirma.
Tengo que reconocer que no siempre he pensado así
Aunque por la educación recibida nunca he estado a favor del aborto, durante mi formación como enfermera lo habría aceptado en “casos extremos”.
Sin embargo algo cambió en mí cuando, años después, realizaba las prácticas como joven estudiante de Matrona: tuve que atender a una mujer con un aborto espontáneo de 12 semanas, y cuando cogí con gran respeto, en la palma de mi mano, aquel minúsculo bebé de 6 cm, con unos pies y unas manitas del tamaño de una lenteja, perfectos sus deditos, y lo contemplé conmovida, mi admiración no tuvo límites ante tanta perfección en miniatura. Ya no podía hacer nada. Había fallecido, sin culpa de nadie.
Semanas después, asistí impotente al aborto espontáneo de unos gemelitos de unos 5 meses. Dos niños. Nacieron vivos y delante de mí agonizaron, largo tiempo, mientras abrían sus boquitas buscando el aire que no podían asimilar por su gran inmadurez… Mirándolos yo lloraba desconsolada, sintiéndome terriblemente impotente, y pensaba: si esto es tan terrible, siendo espontáneo ¿qué debe ser un aborto provocado, adrede y cruel?
Un año después, en 1985, ver la película de un aborto “en directo”, de 12 semanas (“El grito silencioso”) ya fue definitivo para mí.
Estas experiencias me marcaron y ya nunca más dudé de que haya que hacer todo lo posible por evitar esas tragedias.
Pues, aunque siempre hay un “duelo” ante la muerte de un hijo, ya sea fuera o dentro de la madre, este dolor se supera mejor si no hay sentimiento de culpa; pero el terrible Síndrome post-aborto, cuando la muerte del hijo es provocada, es muy difícil de superar, pues la madre se siente “madre” de ese hijo “ausente” por no haberle ella protegido, y muchas veces a lo largo de su vida lo recordará, con sentimiento de culpa.
Esas madres quedan muy heridas.
A nivel físico he visto muchas mujeres que luego no han podido ser madres de nuevo, han quedado infértiles o con abortos espontáneos de repetición.
Todas ellas quedan heridas en su psicología y, sobretodo, estoy segura, también en su alma.
Quiero contarles que en una ocasión, ya como madre, sufrí mucho ante un embarazo con predicción de que el bebé podía venir enfermo.
Recuerdo mi tremenda angustia y sufrimiento en ese momento, pero mi experiencia como matrona y mi amor por la vida, que ha ido aumentando a lo largo de estos años, y mi Fe (que, como creyente, me daba la certeza de que Dios nos ayudaría si llegaba esa dificultad), todo ello me ayudó a aceptar a mi hijo y amarlo y ayudarlo en todo lo que fuera necesario para que él naciera y fuera feliz. En ningún momento me planteé el aborto.
Ya nacido, sus primeros meses y años no fueron fáciles, tuvo problemas de salud y hubo momentos en los que incluso temimos por su vida. Esta experiencia dolorosa me ha servido para comprender muy bien a las madres que pasan situaciones parecidas.
Actualmente soy muy feliz (y él lo es, también) con mi hijo de 18 años que ha sido, y es, ¡una gran bendición para todos nosotros!
A lo largo de estos casi 30 años ejerciendo como matrona, a medida que aumentaba mi amor y respeto por las madres embarazadas y por sus bebés, he asistido impotente a un cambio lento y nefasto de mentalidad (en la sociedad, en el personal sanitario y también en las madres embarazadas), surgiendo una mentalidad muchas veces contraria a este respeto por cada vida humana, venga en las condiciones que venga….
Lo que hace 40 años era considerado como una aberración o asesinato (y sólo se daban casos aislados), con el paso del tiempo se ha ido aceptando, cada vez más, como algo habitual y sin demasiada gravedad. Se ha ido aceptando lo inaceptable.
Uno de los factores que ha predispuesto a esto ha sido el que muchas veces se ha querido esconder esta cruda realidad cambiando las palabras verdaderas por otros nombres erróneos, términos “suavizados”, que quieren disimular esta triste realidad.
La primera vez que me percaté de esto fue cuando, hace unos 25 años, recibí dos folletos divulgativos. Ambos folletos, y que recibí al mismo tiempo, eran bien distintos.
En uno, dirigido a futuros padres se hablaba del pequeñín engendrado, en términos de: “vuestro hijo”, “vuestro pequeño”, etc.
En el otro folleto, que trataba el tema de la Sexualidad para jóvenes, al hablar del mismo pequeñín se decía, refiriéndose a la posibilidad de Interrupción Voluntaria del Embarazo (no se nombraba la palabra aborto, sólo a veces IVE, porque “suena” mejor), se comentaba la posibilidad de “vaciar”, sacar el “contenido uterino”.
3
O sea, que según el interés, se pasaba de hablar de “vuestro hijo”, a hablar de “contenido uterino”. Como si dentro de la matriz de una mujer gestante pudiera haber a veces un hijo y otras veces “otra cosa”. Como si este pequeño fuera un quiste o similar.
Daba náuseas comparar ambos folletos y, por supuesto, este último fue directamente a la basura.
Hace años los partidarios del aborto decían que un embarazo podía ser “interrumpido” porque ese ser “sólo era un grupo de células”, y no un niño pequeñito. Así querían convencer a la sociedad.
Ahora ya no van con tapujos, pues todos podemos ver las fotografías y sabemos que es un bebé pequeñín, sin ninguna duda.
Ya no pueden engañarnos. Y, ni lo intentan…
Hace unos meses se publicaron unos artículos impresionantes.
Uno de ellos son las directrices a los ginecólogos del Reino Unido, en las que se indica que en los abortos de más de 21 semanas se debe realizar un feticidio antes de extraer el feto con el aborto. El feticidio se hará poniéndole una inyección “directa a su corazón” para matarlo directamente, y evitar así el riesgo de que pueda nacer vivo ya que eso no es lo que se pretende pues, si sobrevive y se deseara su muerte después, hay problemas legales a partir del nacimiento porque ya se le considera un ser humano con derecho a vivir.
Recientemente, en una revista inglesa (Journal of Medical Ethics), dos médicos pro-abortistas se atrevían a defender su postura de que “no nos engañemos, ya que filosóficamente no hay diferencia entre un feto dentro del útero y dos minutos después en que ya es un recién nacido”. Afirmaban que los mismos motivos que justifican un aborto valen también para eliminar al recién nacido, ya que éste no es aún una “persona real” porque no tiene conciencia de sí mismo. Y decían que estaría bien que la Ley permitiera matar a un recién nacido durante su primer mes de vida fuera del útero.
Yo me pregunto: ¿al mes ya sería persona? Y ya con ironía: ¿mes “lunar” de 28 días? ¿O mes “solar” de 30? ¿O de 31? ¿Quién establecería el tiempo exacto? Un día antes estaría amparado por la Ley que permitiera matarlo y un día después sería un asesinato.
A esto, dichos médicos ingleses lo llaman aborto posnacimiento (en vez de infanticidio que es como lo llamamos actualmente, o asesinato de un bebé, como diríamos en un lenguaje más común). Una vez más, ponen términos que confunden la realidad.
Otro médico inglés (Max Pemberton, que decía no estar en contra del aborto y que había participado en algunos) comentando este artículo tan discutido de estos dos médicos, reconocía en su escrito titulado “Decidiendo cuándo comienza el derecho a vivir”, reconocía tener malestar cuando se preguntaba a sí mismo ¿por qué la Ley protege a unos bebés sí y a otros no? ¿Por qué podemos matar a un feto enfermo, si aún no ha nacido, y no podemos hacerlo si ya ha nacido? Realmente, se preguntaba y nos preguntaba, ¿es tan aberrante, o, quizás no?
Y explicaba que, con frecuencia, puede darse el caso de que en el mismo Hospital un niño nacido prematurito, de 22 semanas, se esfuerzan los médicos por salvarlo, mientras al lado una mujer embarazada del mismo tiempo, está esperando la intervención del aborto para ser destruido. ¡Qué diferencia entre un niño y el otro!
Este médico reconocía que esto es “un laberinto moral y que con cualquier camino que tome me siento incómodo con la conclusión lógica”.
No es extraño ese malestar porque, aunque los hombres se crean “dioses” para decidir sobre la vida o la muerte de otros, en el fondo nuestra conciencia no se siente tranquila de decidir sobre la vida o la muerte de unos pequeños inocentes.
Si la mentalidad en un futuro va por este camino, habría que preguntarse: ¿quién tendrá el poder de decidir sobre la vida o la muerte?: ¿la madre?, ¿el padre?, ¿los médicos?, ¿los gobernantes?, ¿los sociólogos?, ¿los economistas?
Es una pendiente resbaladiza que sólo puede conducir al caos, al relativizar muchas vidas humanas. Pues, insisto, ¿quién decidirá qué ser humano con un determinado defecto, debe vivir o no? ¿Y, quién decidirá qué defectos o enfermedades, “sí” o “no”, pasen “la criba” y tengan derecho a vivir?
Si la madre quiere proteger y cuidar a su hijo y los demás no, ¿qué pasará?, ¿le arrebatarán y matarán a su hijo (como están haciendo en China), por intereses determinados, económicos, etc.? ¿Y si ella no puede, pero sus abuelos o unos padres adoptivos desean adoptarlo y cuidarlo, ¿se les permitirá?
Como matrona, muchas veces ante madres gestantes que quieren hacerse “todas las pruebas posibles” para ver la “calidad” de su hijo, les informo de que eso es una “utopía” porque ninguna de las pruebas que ahora existen, ni todas juntas, son seguras al 100% en su resultado y precisión.
Hay muchos errores, no sólo en lo referente a la salud del bebé, sino incluso en el cálculo de la semana de gestación…
Algunas veces les he dicho, que como son pruebas indirectas a través de la madre y que pueden fallar, ¿qué les parece si saliera una Ley que al nacer el bebé tuviéramos un mes de tiempo para hacerle pruebas en directo y, según el resultado, se decidiría si dejarlo vivir o no? Ante esa pregunta, tan cruda y fuerte, su sorpresa es grande y me miran con ojos muy abiertos y horrorizados: ¡Ah, eso no! ¡Nunca! Porque entonces ya lo vemos, ya lo conocemos y queremos.
Si por querer al bebé deseamos que éste viva, lo que hemos de hacer es quererlo, quererlo mucho, digo yo. Y eso, gracias a Dios, no es difícil. Preguntemos, si no, a una madre o a un padre con un hijo con cáncer u otra enfermedad grave si desean que viva más tiempo o no. ¿No están a su lado, día y noche, dándole mucho amor?
A veces me pregunto: ¿con el tiempo me seguirá siendo útil este argumento ante las madres preocupadas y seguiremos sintiendo un escalofrío ante esa posibilidad de desechar a un recién nacido si no es como lo hemos soñado? o, como ha pasado con el aborto en los últimos 25 años, ¿nos habremos ido acostumbrando?
Sería un nuevo nazismo, aceptado por muchos…
Dios quiera que no y que sea lo contrario: sentir un gran amor por cada vida humana que se nos regala como un “don”, y que puede vivirse en plenitud incluso con deficiencias, porque su dignidad es intrínseca y no cambia según las circunstancias.
Conocemos a muchas personas con diversas patologías que son muy felices y hacen felices a los suyos.
“Amar y cuidar al que sufre nos engrandece y nos hace más humanos” (Benedicto XVI).
Todo ser humano tiene derecho a amar o, por lo menos, a ser amado. Ahí está la grandeza y dignidad del hombre.
Respecto a lo Legal, no aceptamos un cambio en la Ley en el que se siga permitiendo el aborto por causas psicológicas o físicas de la madre pues, no nos engañemos, todos sabemos que es el gran “coladero” por el que en España se hacen la inmensa mayoría de abortos.
Aborto Cero
Nunca, por ningún motivo, bajo ninguna circunstancia, podemos justificar la muerte violenta de ningún bebé, de ningún inocente, dentro o fuera del útero materno.
¡NO a la muerte violenta de un sólo ser humano! ¡Nunca!
Ésta es mi opinión como matrona, como mujer, como madre.
María Lourdes Palau Fuster
Benicarló (Cs)