29 julio 2006

España: Más píldora del día siguiente y más abortos



La píldora se triplica, mientras sigue creciendo la tasa de abortos de menores de 19 años

Desde que en España se introdujo hace cinco años la "píldora del día después" el número de unidades distribuidas en hospitales y farmacias se ha triplicado: en 2001 fueron 160.000, mientras que en 2005 subió a 506.000. Al mismo tiempo, el número de abortos creció un 20%, y la tasa de abortos de menores de 19 años ha seguido aumentando y alcanzaba el 13,7% del total de abortos en 2004.


Los resultados no pueden ser más decepcionantes para la política sanitaria que presentó la píldora como el remedio seguro para reducir las cifras del aborto. Sin embargo, al dar a conocer estos datos, la ministra de Sanidad, Elena Salgado, no anunció ningún cambio de estrategia: sólo más de lo mismo. Se trataba de presentar la enésima campaña para fomentar el uso del condón, que tampoco ha resultado muy eficaz para prevenir enfermedades de transmisión sexual, ya que los casos declarados de sífilis pasaron de 700 en 2001 a 1.255 en 2005, y los de infección gonocócica de 805 a 1.174 en el mismo periodo.

Pese a la píldora del día siguiente, la tasa de abortos por mil mujeres ha subido de 7,66 en 2001 a 8,9 en 2004. Pero hay quien no se desanima. El doctor Ezequiel Pérez Campos, presidente de la Sociedad Española de Contracepción, declara que "si la píldora postcoital se usara todo lo liberalmente posible, las cifras de aborto deberían bajar" ("El País", 20-07-06). En concreto, propone que se entregue sin receta médica.

Sin embargo, un reciente trabajo publicado en la revista médica JAMA (293; 54, 2005) contradice esa presunción. Se incluyeron en el estudio 2.117 mujeres de entre 15 y 24 años, a las que se dividió en tres grupos: uno que podía adquirir la píldora en la farmacia sin receta médica; otro al que se le proporcionaban las pastillas por adelantado y un tercero en el que se les facilitaban tras la visita a un hospital o una clínica. En dicho trabajo, los autores comprueban, tras un seguimiento de 6 meses, que las mujeres a las que se proporcionaban las pastillas por adelantado, las utilizaban en un 37,4% de las veces; las que tenían libre acceso a las farmacias, en un 24,2%, y las que debían acudir a un hospital, en un 21%. Lo que llama poderosamente la atención es que, con independencia de estos porcentajes, los índices de embarazos y de enfermedades de transmisión sexual fueron similares en los tres grupos (ver Aceprensa 47/06).

Después de campañas de todo tipo para promover los preservativos y facilitar el uso de la píldora del día siguiente, los médicos que atienden a los jóvenes que van a pedir la píldora gratuita a los centros de salud constatan que lo que falta no es información, sino formación. Advierten una tendencia a subestimar los riesgos de determinadas conductas sexuales y una cierta banalización de la píldora postcoital y del aborto como solución.

Las jóvenes que van a pedir la píldora aseguran que en las relaciones han usado el preservativo y que se les ha roto o deslizado. Aunque pueden mentir, con esta explicación no sale muy favorecido el argumento sobre la eficacia del condón para prevenir el SIDA y evitar embarazos no deseados.

Tras la experiencia de estos años, lo que sin duda ha conseguido mejorar la píldora del día siguiente es la cuenta de resultados de los laboratorios farmacéuticos. Un resultado que no defraudará a la Sociedad Española de Contracepción.

ACEPRENSA


Adopcion Espiritual

La deriva del diagnóstico preimplantacional



La prensa española ha dado especial relieve al nacimiento en un hospital público de Sevilla de una niña, hija de un matrimonio que tenía alta probabilidad de transmitir la anormalidad genética que lleva a desarrollar la distrofia muscular de Duchenne. Esta enfermedad provoca la degeneración progresiva de los músculos. La niña nació sana. La técnica médica que permitió seleccionarla fue el diagnóstico genético preimplantacional, en combinación con los procedimientos habituales de la reproducción asistida. Tras fecundar in vitro varios embriones, los portadores de la enfermedad fueron descartados, y se implantaron dos sanos en la madre, y al final nació una niña.
La novedad no radica en la técnica empleada -el diagnóstico genético se realiza desde hace años en clínicas privadas-, sino en que la sanidad pública ha empezado a asumir este diagnóstico entre sus prestaciones, y por lo tanto resulta gratis para las familias.

El Ministerio de Sanidad, y a la zaga muchos medios de comunicación, ha presentado el caso como un avance terapéutico, el de "una niña liberada de un mal hereditario". Los obispos españoles han salido al paso de esta interpretación, y han precisado en una declaración: "La niña que ha nacido en Sevilla no ha sido curada de nada, ni librada de ninguna enfermedad. Ella ha estado sana desde el principio y por eso ha sido seleccionada para vivir. En cambio, algunos de sus hermanos, en su fase de embriones, han sido destruidos o congelados para un futuro incierto".

Aunque al principio el DPI se justifique para evitar enfermedades raras y graves, la experiencia de países que llevan más años aplicándolo muestra su deriva eugenésica: cada vez se admite para anomalías genéticas menos importantes, y que incluso tienen tratamiento. Así se se ha observado en el caso del Reino Unido, donde ha facilitado que se admita una práctica eugenésica cada vez más intolerante con las deficiencias

Ya anteriormente, algunos expertos en procreación asistida, como el francés Jacques Testart, advirtieron la "pendiente resbaladiza" por la que la ética acaba siempre sacrificada ante las posibilidades abiertas por los avances médicos


Adopcion Espiritual

El “suave descenso a la eugenesia” en Gran Bretaña



El diagnóstico pre-implantatorio y el aborto se usan para la criba de bebés

El diagnóstico pre-implantatorio (DPI) de embriones creados "in vitro" y el aborto están facilitando que se extienda una práctica eugenésica cada vez menos tolerante con las deficiencias físicas. El fenómeno es bien visible en Gran Bretaña.


Hace poco, William Saletan criticaba en la revista "Slate" (19-05-2006) las nuevas normas sobre DPI aprobadas en mayo por la Human Fertilisation and Embryology Authority (HFEA), el organismo que regula la reproducción asistida en Gran Bretaña. En su artículo, titulado "Nuestro suave descenso hacia la eugenesia", Saletan señala que los criterios se han relajado en tres aspectos cruciales.

El primero es la probabilidad de que el embrión tenga un mal congénito. Hasta ahora, la HFEA permitía el DPI solo para detectar anomalías de las que se sabe con certeza casi total que causan enfermedades graves. Las normas recién aprobadas admiten el DPI –y la eventual destrucción de embriones– para nuevos tipos de cáncer cuya probabilidad es del 30-60%.

El segundo cambio es que antes el DPI se usaba solo para detectar enfermedades intratables, y ahora se permite cuando existe tratamiento pero es falible u oneroso. En tercer lugar, los nuevos criterios de la HFEA autorizan el DPI para descartar embriones con riesgo de contraer enfermedades que se declararían no ya en la infancia –como se exigía antes–, sino a los 30-40 años, o más tarde (cosa que la HFEA ya había admitido hace un año para un tipo especial de cáncer: ver Aceprensa 27/05).

Esto supone una creciente intolerancia con las deficiencias, con el agravante –comenta Saletan– de que los criterios de la HFEA son muy amplios y subjetivos. La probabilidad de desarrollar un cáncer hereditario es, en algunos de los casos contemplados, bastante incierta, y para una enfermedad hoy intratable, dentro de 30-40 años puede haber una terapia eficaz. La subjetividad figura expresamente en las normas aprobadas por la HFEA: si por un lado dicen que el DPI se podrá hacer solo cuando haya "riesgo significativo" de un grave trastorno hereditario, por otro añaden que si el riesgo es significativo o no, depende de la valoración que haga quien recurre a la reproducción asistida, de modo que la ansiedad provocada por la presencia de una anomalía genética puede ser suficiente para justificar la criba de embriones.

Aborto de minusválidos

También se extiende en Gran Bretaña el aborto como método eugenésico. La ley británica permite abortar sin límite de plazo cuando existe "riesgo considerable" de que el niño sería "gravemente discapacitado". Esta cláusula se aplica cada vez más a niños con síndrome de Down, informa el "Daily Telegraph" (21-05-2006).

Desde 2003, el Servicio Nacional de Salud (NHS) británico ofrece a todas las embarazadas pruebas para diagnosticar el síndrome de Down. El resultado es que se detectan el 62% de los fetos aquejados del síndrome y de estos se aborta al 92%. Así, en 2004 nacieron en Gran Bretaña 657 niños con síndrome de Down y fueron abortados 937, el máximo nunca registrado y tres veces más que hace 15 años. Una criba similar se hace en otros países, como Estados Unidos (ver Aceprensa 136/05).

Esos datos han suscitado las quejas de las familias de afectados. La Down’s Syndrome Association ha lamentado públicamente que muchos médicos aconsejen mal a los padres cuando diagnostican la enfermedad, sin tener en cuenta los grandes progresos conseguidos en el bienestar y en la educación de estos minusválidos. Por su parte, la organización pro-vida Life ha comentado: "Al parecer, hay derechos humanos para todos, salvo que uno tenga alguna discapacidad".

Pero el aborto eugenésico se emplea incluso en casos de deficiencias menores y aun corregibles, advierte el "Sunday Times" (28-05-2006). Las causas alegadas son, por ejemplo, pies zambos, polidactilia o sindactilia –en pies o manos–, o paladar hendido; defectos que se pueden remediar.

En algunos casos se han abortado niños con malformaciones físicas incorregibles, pero que no llevan consigo deficiencia psíquica ni ponen en peligro la vida, como la falta de una mano.

ACEPRENSA

Adopcion Espiritual

28 julio 2006

La eugenesia no es curación.

A propósito de supuestos avances de la sanidad


Madrid, 27 de julio de 2006

El domingo pasado nació una niña en un hospital de Sevilla a la que muchos medios de comunicación han presentado como "liberada de un mal hereditario". Por lo general se ha celebrado este acontecimiento como un progreso que la sanidad pública pone al alcance de los padres portadores de alguna enfermedad que pueden transmitir a sus hijos. Es necesario hacer algunas clarificaciones a este respecto.

Las apreciaciones de orden moral que se hacen a continuación no pretenden, en modo alguno, juzgar la conciencia de las personas implicadas en este caso. Esta nota no juzga moralmente los actos de personas concretas, algo que no se puede hacer sin conocer sus circunstancias particulares. Se trata sólo de recordar la valoración moral que merecen los hechos en cuestión.


Según los datos publicados, la técnica médica aplicada en este caso ha sido el llamado diagnóstico genético preimplantacional en combinación con los procedimientos habituales de la reproducción artificial o asistida. Dicho diagnóstico consiste en examinar los embriones fecundados in vitro para comprobar si todos son portadores del factor genético que puede dar lugar al desarrollo de la enfermedad heredada o si hay alguno sano. Si todos están enfermos, todos son destruidos o congelados. Si hay alguno sano, ése o ésos son transferidos al útero materno para su gestación.


Con el diagnóstico genético preimplantacional, por tanto, no se cura a nadie, lo que se hace es seleccionar a los enfermos para la muerte y a algún sano para que viva. La ética reserva para esta práctica el nombre de eugenesia. Eliminar embriones (enfermos o sanos) es atentar muy gravemente contra el derecho fundamental a la vida de seres humanos en las primeras fases de su desarrollo vital.


La niña que ha nacido en Sevilla no ha sido curada de nada, ni librada de ninguna enfermedad. Ella ha estado sana desde el principio y por eso ha sido seleccionada para vivir. En cambio, algunos de sus hermanos, en su fase de embriones, han sido destruidos o congelados para un destino incierto.


Siempre es exigible que la información sea veraz, completa y no mediatizada por elementos sentimentales. Más, si cabe, cuando está en cuestión un derecho fundamental básico, cual es el derecho a la vida. El hecho feliz del nacimiento de un bebé sano no basta para presentar como progreso unas prácticas que no tienen en cuenta el derecho a la vida de sus hermanos generados in vitro. La justicia y la solidaridad exigen de todos el compromiso con la verdad.


Adopcion Espiritual

13 julio 2006

El movimiento pro-aborto prefiere que hablemos de células madre antes que de aborto de parto parcial



Fr. Frank Pavone,

National Director, Priests for Life



Desde Roe vs. Wade, la opinión pública ha permanecido sorprendentemente estable en relación al aborto. (La mayoría de los estadounidenses rechazan el aborto legal excepto en circunstancias de violación, incesto y para preservar la salud física y la vida de la madre). Los movimientos de la opinión pública han sido en dirección pro-vida y el desplazamiento más visible ocurrió cuando se hizo pública por primera vez la realidad del aborto de parto parcial, hace apenas una década. Ese debate se focalizó en lo que realmente le pasa al bebé, en vez de argumentos abstractos sobre “libertad de elección” y “derechos constitucionales.”



A quienes apoyan el aborto les hubiera convenido que lográramos prohibir el aborto de parto parcial y nos olvidáramos del resto. Cuanto más pelearon para mantenerlo legal, más gente rechazó la mentalidad “pro-elección.” Ahora que la Corte Suprema ha accedido a considerar una vez más el caso del aborto de parto parcial, para determinar si la ley federal que firmó el presidente Bush para prohibirlo es constitucional, estamos frente a una nueva avalancha de cobertura mediática que sólo podrá ayudar a la causa pro-vida.



Ahora que es demasiado tarde para ocultar el aborto de parto parcial, los grupos pro-aborto están tratando de hacer lo que más les conviene, cambiar el enfoque de la discusión de los abortos tardíos a los tempranos, y de bebés casi nacidos a la investigación con células madre embrionales. Por supuesto, cuanto más temprano durante el embarazo se produce el aborto y el bebé es menos visible, más personas están dispuestas a permitir el aborto. La ventaja pedagógica que tenemos al hablar de aborto de parto parcial es que la gente aprende cuando se la guía de lo más obvio a lo menos obvio, de lo concreto a lo abstracto, y de lo que es evidente a lo que se alcanza a través de un proceso de razonamiento.



Obsérvese cuanto tiempo de la conversación pro-vida es hoy en día sobre células madre, clonación y la píldora del día después. No me malinterpreten, debemos enfrentar estas cosas, y nosotros en Priests for Life las enfrentamos. Pero no piensen que cambiar la conversación es accidental o una libre decisión de los líderes pro-vida. El movimiento pro-aborto prefiere que hablemos de células madre antes que de aborto de parto parcial y no debemos dejarlos que tengan éxito haciendo que el público se olvide que aún se practican abortos de parto parcial sin sanciones penales. El próximo caso de la Corte Suprema con relación a este procedimiento debe movernos a la acción, hablando constantemente y exigiendo que los candidatos a cargos públicos definan su posición.



La mayoría de los estadounidenses no saben que es el aborto de parto parcial y cuando se les explica, muchos no pueden creer lo que está pasando. Sin embargo los documentos médicos y testimonios judiciales están disponibles. (Visite www.priestsforlife.org/partialbirth.html).



Seamos absolutamente claros: La destrucción del más pequeñito cigoto es igual de mala que si pusiéramos tijeras en el cuello de un niño parcialmente nacido. Pero no es tan obvio. Si queremos que el público se levante y actúe y cambie las políticas públicas, debemos mantener nuestro enfoque primario donde tenemos la ventaja psicológica y pedagógica, el aborto de parto parcial, y de ahí avanzar a las cuestiones menos obvias.


Adopcion Espiritual

12 julio 2006

LA PROCREACIÓN ARTIFICIAL: REALIDAD Y PROBLEMAS ÉTICOS

Por Natalia López-Moratalla

La transmisión de la vida

La transmisión de la vida es un proceso unitario que se inicia con el encuentro de los gametos paterno y materno, en un estado preciso de maduración en el que son capaces de reconocerse, interaccionar y activarse mutuamente. En el entorno y lugar adecuado, el tercio terminal de las trompas de Falopio, la fecundación reúne la dotación genética aportada por cada uno de los progenitores y hace posible que se constituya el nuevo organismo en su estado más incipiente, como cigoto o embrión de una célula.

Durante los seis días que tarda en recorrer el camino hacia el útero materno, el recién concebido inicia su desarrollo. Establecen un dialogo molecular por el que la madre alimenta y orienta el crecimiento del cuerpo del hijo. Y ambos se preparan para la acogida en el hábitat materno, donde anidará: en el dorso del embrión y en el útero de la madre aparecen moléculas complementarias, de forma que el hijo sabe situarse en la primera habitación de su vida. En los nueve meses de la gestación, las vidas de la madre y del hijo se aúnan en una verdadera simbiosis: el hijo es reconocido por el sistema inmunitario de la madre como alguien distinto de ella (es mitad suyo y mitad del padre), que se presenta con señal de no peligro. En el recorrido desde el lugar de la concepción al lugar de la anidación ambos se preparan para establecer la tolerancia inmunitaria. Sólo en simbiosis podrá proseguir el desarrollo como feto y nacer.

Ser engendrado en la madre y arrancar a vivir en el seno materno no es indiferente para la vida del hijo. Las condiciones naturales de la concepción son muy coherentes.

La fecundación

La fecundación permite que, con la entrada del material genético de un espermio al interior de un óvulo, se complete el patrimonio genético propio de un nuevo individuo. Para que la fecundación tenga éxito, los gametos masculino y femenino deben activarse mutuamente en diálogo molecular. A lo largo de este proceso laborioso y armónico, los componentes celulares de los gametos se disponen en una nueva organización. Este proceso de activación mutua no es simultáneo sino secuencial.

  • Comienza con el reconocimiento específico de los gametos. Para que un espermio seleccionado pueda reconocer la cubierta del óvulo, el conjunto de espermios debe residir cierto tiempo en el tracto genital femenino; allí reciben las señales necesarias para que se produzcan en ellos los cambios para su capacitación. El óvulo madura en el ovario, y se libera periódicamente de forma que es recogido por las trompas.
  • La interacción de los receptores presentes en la membrana externa de la cabeza del espermio con proteínas de la cubierta del óvulo induce la activación del gameto masculino. Y con ello libera el contenido de la gran vacuola situada en la cabeza. Las proteínas secretadas rompen la cubierta del óvulo, con lo que este avanza hacia el interior de la cubierta. El espermatozoide recorre rápidamente el espacio que separa la cubierta del óvulo y alcanza su membrana.
  • Esta nueva interacción entre los gametos activa al óvulo que realiza una serie de cambios morfológicos y bioquímicos sincronizados por los iones de calcio, cuyo nivel aumenta en la zona donde tuvo lugar la interacción con el espermatozoide. El núcleo del espermio se introduce hacia el interior del óvulo; se funden parte de las membranas de ambos gametos, y se libera el contenido de los granos corticales del óvulo, de forma que la cubierta se endurece e impermeabiliza y así impide el avance de otro espermio por ella.
  • Se reúnen en el óvulo en fecundación los 23 cromosomas procedentes del padre y los 23 procedentes de la madre. Los padres transmiten la vida aportando este soporte material, o estructura informativa. El material genético aportado por cada uno de ellos se prepara, modificándose estructural y químicamente, para dar comienzo a la nueva vida. La concepción genera un nuevo principio de vida que se inicia con la puesta en acto, con la expresión de la información genética desde el primer mensaje, de forma unitaria, como un programa o sucesión ordenada de mensajes en el tiempo, y en el espacio corporal. El embrión va recibiendo señales de las células y del medio, creciendo y desarrollándose de forma armónica a embrión de dos, tres, cuatro, ocho células; el día tres de vida alcanza el estadio de mórula y en el día cinco el de blastocisto. En esta fase se perciben claramente los ejes corporales dorsoventral y cabeza-pies, establecidos en el cigoto al fijar el plano de la primera división de la vida a embrión bicelular.
  • El material genético aportado por cada progenitor tiene un diferente “etiquetado químico”, conocido como impronta parental. Así la naturaleza asegura que cada individuo mamífero tenga que proceder necesariamente de un padre y una madre. Durante la fecundación se modifica la impronta de cada gameto, para dar la propia del cigoto; es decir la información genética del hijo recién concebido es propia de él y es más que la suma de la información contenida en los cromosomas heredados.
Transmitir vida, engendrar, supone como todo proceso fisiológico una disposición adecuada de los cuerpos de los progenitores. Ser fértiles requiere de ambos, en primer lugar, la capacidad de producir, y madurar los gametos; en segundo lugar que éstos no encuentren obstáculos insalvables (físicos o de la composición del moco uterino y secreciones propias del entorno natural) para encontrarse y fecundarse mutuamente y, a su vez, que las condiciones del seno materno permitan el recorrido y la anidación del embrión.

La infertilidad

La infertilidad es un problema que afecta aproximadamente a un 10% de las parejas que desean hijos y están en edad de poder concebir. La causa del problema puede ser mecánica o anatómica, endocrinológica o genética. Este porcentaje ha crecido debido a la promiscuidad sexual que aumenta las infecciones pélvicas y las enfermedades de transmisión sexual. Y la practica anticonceptiva y los abortos que alteran profundamente la fisiología corporal de la mujer.

Sin embargo, un tercio de los matrimonios que acuden a consulta médica no tienen ninguna anomalía detectable y un 65% de ellos consiguen un embarazo en el plazo de unos tres años. Son generalmente problemas de estrés psicológico y orgánico, retraso de la edad de la maternidad por trabajo, u otros factores, ya que entre los 30-35 años la capacidad fértil fe la mujer decae. En ocasiones dificulta lograr el embarazo deseado, la misma ansiedad que ha creado la percepción de la esterilidad como un problema (imagen de sí, status social, etc. ) que ha de resolverse a cualquier precio. Una postura que forma parte de una mentalidad que no acepta los límites naturales.

La baja fertilidad se resuelve, muchas veces, con tratamientos adecuados, e incluso con cambio de algunos hábitos. Los conocimientos científicos actuales permiten aumentar al máximo la probabilidad de engendrar y hace posible que se haga realidad el profundo anhelo de paternidad y maternidad.

La práctica de la reproducción humana asistida surgió en los años setenta como solución de emergencia ante problemas de esterilidad que no podían ser curados; en concreto, ante la obstrucción de las trompas. Han pasado muchos años desde que se introdujeron, amparadas en la realidad del sufrimiento de los matrimonios sin hijos, y, con el tiempo, se ha creado la falsa expectativa de que toda persona, en cualquier situación, puede reclamar poseer un hijo basándose en un ambiguo derecho reproductivo. De hecho, el hijo, el gran deseado, ha pasado a ser, en la práctica, el gran olvidado.

La principal causa de esterilidad es la alteración de los gametos. En el varón puede deberse a un déficit en la producción de espermios (oligospermia), disminución de la movilidad (astenospemia), o falta de su maduración (teratospemia); y el origen es generalmente por causa genética, asociada a alteraciones del cromosoma Y. En la mujer es el fallo en el funcionamiento ovárico. La esterilidad puede curarse dependiendo de la causa y grado de la alteración. La medicina ha avanzado poco en este campo debido a la dedicación de los investigadores y los recursos a promover la práctica de la reproducción asistida. Estas técnicas manipulan los gametos o los toman de un donante, si el hombre y la mujer que acuden a ellas no producen gametos adecuadamente, pero no curan.

En segundo lugar, la imposibilidad de conseguir un embarazo puede deberse a la existencia un obstáculo físico, o bioquímico, a que los gametos bien constituidos y maduros puedan encontrarse, reconocerse y activarse mutuamente. El obstáculo más frecuente es la obstrucción de las trompas de Falopio. Se ha avanzado en protocolos de permeabilización de la trompa obstruida y, los resultado son muy positivos, salvo en el caso de que la mujer se hubiera sometido a una esterilización previa por ligadura de las trompas, y esa intervención las haya destruido totalmente.

En tercer lugar, la falta de fecundidad puede deberse a dificultades de implantación del embrión. En estos casos, lo que ofrecen las técnicas artificiales es disponer de un número elevado de embriones que transferidos simultáneamente a la madre pudieran facilitar que uno de ellos llegara a anidar, mientras el resto muere sin lograrlo.

Es obvio, que sea como fuere la forma y el modo como una criatura humana llega a la vida, cada embrión vivo es un ser humano con el carácter personal propio y específico de todos los individuos de la especie humana. La grandeza de cada vida humana y por tanto de su transmisión no sólo es inteligible “sino que resuena en el corazón de todo hombre”. Existe mucha desproporción entre la fusión de dos gametos y el “resultado” de tal proceso -un ser humano- para no percibir el sentido profundamente personal de dar vida a una persona. Sin embargo, el deseo, legítimo como deseo, de ser padres, la postura a favor de la vida, inversa a la anticoncepción, y el sufrimiento de no poder concebir, hacen que resulte con frecuencia difícil comprender y aceptar, e incluso, dar razón de la doctrina de la Iglesia acerca de la gravedad moral de la reproducción humana artificial. ¿Qué mal puede encerrar en sí mismo que un matrimonio estable, que se quiere y porque se quieren, acudan a la técnica para tener el hijo, biológicamente de ambos, que ellos no pueden engendrar? ¿Qué gravedad moral puede tener el sustituir el engendrar humano de varón y una mujer por un proceso de producción del hijo a partir de los gametos ambos, si justamente su intención es procrear?

Para poder valorar humana y moralmente la intervención tecnológica en la biología del hombre se requiere, en primer termino, poderse dar cuenta, y poder dar cuenta, de que el cuerpo del hombre no es nunca un cuerpo a secas, es siempre un cuerpo humano. Es decir, el significado natural de un proceso corporal, transmitir la vida en el caso que nos ocupa, no es nunca un proceso fisiológico a secas, sino que por ser un cuerpo humano hace referencia directa a la persona, al titular de la vida de ese organismo. Y en segundo termino, se requiere comprender qué es lo que se hace sobre el propio proceso biológico natural con la intervención técnica. Lo artificial en sí mismo no es bueno ni malo: es ambivalente. Es artificial es poner una prótesis o la alimentación parenteral; y si se requieren para un mejor funcionamiento o para mantener la vida deben hacerse.

Se trata, por tanto, de analizar cómo implica a la persona humana transmitir y recibir la vida: cuál es el origen y la fuente de que procede una persona. Y analizar lo que para esa vida de un ser humano supone tener su comienzo en su madre, en el engendrar de sus padres.

Cada viviente tiene un único principio vital que se origina en su concepción, con la fecundación mutua de los gametos de sus progenitores. Pero cada hombre, cada quién, recibe en su concepción el carácter personal; es un plus de realidad: Dios, al llamar a cada uno de los hombres a la existencia, potencia o eleva el principio vital “confeccionado” por los padres. Dios y los padres son concausas del origen del hijo. El origen de cada uno de los hombres no se reduce sólo al mero proceso de reproducción, sino que implica un querer de Dios que hace cada vida humana algo sacro.

Por ello, la transmisión de la vida humana tiene carácter personal y el engendrar humano y la consistencia de los vínculos familiares naturales, superan el mero proceso de reproducción. Son los cuerpos vivos personales de un hombre y una mujer, hechos uno en la unidad de la “una sola carne” la causa de la concepción de la persona del hijo.

La ciencia biológica muestra la diferencia radical de la transmisión de la vida humana en la relación personal de un hombre y una mujer y la reproducción zoológica encerrada en el automatismo del instinto animal. En efecto:
  • El animal está encerrado en el espacio vital de su nicho ecológico, puesto que los estímulos provocan comportamientos que son específicos de la especie, y le vienen dados. Los animales se reproducen perpetuando la especie y siguiendo las leyes que marcan la coincidencia del tiempo de fertilidad con el tiempo de celo en que el instinto reproductor se desencadena por cambios físicos y fisiológicos del macho y de la hembra. Este acoplamiento del instinto con la fertilidad permite que el número de descendientes que puede dejar cada individuo sea el óptimo para asegurar el recambio de las generaciones. No les ha sido dada otra misión que vivir y reproducir individuos de la especie. No hay una razón biológica para que la vida de cada individuo dure más tiempo que el que dura su etapa fértil.
  • Los hombres no están encerrados en un ciclo vital. Cada hombre es un ser inespecializado y más desprogramado que el animal y, por ello, no está estrictamente sometido a las condiciones materiales. El actuar humano no es instintivo y automático, incluso en las tendencias naturales más biológicas. El hombre puede tener motivos para no seguir una inclinación, como por ejemplo satisfacer el hambre. Aunque está en función de la conservación de la vida, la inclinación no le obliga necesariamente a comer, ni a comer algo predeterminado. Puede privarse voluntariamente e incluso puede hacer huelga de hambre y puede voluntariamente envenenarse. La inclinación, como todo hecho natural, no es neutro sino que hace referencia a la persona y por ello, en cuanto acto humano, se presenta en un contexto cultural y de relación interpersonal: “invitar a”, “comer con”. El hombre no cambia el fin natural de la inclinación, sino que lo abre a la relación personal, y así se libera del automatismo regido por el instinto de satisfacer el hambre.
La biología humana muestra la liberación del automatismo biológico del engendrar humano. La transmisión de la vida humana no está en función de la especie. Ni ajustada por el instinto, ni reducida a los individuos mejor dotados por la biología.
  • La atracción hacia la persona del otro sexo está liberada de ese determinismo biológico que acopla en el tiempo instinto reproductor con fertilidad.
  • El tiempo de fertilidad humana femenina es corto en relación con el número de años vivido. Sólo para un viviente capaz de amar tiene sentido que la vida en relación familiar, de amistad, profesional, etc., se prolongue más allá de la edad fértil. Y al tiempo, la lógica propia de la condición de la maternidad, exige edad suficiente para educar a los hijos, y juventud suficiente para una vida familiar de los hijos necesariamente larga, puesto que la criatura humana nace más inacabada y más prematura que ninguna otra.
  • La peculiar menstruación femenina tiene sentido en razón de la sexualidad humana, abierta y liberador del automatismo zoológico. Es el único signo externo percibible del ciclo femenino de fertilidad, a diferencia de los animales en que el tiempo de la fertilidad es advertida por cambios físicos y de comportamiento que marcan el reclamo instintivo. Es un signo, oculto para el automatismo biológico, y que sólo racionalmente puede ser buscado y conocido, haciendo de la paternidad-maternidad un proyecto personal.
  • A cada hombre no le viene dado por la biología una tasa de natalidad. La familia es proyecto personal de uno y una.
Un varón y una mujer se hacen potencialmente fecundos, una caro, en la expresión propia del amor sexuado. El acto de unión corporal, que permite engendrar, coincide plenamente con el gesto natural de expresar el amor especifico y propio entre un varón y una mujer. La biología propia de un ser no cerrado en el automatismo de la vida zoológica hace inseparable de suyo “lo unitivo” y “lo procreativo” del engendrar humano, al liberarle del determinismo animal encerrado en el mero fin reproductor. Es un “nudo gordiano” atado por la naturaleza, y por ello no desatable si no es cortándolo y violentando, con ello, la naturaleza.

En el hombre el gesto unitivo no está cerrado como fin en sí mismo de transmitir vida, sino que está abierto a una relación interpersonal libre entre un varón y una mujer, y que a su vez les abre a la impredecible historia de la relación paterno-filial. Esa desprogramación natural, que lo aleja de la mera reproducción, es coherente, y signo de que Dios confía a los progenitores engendar la criatura humana, que Él llama a la existencia. Obviamente, es Dios quien da cuenta de la llamada a la existencia de cada una de las personas, sea como fuera su concepción, y con ello queda enraizada de manera radical la dignidad de cada uno de los hombres. Se puede ofender a un hombre en su dignidad, pero nadie se la puede arrancar. Dios es garante de cada uno, incluso cuando los hombres traspasan al laboratorio el encargo divino de engendrar los hijos.

Un hijo es un don y fruto de la entrega personal –no de un instinto automático-, por ello, ser engendrado es un derecho de toda criatura humana. Y por ello, reducir la cooperación personal a ser donantes de los gametos y producirlo ofende a la dignidad de la persona del hijo que tiene derecho a tener su origen en la intimidad de la una caro de sus progenitores, con todos sus factores de imprevisibilidad. Es así como Dios no sólo puede dar cuenta de su existencia, sino además sólo Él da razón de por qué “éste”, con sus dones y sus limitaciones naturales, y no cualquier otro de los posibles hermanos. Por el contrario, cuando el hijo es producido desde los gametos de los progenitores y no engendrado, se puede de hecho pedir cuenta a los padres biológicos de por qué encargaron su producción, e incluso cuenta de las taras debidas a las deficiencias propias de un proceso técnico. En sí mismo, lo artificial ejerce violencia en lo natural, y no puede tener las garantías de la sabia madre naturaleza. El deterioro de la naturaleza por la intervención manipuladora del hombre nos lo muestra ampliamente.

En resumen, el único ámbito digno de ser origen de un ser humano es la intimidad de la una caro. Los cuerpos personales de los padres son los autores del cuerpo vivo del hijo. La una caro crea el ámbito de intimidad donde se confecciona el don de una vida personal, que incluye la vida biológica, pero que es mucho más. La ciencia muestra a todos los hombres el sentido personal de la transmisión de la vida humana, y la fe da la razón última de que Dios haya querido al hombre con una biología coherente con la de un ser creado a su imagen y semejanza.

No cabe duda que la carencia de hijos en un matrimonio es un sufrimiento, y que el deseo de hijos es plenamente legítimo. La ciencia médica puede, y debe, ayudar y facilitar que la unión conyugal de un hombre y una mujer les haga mutuamente fecundos. Pero no puede ni debe sustituirles en el engendrar, con las técnicas de reproducción artificial o asistida, convirtiéndoles en donadores de gametos y reduciendo con ello la procreación a la mera fisiología de la reproducción. La dignidad propia de cada ser humano conlleva el derecho a no ser producido: a que su origen esté causado en la relación personal de la procreación.

Ahora bien, las intervenciones del tipo de las Técnicas de Reproducción Humana Asistida tiene además otro grave problema moral: la muerte consentida de seres humanos. El hecho de que lo que se busque sea tener un hijo, el fin de aplicar las técnicas, no justifica poner en peligro la vida que se desea. Hay responsabilidad en dar inicio a una vida humana en condiciones antinaturales por precarias. No existe obligación de tener hijos y si existe la obligación de no poner voluntaria y conscientemente la vida del hijo en peligro.

Técnicas de reproducción artificial

Entre las técnicas de Reproducción asistida cabe mencionar la inseminación artificial, la transferencia de gametos al oviducto, y una variedad de procedimientos in vitro que conducen a la unión de los gametos y que se conocen como fecundación in vitro (FIV) y transferencia de embriones (FIVET).
  • La inseminación artificial consiste en depositar los espermatozoides, una vez manipulados, en el cérvix o en la cavidad uterina, con o sin tratamiento hormonal de la mujer para incrementar la producción de óvulos. La indicación para esta práctica es fundamentalmente la esterilidad masculina. Y se indica también en casos de alteraciones cervicales o endometriosis de la mujer. Cabría pensar en la licitud moral de esta práctica, siempre y cuando se usaran el semen eyaculado en una unión conyugal y recogido después, y siempre que la manera de realizar la inseminación supusiera solamente reducir la distancia a recorrer por los espermios hasta el óvulo. Sin embargo, y precisamente por las causas de esterilidad por las que se acude a esta técnica, ocurre que los espermios requieren ser concentrados, capacitados y situados cerca del ovocito ovulado por lo que difícilmente puede asegurarse que la causa de la fecundación sea la capacidad fecundante de los gametos, y no la manipulación técnica que los pone en contacto.
  • La transferencia de gametos al oviducto (GIFT) se basa en la colocación simultánea de óvulos y espermatozoides en la trompa de Fallopio. Es una forma de inseminación que acerca los gametos y como en la inseminación es difícil que de hecho en la práctica sea una ayuda a la fecundación que no sustituya el engendrar de los padres. Su uso es muy limitado, a no ser que sea solicitado expresamente, ya que es un procedimiento más caro y técnicamente más complicado que las técnicas de fecundación in vitro, y los resultados obtenidos son ligeramente inferiores.
  • La fecundación de óvulos in vitro es una técnica de rutina en muchas clínicas de reproducción asistida. Los óvulos se obtienen mediante la aspiración del contenido de los folículos ováricos, después de realizar una estimulación hormonal de la mujer, y el semen habitualmente por masturbación. Los óvulos se incuban in vitro en condiciones controladas y o bien se adicionan una gran cantidad de espermatozoides (FIV), o bien se realiza una inyección intracitoplásmica de espermatozoides (ICSI) al óvulo. Esto último resultó útil cuando se cuenta con muestras de semen con pocos espermatozoides o con espermatozoides inmóviles que no serán capaces de fecundar utilizando la técnica convencional in vitro. Sin embargo, se usan ambos métodos en igual proporción de casos, sin reducir la inyección al caso de infertilidad masculina. Y se plantea una tercera forma de fecundación artificial cuando las mitocondrias maternas tiene defectos en el DNA. En este caso, mediante inyección, se podrían cambiar el citoplasma del cigoto por el de otro cigoto cuya madre tenga mitocondrias sanas. La eficacia de este protocolo es muy baja.
Los cigotos pueden ser transferidos al útero materno o mantenidos en cultivo en el laboratorio uno o varios días, o congelados por si se requieren para un nuevo ciclo si en la primera transferencia no se ha logrado que los embriones aniden, continúe su gestación y llegue a nacer un hijo. El número de embriones transferidos a la mujer gestante oscila alrededor de tres. En ocasiones, el embrión de tres días se somete a un diagnostico genético preimplantatorio para seleccionar aquellos que no porten taras genéticas. Para ello se estudia el material genético contenido en dos células que se eliminan del embrión de ocho, o del corpúsculo polar del óvulo, en caso de que sea la madre la potencial transmisora de la tara.

Un 85% de las mujeres que acuden a estas prácticas o no producen óvulos o tienen una producción baja. Un factor importante es la edad y por ello muchas de ellas reciben óvulos de donantes jóvenes, añadiendo una fuerte quiebra en el proceso de transmisión de la vida puesto que la madre biológica será diferente de la mujer que lo geste.

Resultados

Un porcentaje cercano al 20% del total de parejas, acuden a la fecundación in vitro a causa de obstrucción de las trompas, otro 20% por factor masculino y otro por factores múltiples de ambos. Un 10% se somete a ellas sin causa conocida de esterilidad. Cuando la esterilidad se debe al varón se acude con frecuencia al semen depositado en bancos por los donantes anónimos. El hecho de que los niños nacidos de donantes no sean hijos biológicos de los miembros de la pareja cuya mujer lo gesta, conlleva serios problemas en la estabilidad matrimonial y muy graves problemas de identidad al hijo que con frecuencia siente la necesidad de conocer sus raíces para comprenderse a sí mismo. Son cuestiones añadidas a la sustitución de la relación personal de los padres en el origen del hijo, que no son triviales humanamente y que agravan más aún la calificación moral.

Los niños nacidos habiendo sido generados por fecundación in vitro son con frecuencia prematuros, heredan la esterilidad paterna de causa genética y presentan, con mayor frecuencia que los engendrados de forma natural, alteraciones neurológicas (retraso mental y graves defectos de visión), tumores y algunas enfermedades poco frecuentes ligadas a la impronta parental. Por tanto, la fecundación in vitro además de negarle al hijo generado el origen, en el engendrar de sus padres, a que tiene derecho toda persona, le resta aspectos esenciales para la vida.
  • En primer lugar, las condiciones naturales en las que sobrevivir. La eficacia medida por embarazo logrado por cada ciclo de fecundación de 10-12 óvulos, depende de la causa de esterilidad y la media oscila en un 30 % de ciclos iniciados. La pérdida de vidas humanas durante el proceso es muy elevada. De cada 75.000 ciclos, con varios embriones generados por ciclo, ocurren unos 19.000 nacimientos. En un 68% de los ciclos no hay embarazo, un 18 % son de un solo feto y el 11% son de fetos múltiples. Y la congelación del embrión reduce a la mitad la eficacia medida como embarazo producido por ciclo. En algunos casos se busca directamente la muerte del embrión. Los fetos con malformaciones son eliminados y en los embarazos múltiples, con frecuencia, se reduce el número por aborto controlado. En las demás situaciones, en que se fecunda más de un óvulo y se transfieren a la madre varios embriones con objeto de que uno de ellos consiga implantarse y desarrollarse, las muertes son consentidas y permitidas, lo que no deja de tener gravedad moral.
  • En segundo lugar, la fecundación in vitro resta el ámbito natural propio de la concepción y la acogida de la vida del hijo generada en sustitución del engendrar de los padres. El hijo engendrado, generado naturalmente, tiene una mejor viabilidad intrínseca que el producido causando artificialmente la fecundación. La debilidad de estos embriones, que conlleva la muerte prematura de muchos de ellos, no es comparable con las perdidas espontáneas naturales.
El proceso artificial se salta la selección natural que ejercen los componentes moleculares del tracto femenino sobre los millones de espermatozoides depositados en él. De forma natural, sólo de 2 a 20 espermatozoides llegan al sitio de la fecundación; este filtro es una barrera natural al avance de los espermatozoides, que permite que sólo aquellos con mayor capacidad de fecundar lleguen hasta el óvulo.

Los procesos de producción tienen su propia lógica: producir en exceso para seleccionar el producto. Es evidente que la practica de esta tecnología ha diluido la responsabilidad que la existencia de un embrión impone al hombre y a la mujer de quienes procede. La progresiva despersonalización en la relación paternidad-filiación, trastoca la transmisión de la vida hasta el punto de llegar a considerar al hijo una propiedad disponible incluso y abandonable. Es necesario asumir la evidencia de que la realidad humana en desarrollo es humana y reconocer la dignidad de la transmisión de la vida en el engendrar humano. En este empeño contribuyen de forma especial los matrimonios sin hijos que saben aceptar ese querer de Dios para ellos como otra forma de bendecir su amor, como enseña San Josemaría, y son capaces de servir, cuidar y educar a los hijos de otros, con corazón de padre y de madre.

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VALORACIÓN ÉTICA

por Juan Carlos García de Vicente

Cuando se trata de aplicar los conocimientos científicos al hombre, es necesario tener siempre en cuenta el respeto que merece el sujeto humano, lo cual impone moverse dentro de ciertos límites insuperables. En concreto, por lo que se refiere a la reproducción humana, hay que respetar dos valores esenciales: primero, los bienes o valores presentes en la procreación sexual conyugal, que hace padres a una pareja; segundo, los bienes y valores de la vida humana. En consecuencia, el juicio moral sobre los diversos modos de transmitir la vida deberá considerar si se respetan los valores presentes en la procreación sexual conyugal y si se respetan igualmente los valores de la vida humana. Se trata de dos cuestiones de principio irrenunciables.

Vamos a detenernos, en primer lugar, en la manipulación del cuerpo humano y más en concreto en las intervenciones sobre la sexualidad. El cuerpo de una persona no puede considerarse como el cuerpo de un animal, como si el animal fuese “como un hombre, sólo que sin alma”. En el ser humano, cuerpo y alma no son dos realidades, sino dos co-principios de la única realidad que es el hombre. En el ser humano, el cuerpo es constitutivo de la persona: ésta se manifiesta y se expresa por el cuerpo, y a través del cuerpo se alcanza la persona. Todas las relaciones humanas parten de aquí, y cuanto más completas y plenas son esas relaciones, más de verifica una comprobación práctica de esta realidad: en la amistad, en el amor, en la maternidad, en la relación médico-paciente, en el ministerio sacerdotal. Incluso la Redención y la economía sacramental se nutren de esta verdad sobre la función del cuerpo para alcanzar la persona.

La sexualidad es una realidad compleja que afecta a toda la persona en distintos niveles, mutuamente conectados:
  • biológico. Hombre y mujer se distinguen en cada una de sus células por el cromosoma X o Y; también desde el punto de vista morfológico hay profundas diferencias entre ambos sexos;
  • fisiológico. Las hormonas y la funcionalidad de ciertos elementos son completamente distintas según el sexo; cuando hay deficiencias o excesos, las patologías del hiperandrogenismo (exceso de producción de hormonas masculinas) o de la feminización (carencia de producción de hormonas masculinas) causan alteraciones en todo el organismo, incluso de naturaleza psíquica;
  • psicológico. Cada sexo elabora una imagen de sí mismo con objeto de alcanzar la propia identidad sexual; varones y mujeres tienen un modo característico diverso de razonar, de querer, incluso de rezar. El miedo, el estrés, la relación sexual significan otras tantas ocasiones en las que se resiente la fisiología sexual de la mujer. Y las alteraciones de imagen de sí pueden desencadenar procesos patológicos graves, por ejemplo, en mujeres que sufren anorexia nerviosa;
  • espiritual y moral. Éste es el plano en que se entrecruzan valores diversos que afectan a la responsabilidad de la persona; piénsese, por ejemplo, en los conflictos que surgen de la diversa actitud (aceptación o rechazo) hacia la fecundidad o la esterilidad.
Como se desprende de lo anterior, la sexualidad humana y su ejercicio compromete a la persona en su integridad, y precisamente por eso la sexualidad es capaz de expresar y consumar la entrega total y recíproca de uno mismo. Y también por esa razón, instrumentalizar el sexo es instrumentalizar a la persona. En fin, porque implica a la totalidad de la persona, la fecundidad humana no pertenece a la zootecnia, sino a la antropología, y la reproducción o generación humana se denomina procreación. Ésta es un hecho distinto de la generación de otras especies, porque tiene características diferentes, debidas a la dignidad del varón, de la mujer, del hijo y de la intervención divina. Hasta el lenguaje corriente se hace eco de esta originalidad, cuando lo que entre los seres humanos es procreación y unión conyugal, para los animales se denomina reproducción y acoplamiento.

El embrión debe ser respetado y tratado como persona

Desde el primer instante de su existencia, el ser humano es respetado como persona; el frutode la concepción es un ser humano. Esta afirmación es la que permiten hacer nuestros actuales conocimientos de embriología. En efecto, desde el momento en que se constituye el cigoto después de la fecundación, podemos hablar de un ser que tiene dos características:
  • individualidad, unicidad, singularidad irrepetible, autonomía del nuevo ser desde la concepción. Esta novedad está atestiguada por la dotación genética singular que posee, distinta de la del padre y de la madre;
  • un ser que comienza un desarrollo bajo el signo de la continuidad, y es además un desarrollo controlado por él mismo, no por la madre.
Las mismas técnicas de fecundación in vitro son una prueba sorprendete para demostrar que el embrión no es un apéndice de la madre, como algunos pretenden sostener, sino un sujeto independiente y autónomo, puesto que consigue desarrollarse desde sus primeras etapas en un medio exterior al organismo materno. Quien practica la FIVET sabe que entre las 12 y 18 horas después de haber puesto juntos los espermatozoides y los óvulos, puede reconocer cuáles son los óvulos fecundados (los recién concebidos) que debe aislar y sacar adelante.

Por tanto, el nuevo ser humano ha de ser tratado como una persona, con un respeto absoluto a su vida y a su dignidad. La muerte voluntaria y directa del recién concebido es un homicidio, un desorden moral grave. Y cualquier intento de utilizar seres humanos como material de experimentación y de investigación es igualmente un atentado grave a la dignidad humana.

Forzosamente, una vez que el embrión es aislado, queda bajo el pleno poder del investigador, que lo puede destinar a diversos fines: dar un hijo a los padres, ser objeto de donación para otra pareja, ser sometido a manipulaciones genéticas, ser utilizado para fines de investigación, ser congelado, ser empleado para integrar un almacén de piezas de recambio, utilizado para fines farmacéuticos y de cosmética, etc. Desde luego, en su origen, lo que se intentaba con las técnicas de fecundación artificial no era la experimentación con embriones humanos, ni la clonación, ni la obtención de repuestos de tejidos humanos o de células madre embrionarias. Pero desde el momento en que se presenta la posibilidad de manipular el embrión, se abre la `puerta a todo tipo de manipulación. Estos resultados de la fecundación artificial dan una idea de lo peligroso que es poner en las manos de otros seres humanos el poder de fabricar la vida humana.

La paternidad y la maternidad debe ser intraconyugal

No se puede sustituir al cónyuge. Ni el cónyuge, ni el amor, ni el hijo son una mercancía. Todos los procedimientos heterólogos (es decir, aquellos en los que los gametos proceden de alguien ajeno a la pareja) sustituyen al menos a uno de los cónyuges, fuerzan a uno de los cónyuges a ser sustituido, por el deseo del otro de tener un hijo. El amor en cambio no tolera la sustitución, el cambio del amado por otro, no permite que se introduzca una tercera persona en el mismo amor.

Sólo la procreación intraconyugal es moralmente digna y responsable (con el hijo, con el cónyuge, con el papel de padres y con la sociedad). El varón debe ser padre, y la mujer madre por medio del propio cónyuge, no a través de otro. Se trata de una obligación de justicia y de respeto mutuo entre los cónyuges. Si no fuera así, ¿por qué iba a ser inmoral que el marido pidiera a otro hombre que tuviera una relación sexual con su mujer previamente anestesiada, o que una mujer consintiera en el adulterio del marido para tener un hijo?

La procreación (en el fondo, el hijo) no es un bien de consumo. No es un asunto en el que depende del consumidor adquirir la posesión del bien previo pago, con la posibilidad de elegir incluso el modelo, como ocurre con cualquier objeto. Se trata, muy al contrario, de una relación de donación entre personas, no de un asunto individual. La relación entre el cónyuge y el hijo no es inmediato, sino mediato, con la mediación del otro cónyuge. Considerar el hijo como un bien de consumo va unido a esta consideración individualista de la relación entre cónyuge e hijo. La mujer, en la donación y con la donación que hace de sí, da al hombre la posibilidad de la paternidad, y lo mismo recíprocamente el hombre a la mujer.

Por tanto, el hijo no es objeto de derecho por parte de los padres: el hijo debe ser siempre fruto de un don. Cuando se habla del derecho a ser padre o madre uno por medio del otro, este derecho no se entiende con referencia al hijo, sino a los cónyuges. Porque la persona es siempre sujeto de derechos, no una cosa (objeto) a la que se tiene derecho.

El hijo ha de poder reconocer su origen en un encuentro conyugal amoroso de sus padres

El acto conyugal, según lo que hemos visto, no se puede sustituir. Los padres se hacen idóneos para la generación a través de la unión conyugal: su voluntad no debe excluir (separar) ninguno de los dos significados de la relación conyugal, el unitivo y el procreativo.

La dimensión unitiva y la dimensión procreativa del acto conyugal son necesariamente inseparables, con una inseparabilidad no entendida en sentido físico (puesto que hay periodos naturales en los que ambas dimensiones no pueden darse juntas, ya que la fertilidad femenina es cíclica), sino entendida en sentido moral. Por eso, la voluntad de los cónyuges no puede excluir o anular la paternidad potencial de un acto conyugal. La comunión física de los esposos debe ser también personalmente amorosa, lo que exige no sólo la mera fusión biológica, sino también la íntima comunión de dos seres personales, con alma y cuerpo. Es decir, la unión conyugal es una unión de personas, no simplemente una unión de sexos.

La expresión, tan usada en el Magisterio reciente, de “paternidad responsable” nos puede ayudar a expresar estas ideas en otros términos: equivale a decir que una pareja que busca la procreación a toda costa, ejerce una paternidad-maternidad irresponsable: irresponsable hacia el hijo, hacia el cónyuge, etc.

La generación tiene una perfección propia, una dignidad connatural: que sea fruto y término de una relación conyugal. Cada hijo debe tener como causa de su ser una unión conyugal. Si se quiere respetar plenamente la generación, la persona humana debe proceder de un acto conyugal; es decir, la procreación sexual no es una opción entre los diez posibles modos de venir a la existencia. Que el origen de una persona haya sido un acto conyugal pertenece a la perfección propia de “ser generado como hijo”.

Puede ayudar a entender lo anterior fijarnos en actos y entes cuya perfección propia exige que sean completos. Un acto: en el fútbol, el gol exige meter el balón dentro de la portería durante el tiempo de juego. La perfección propia del gol, por así decir, es meterlo sin usar la mano, sin hacer juego sucio o faltas; una falta, si se advierte, se castiga; si el árbitro no la ve, en todo caso esa falta quita al gol su perfección propia, y ningún hincha, en el fondo, se sentiría orgulloso de ese gol. Ahora, un ente: un cuerpo humano debe tener todas las habilidades propias de su naturaleza. Si es defectuoso, manco, por ejemplo, le falta a ese cuerpo la perfección propia; si el hecho de ser manco hubiera estado provocado voluntariamente por alguien, este hecho tendría una dimensión moral, alguien habría sido culpable de este fallo.

En ocasiones, se detecta en parejas que han obtenido un hijo por fecundación articifial el empleo de un lenguaje peculiar, con el que quizá intentan convencerse de que no han obrado mal (moralmente, o sea, que no han pecado). Es un lenguaje que con frecuencia transmiten también los medios de comunicación. De un modo inconsciente y espontáneo, la razón asocia con el pecado conceptos como la desgracia, la monstruosidad, la fealdad, la deformidad, la tristeza. Y así, ese lenguaje peculiar a que nos referimos (no necesariamente expresado en palabras, pero sí sentido) dice: “No he actuado mal (no he pecado), porque he tenido un hijo (no es una desgracia), y es guapo (no es monstruoso), y es normal (no tiene deformaciones) y el niño está contento, y yo también, y mi marido (no estamos tristes).”

Ayudar, sí; sustituir, no

La instrucción “Donum vitae” ha recordado un límite infranqueable del acto médico en relación con los cónyuges: éstos pueden ser ayudados, pero nunca sustituidos. La persona que ayuda podrá desempeñar una función incluso decisiva para alcanzar el fin deseado, pero su actuación no deberá impedir la realización de los momentos esenciales que deben ser puestos en acto por la pareja. Ayudar no será nunca en menoscabo de la inseparabilidad entre los aspectos unitivo y procreativo del acto conyugal. Si esto ocurriera, sería indicio suficiente de que la intervención médica o técnica en ese caso ha sido una sustitución. En todo caso, hay que poner atención en el uso de las palabras: hablamos de una ayuda al acto conyugal, no de una simple ayuda al fin que se busca (tener un hijo).

La sustitución del acto conyugal o de uno de los cónyuges con el fin de alcanzar la procreación, hace que, en realidad, la causa del niño sea el médico o el técnico. Y ese origen, y el acto que lo produce, no son dignos del hijo, y por eso han de evitarse, es decir, son moralmente ilícitos. Por lo que se refiere, en concreto, a la sustitución de la persona de los cónyuges, basta pensar que, si en un oficio cualquiera, Fulano es sustituido en su actuación, esto implica que no es Fulano el que actúa; aún más: si Fulano es sustituido por cualquiera, eso quiere decir que no es “alguien” quien actúa, la acción queda despersonalizada, no es necesaria la persona en su unicidad para aquella acción.

Hay que detenerse en este hecho de la sustitución, pues en el fondo es esta sustitución lo que define la fecundación artificial misma. Pongamos ejemplos de la vida ordinaria, tratando de buscar la diferencia existente entre ayudar y sustituir. La raqueta de tenis o las botas de fútbol, ¿son una ayuda o una sustitución? ¿Y las gafas o el microscopio? ¿Es el lavavajillas una ayuda o una sustitución del ama de casa? Siempre se dice que es una ayuda casi indispensable hoy día, pero hay que fijarse en que sustituye al ama de casa en el hecho de lavar la vajilla. Si el micrófono sustituye al conferenciante, entonces no es él quien habla. Y si el traductor fuera una sustitución en vez de una ayuda, la conferencia se debería al traductor, no al conferenciante. Si la casette con el Rosario grabado me sustituye, entonces no soy yo quien reza: “reza” la casette en mi lugar. Si debo hacer un regalo de bodas, puedo admitir una ayuda, pero no una sustitución, porque en este caso ya no sería yo quien hace el regalo, sino quien me ha sustituido. ¿Admitirá un novio o una novia un sustituto para darse un beso y cuanto con él se significa?

Por tanto, la sustitución se configura como un “ponerse en lugar de”, de acuerdo con la etimología de la palabra (substituere). En cuanto llevamos dicho se entrevén dos niveles de sustitución. Una sustitución de una función técnica, de hacer algo, como en el caso del lavavajillas o del traductor; y una sustitución en una tarea personal, de actuación, como en el beso o en el regalo de bodas. Volviendo a la fecundación artificial, la sustitución consiste en el hecho de que el procedimiento artificial se pone en lugar, toma el puesto del procedimiento natural. La persona, en su irrepetible subjetividad singular, desaparece. Cualquiera que tenga suficiente capacidad técnica o proporcione una parte del organismo biológico puede tomar el puesto del marido (o de la mujer, si es el caso), o ponerse en lugar del acto conyugal. La persona, por tanto, aparece sólo como técnico o como suministrador de gametos, y no al revés; por eso cualquiera puede ponerse en el lugar de otro.

La separación entre el acto unitivo (esposos) y el acto procreativo (técnicos) priva al que va a nacer no sólo de la dimensión biológica inherente al acto conyugal, sino sobre todo de la dimensión espiritual, es decir, personal, de ese mismo acto. Separar equivale a degradar el amor a simple producción: la separación, en esta materia, comporta siempre rebajar la procreación del plano del amor al plano de la producción. En este caso, en consecuencia, los cónyuges son meros transmisores de genes, y el origen de la nueva vida no es ya el amor entre un hombre y una mujer, sino células de un hombre y células de una mujer. El ambiente en que se origina la nueva vida no es una familia, una comunidad de amor, sino un laboratorio. Y el hijo obtenido así no goza de un estatuto de radical igualdad con sus padres, sino que entra en la familia en condiciones de inferioridad, de subordinación, puesto que en la estructura de la técnica, que lo ha producido, se inscribe necesariamente la lógica del dominio.

El acto conyugal es un acto particular, que habla el lenguaje del cuerpo; un acto que materialmente realiza la donación íntegra personal y corporal, y la unión de los esposos. La fecundación artificial realiza la disociación de los gestos del acto conyugal destinados a la fecundación humana. La disociación deliberada de los gestos es patente: unos gestos están destinados al acto conyugal, y otros a la fecundación humana. Ninguno de estos actos expresa de suyo el amor y la mutua donación de los cónyuges. Muy al contrario, en realidad constituyen diversas fases de un proceso técnico perfectamente pautado; por eso, la nueva vida no es fruto del amor de los cónyuges, sino producto de un procedimiento técnico.

De todas formas, el problema no reside simplemente en que se trate de un procedimiento técnico, artificial. Si vamos a eso, también la cesárea es un procedimiento artificial en el parto, y es completamente lícita. La cuestión es que la artificialidad no es apta para acoger dignamente el origen de un ser humano, y ciertamente un método artificial de producir una vida humana instrumentaliza al mismo tiempo a la persona humana que es producida. Pero el problema, una vez más, no es sólo el tratamiento instrumentalizado de la persona generada, porque también el parto por cesárea, la incubadora, la alimentación artificial del neonato son medios artificiales. Más precisamente, lo que no se admite es un tratamiento instrumental de la generación de la persona, basándonos en su dignidad. El origen de la vida de tal persona en su bien más esencial (la vida) y en el momento más decisivo (cuando la recibe) no consiente la intervención de gestos artificiales de un tercero. La manipulación de embriones es relevante por este motivo, y no simplemente por el uso de medios artificiales sobre el recién concebido.

Como se ve, estamos lejos de caer en argumentos simplistas del tipo “la técnica es mala”. Las dificultades surgen no propiamente por la entrada de la técnica, sino porque lo que se produce es un ser humano, que se elabora técnicamente y por tanto con arreglo a la lógica inherente a la técnica. Un ejemplo: la técnica ayuda muchas veces a mantener la salud y la vida, pero un médico al que le faltase otro valor de referencia y razonase sólo desde el puntode vista técnico, trataría al enfermo con encarnizamiento terapéutico; en efecto, una acción productiva razona específicamente con juicios basados en la utilidad, la eficacia, el rendimiento, la calidad, es decir, con parámetros propios de la razón técnica. La relación se establece entre productor y producto, y ésa es una relación marcada por el dominio, la sumisión, la desigualdad, como no puede ser de otro modo, por la fuerza de las cosas.

El problema de la esterilidad

Es innegable que la esterilidad es una fuente de sufrimiento para muchas parejas que la padecen. Con frecuencia, en la mujer se presentan sentimientos de privación, de inutilidad, alteraciones emocionales y problemas de identidad. En el varón, la esterilidad significa comprometer la imagen de sí mismo, dado el frecuente equívoco entre fecundiad y virilidad, con repercusiones sociales. Y en ambos son frecuentes los sentimientos de culpa.

Las técnicas de reproducción artificial que venimos examinando se suelen presentar precisamente como soluciones terapéuticas a este problema de la esterilidad. Ante todo, hay que decir claramente que estas técnicas no son terapéuticas, en el sentido de que curen, mejoren la salud o la supervivencia, puesto que con ellas no se restituye a los cónyuges la fecundidad natural; con estas intervenciones, en efecto, no se busca curar la esterilidad sino satisfacer un deseo, cosa muy comprensible, pero que no tiene nada de terapéutica.

De cara a la esterilidad se podría actuar en tres niveles. El primero sería de tipo preventivo: una prevención dirigida a reducir al menos los tipos de esterilidad dependientes de comportamientos individuales o colectivos, como pueden ser la promiscuidad, la práctica de la concepción, el aborto, etc.

Un segundo nivel de intervención se daría cuando la esterilidad está ya presente: en ese caso, procede un diagnóstico que marque la terapia médica, quirúrgica o psicológica más ajustada. Actualmente, un 70% de las parejas puede conseguir un embarazo si se le proporciona una valoración adecuada de los factores de esterilidad y una terapia apropiada.

Pero si la prevención no es ya posible y la terapia médico-quirúrgica no es realizable, hay que ayudar a la pareja a descubrir un nuevo tipo de fecundidad en la propia esterilidad: sería el tercer nivel de actuación, que no tiene nada de retórico o utópico. Importa quitar dramatismo a la condición de esterilidad. De hecho, la esterilidad es una realidad biológica, mientras que la fecundidad va más allá: la maternidad y la paternidad son situaciones muy ricas (afectos, energías, fantasías, sueños, pensamientos, etc.) que se realizan en diversos contextos y proyectos de vida, muchas veces más allá del ámbito estrictamente familiar. En este sentido, es particularmente lúcida la respuesta de San Josemaría Escrivá a la pregunta de un periodista (cfr. Conversaciones, n. 96).


ImagenAdopción espiritual

CÉLULAS MADRE: ASPECTOS CIENTÍFICOS Y ÉTICOS DE SU OBTENCIÓN Y SU USO EN MEDICINA



por Juan Carlos García de Vicente

Entre los últimos años del pasado milenio y los primeros del actual, se ha producido un acontecimiento que ha desencadenado un gran entusiasmo científico, a la vez que muchas perplejidades. En 1998 se aislaron con éxito células madre embrionarias, y en 2002 se describió la existencia de células adultas con una capacidad muy similar a las células obtenidas a partir de embriones. ¿Qué son estas células? ¿Dónde se encuentran? ¿Cómo se obtienen? ¿Para qué sirven? Y ¿qué valoración ética merece la obtención y el uso de este tipo de células?

Comencemos intentando precisar qué son las células madre. En una primera aproximación, podemos decir que son células que poseen dos características singulares:

* la capacidad de multiplicarse (por división) muchísimas veces;

* y la capacidad de originar las células maduras (especializadas) que forman los órganos.

El organismo humano adulto es un conjunto organizado de miles de millones de células, que se agrupan en unos 250 tipos distintos. Las células del mismo tipo forman tejidos, que son las unidades funcionales de un organismo. Y así existe, por ejemplo, el tejido epitelial (de la piel), el tejido nervioso, el tejido muscular, el inmunitario, etc. Los diversos tejidos contribuyen a formar los órganos de un ser vivo: son órganos, por ejemplo, el cerebro, la piel, los gánglios linfáticos, el hígado, etc.

Los tejidos se renuevan y se mantienen -se regeneran- gracias a la multiplicación de sus propias células. Por ejemplo, las células epiteliales de la piel van reponiendo el cutis que desaparece a causa de heridas, la descamación, etc. Lógicamente, las células epiteliales dan lugar a células de la piel, no a células hepáticas o a neuronas. Es decir: la capacidad de generar células diferenciadas -o sea, especializadas- más allá de los límites del propio tejido en que se encuentran es muy limitada o inexistente. O sea, una célula del tejido epitelial no da lugar a una célula del hígado. Por eso se dice que las células de un organismo adulto carecen de plasticidad.

Avancemos un paso más. Imaginemos un árbol genealógico de todos los tejidos de un organismo adulto; si nos vamos remontando, en el origen encontraremos una sola célula: el óvulo fecundado o, mejor llamado, zigoto. De hecho, recorriendo el camino inverso, o desplegando ese árbol genealógico, son las sucesivas divisiones de esta única célula inicial o zigoto lo que da lugar al número actual de células de nuestro organismo (un 10 elevado a la 12 potencia: un millón de millones).

Pues bien: en el desarrollo del árbol genealógico celular de nuestro organismo, hay un momento de especial significado para el destino de las células que se formarán; ese momento ocurre durante la segunda semana de vida, hacia el día 14.

En ese momento, los centenares de células existentes en el embrión se reagrupan en tres bloques que constituyen tres familias distintas, llamadas endodermo, mesodermo y ectodermo: serán tres grandes familias que darán lugar a aquellos centenares de tipos celulares distintos que encontramos en el organismo maduro. Del mesodermo proceden los músculos, huesos, sangre y vasos sanguíneos; el endodermo dará lugar al aparato digestivo y respiratorio; el ectodermo a la piel y al sistema nervioso.

Se comprende intuitivamente que si tomamos un embrión antes de ese momento, por ejemplo hacia el 5º día de vida, y lo sometemos a un proceso de desintegración para conseguir sus células sueltas, aisladas, esas células tendrán dos extraordinarias características:

* una portentosa capacidad de multiplicarse indefinidamente; y

* una singular capacidad para originar los diversos tejidos de un organismo adulto. Es lo que se conoce como potencialidad celular.

Estas son las células madre o células troncales (en inglés, stem cells). Son la fuente que encontramos en el origen de todos los tejidos del cuerpo. Se les podría denominar células precursoras, células maestras, células progenitoras, células rectoras, pues poseen como los planos de montaje, desarrollo y construcción del entero ser vivo en el que se encuentran; en cambio, son lo menos parecido a pizarras en blanco, a entidades indeterminadas que podrían dar lugar a cualquier cosa, como alguna vez se las ha querido comparar.

Una vez visto someramente qué son las células madre, ahora hemos de preguntarnos dónde se encuentran. En realidad, hay dos fuentes de células madre. La primera ya la hemos mencionado: son los embriones (células madre embrionarias), cuyas células se obtienen rompiendo y disgregando (disolviendo) esos embriones a la edad de una semana de vida. Y la segunda fuente de células madre son los órganos de un individuo (células madre adultas), cuyas células se obtienen a partir de una biopsia de ese tejido.

Inicialmente, se pensaba que las células madre solamente las poseían los embriones (nombre que recibe el ser humano hasta la 8ª semana de vida). Pero en los últimos años se ha comprobado que también existen en los organismos ya desarrollados, diseminadas por los tejidos.

¿Por qué los órganos de un adulto conservan algunas células madre? Las células de la mayoría de los tejidos tienen un ciclo vital y están formándose y muriendo continuamente. Eso quiere decir que tiene que haber algo parecido a células madre en los tejidos que forman los órganos de un adulto, porque hace falta una fábrica de células de donde salgan las que sustituyan a las células viejas y reparen las partes dañadas del organismo. Esa fábrica son las células madre. Pensemos, por ejemplo, en la piel. Cada 21 días se renueva toda la epidermis, el cutis que vemos está enteramente formado por células muertas. En la zona basal de la dermis han de existir células con esa extraodinaria capacidad de multiplicación y diferenciación que hemos dicho. También la experiencia clínica de los trasplantes de médula ósea realizados para tratar diversos tumores de la sangre (leucemias, etc.), corroboraba esta intuición: la médula ósea trasplantada era capaz de originar la población celular de la que el enfermo era deficitario (leucocitos, glóbulos rojos, plaquetas...).

Ahora bien, lo lógico era pensar que las células madre adultas sólo podían originar células diferenciadas de tejidos que tuvieran un estrecho parentesco entre sí en aquél árbol genealógico. La sorpresa fue cuando los científicos descubrieron que esas células, cultivadas en los medios adecuados, podían reprogramar su núcleo y transdiferenciarse, dando origen a células especializadas correspondientes a otras estirpes. Por ejemplo, se ha conseguido que las células madre existentes en la sangre y en la médula ósea originen no sólo sangre y glóbulos blancos, que es lo lógico, sino también células musculares e incluso tejido nervioso.

Hemos visto qué son las células madre y dónde se encuentran; pasemos ahora al tercer punto de nuestro estudio: ¿cómo se obtienen? Aquí hemos de distinguir cómo se obtienen las células madre embrionarias y las células madre adultas, pues el proceso es distinto, y tiene, ya lo adelantamos, grandes repercusiones en la valoración moral.

¿Cómo se obtienen las células madre embrionarias? Sometiendo al embrión (producido en el laboratorio 5 días antes) a una solución química para disgregarlo, separando las células que lo forman, con el resultado inmediato de la muerte del embrión. El proceso parece fácil, pero no lo es tanto, porque muchas de estas células madre no consiguen sobrevivir más allá de unas horas, una vez puestas en el medio de cultivo. Un especialista con gran experiencia en experimentación sobre embriones humanos reconoció recientemente que para conseguir un cultivo estable y duradero de células madre que tenga las dos características que las definen, proliferación y potencialidad, es necesario destruir 200 embriones humanos en fase de blastocisto (4-5 días de vida). No se trata meramente de hacer "investigaciones sobre tejido embrionario", se requiere la destrucción del embrión.

¿Y cómo se obtienen las células madre adultas? Mediante la biopsia del órgano donde se piensa que habrá. En este caso, como es evidente, no se pone en peligro ni la vida ni la salud del sujeto que las aporta. En la médula ósea, por ejemplo, una de cada 10.000 células puede dar lugar a cualquier célula de las de la sangre (son las células madre multipotenciales). Y una de cada millón tiene elevada plasticidad para originar células incluso de otros tejidos muy alejados de su estirpe (se llaman células madre pluripotenciales). Las células madre adultas también se encuentran en el cordón umbilical, en la placenta, y algunos órganos fetales; para su obtención no se requiere la destrucción del ser humano.

Para la obtención de células madre adultas hay que superar el problema de su detección y aislamiento. Hoy existen ya varios equipos que han desarrollado técnicas de aislamiento de estas células madre adultas. Por ejemplo, mediante un procedimiento tan sencillo y seguro como la liposucción, se pueden obtener células madre presentes en la grasa subcutánea. A partir de un mililitro de lipoaspirado se pueden obtener del orden de 300.000 células madre. Convenientemente separadas sus fracciones y cultivadas las células madre, en 100 horas (4 días) hay ya colonias apreciables de células madre en proliferación. Actualmente se están desarrollando diversas estrategias terapéuticas basadas en células madre de tejido adiposo, incluyendo regeneración ósea, muscular, de cartílago, de miocardio, reparación de heridas (fístulas complejas, por ejemplo), e incluso de neuronas y células beta de páncreas.

Antes de continuar, conviene introducir ahora una aclaración terminológica, que puede ser útil. Se trata de las diversas denominaciones que se aplican a las células madre: totipotentes, pluripotentes, multipotentes, que se refieren a la diversa capacidad de diferenciación de las células madre.

* las totipotentes son las células del zigoto (ser humano con pocas horas de vida, constituído todo él por 2-4 células), y pueden dar lugar a tejidos tanto embrionarios como extraembrionarios (placenta).

* las pluripotentes son las células del embrión de 4-6 días (hasta la fase de blastocisto, inclusive), y pueden dar lugar a todos los tejidos del organismo, incluído el gonadal (espermatozoides y óvulos).

* las multipotentes se encuentran en casi todos los tejidos de un organismo adulto, y son las denominadas células madre adultas.


¿Para qué sirven las células madre?

En primer lugar, para curar muy diversas enfermedades. El método para usarlas sería como el de realizar un injerto de tejido normal y sano (es decir, un trasplante) allí donde un órgano estuviera severamente dañado. Pero en lugar de usar un tejido ya formado, se usan las células madre. Podrían tener uso clínico en el tratamiento de la diabetes (causada por un daño en las células beta del páncreas), el Parkinson (causadas por un daño en las células secretoras de dopamina), el Alzheimer, infartos cardiacos, tumores varios, etc.

El innovador campo terapéutico que abren estas células se conoce con el nombre de Medicina Regenerativa. Son una alternativa altamente prometedora a los trasplantes y a los tres principales problemas que llevan consigo: la escasez de órganos, su calidad y bioseguridad, y el rechazo inmunológico. Los tres podrían verse resueltos o al menos sufrir una revolución radical en los próximos años gracias a la Medicina Regenerativa.

En segundo lugar, las células madre en cultivo son también muy útiles para experimentar nuevos fármacos y probar sus características, ya que permite a los farmacéuticos contar con poblaciones celulares idénticas. Cada vez se conoce mejor el efecto farmacológico de las sustancias a nivel metabólico-celular. Por poner un ejemplo: tener cultivos de células hepáticas idénticas para experimentar la eficacia y acción de diversas sustancias contra la cirrosis, mejoraría mucho el logro de resultados.

En tercer lugar, la biología también podría verse muy beneficiada estudiando estas células, para conocer los mecanismos de la organogénesis y de la activación/desactivación de genes durante el desarrollo. Podría servir, por ejemplo, para conocer los mecanismos de activación de los genes relacionados con el cáncer o con malformaciones congénitas, y actuar sobre ellos.

Ya sabemos para qué sirven las células madre; pero ¿esas posibilidades son reales? ¿Qué resultados se han obtenido hasta ahora?

En los últimos cuatro años, se han logrado avances espectaculares con el uso de las células madre adultas; en cambio, hay muchas desilusiones con el uso de las células madre embrionarias. La evidencia científica lograda hasta el momento permite afirmar que los experimentos con células madre embrionarias no han producido aún un solo éxito terapéutico claro, ni siquiera en animales.

Un artículo publicado en una prestigiosa revista médica, en 2003, trae la lista de diez tejidos que se han conseguido derivar en laboratorio a partir de células madre adultas. Estos son resultados ya logrados, y muchos de ellos con uso terapéutico en pacientes. Las células madre fueron encontradas: en la sangre, en la médula ósea, en el hígado, en los músculos, en el intestino... Y consiguieron derivarse hasta células maduras de: hueso, cartílago, tendón, músculo, neuronas, hepatocitos, miocardio, etc.

En cambio, se están extremando las cautelas en la investigación clínica con células madre embrionarias, por el elevado número de tumores que se producen, debidos a la imposibilidad de regular debidamente la proliferación y diferenciación de esas células. A menos que estos graves riesgos se eliminen, los experimentos con células madre embrionarias no podrán tener ninguna aplicación clínica.

Por eso, un reciente documento de la Santa Sede señala que "la honradez científica más elemental sugiere que si una línea específica de investigación ya ha demostrado las condiciones de éxito y no plantea graves cuestiones éticas, ésta debería seguirse antes de embarcarse en otra que ha mostrado escasas perspectivas de éxito y suscita honda preocupación ética. Los recursos en la investigación biológica son limitados. La utilidad de las células madre embrionarias y de la clonación terapéutica es una teoría no probada que podría resultar una dramática pérdida de tiempo y de dinero".

Con la información aportada hasta aquí: qué son las células madre, dónde se encuentran, cómo se obtienen y para qué sirven, tenemos ya los datos suficientes para hacer una valoración moral sobre la obtención y uso médico de estas células.

Como ya se dijo, para obtener células madre embrionarias es necesario disgregar y romper el embrión humano vivo, cuando su crecimiento ha llegado a la fase de blastocisto (4-6 días de vida), y recoger las células de la masa celular interna. Este proceso causa la muerte del embrión. Puesto que el derecho de todo ser humano a la vida es un derecho básico y el más universalmente aceptado, la eliminación deliberada y directa de un ser humano inocente es un acto intrínsecamente inmoral, inhumano, indigno del hombre. La cuestión ética que está en juego es de la máxima importancia: la destrucción deliberada de una vida humana.

Además, hay que tener en cuenta que los embriones usados para abastecer el laboratorio de células madre pueden proceder de varias fuentes:

* embriones sobrantes en la reproducción artificial, que pierden su derecho a ser hijos y pasan a ser usados como animales de experimentación;

* embriones producidos mediante técnicas de reproducción artificial solo para ese fin;

* embriones producidos mediante clonación.

En esta cuestión, como es sabido, el punto esencial es responder a la pregunta: ¿qué tipo de ser es el embrión humano? La respuesta de la Biología es que estamos frente a un individuo vivo de una especie (en este caso, un ser humano vivo en desarrollo) cuando se cumplen estas condiciones:

* encontramos un ser uni o pluricelular con un genoma nuevo respecto al de los progenitores,

* que se desarrolla ordenadamente,

* y cuyo crecimiento se caracteriza por la autonomía y la continuidad.

Su centro de organización vital (su genoma, que es absolutamente original, único), está presente ya desde el estadio final de la fecundación, y se mantendrá idéntico hasta que ese ser muera.

Para obtener células madre adultas no hay, en cambio, ningún problema ético de esa envergadura. El método para conseguir estas células madre adultas es realizar una biopsia, de ahí los criterios éticos que deber tenerse en cuenta:

* que la biopsia sea realizada en condiciones de seguridad para el paciente (asepsia, equipos adecuados, etc.);

* que el interesado (o sus tutores, en el caso de las células madre adultas tomadas del cordón umbilical o de la placenta) dé su consentimiento;

* cuando se trate de células madre adultas procedentes de embriones o fetos que han muerto durante un aborto espontáneo, habrá que asegurarse: a) de que no hay complicidad o comercio entre los investigadores y las causas de los abortos; b) de que el embrión o feto están realmente muertos; c) de que los padres dan el consentimiento.

En cuanto al uso de estas células madre adultas, por ahora se imponen las mismas cautelas éticas que son necesarias en cualquier experimentación humana. Y se deberá contar con que haya suficiente experiencia previa en animales.

Se han mencionado los embriones producidos por clonación. Veamos qué significa esto. Durante las últimas décadas ha habido grandes avances biotecnológicos, que permiten producir, manipular y desarrollar embriones de diversas especies animales en ambiente de laboratorio, in vitro como se dice técnicamente. Mediante algunas técnicas se obtienen embriones genéticamente iguales, clónicos, se dice, pues clonar significa obtener seres vivos idénticos desde el punto de vista genético, a partir de un solo individuo. Este proceso, que ocurre corrientemente en la naturaleza por ejemplo en la reproducción de protozoos y bacterias, o en la aparición de los gemelos monozigóticos, es el que se intenta provocar artificialmente. En la carrera por disponer de grandes bancos humanos de células madre embrionarias, se pensó en aplicar estas técnicas en el hombre. Veamos cuáles son y cómo se realizan.

Interesan sobre todo la gemelación artificial y la clonación por transplante nuclear, ya que ambas permiten multiplicar embriones genéticamente idénticos para poder obtener posteriormente células madre embrionarias que no sean rechazadas si se implantan en el sujeto que donó su material nuclear para la construcción del embrión.

Gemelación artificial. Para obtener embriones clónicos en el laboratorio, se lleva usando desde hace varias décadas el método de la fisión embrionaria, inicialmente en vertebrados no mamíferos y posteriormente en mamíferos (terneras); de este modo se han conseguido clones de ganado selecto. La técnica, en breve, consiste en partir por la mitad el embrión en fases tempranísimas de su desarrollo, para que cada mitad forme un animal completo. Es un intento de imitar lo que ocurre en la naturaleza cuando se forman gemelos monocigóticos. En la especie humana este fue el primer método de reproducción asexual empleado, en un experimento del año 1993. Trabajaron sobre un grupo de 17 embriones en estadios de 2 a 8 células, obtenidos por Fecundación in vitro. Lograron conseguir un total de 48 nuevos embriones genéticamente idénticos (gemelos clónicos). Al concluir el experimento se eliminaron los embriones, pero quedó confirmada la posibilidad de generar embriones humanos clónicos por la vía de la fisión embrionaria.

Clonación por transplante nuclear

Como ya se ha visto, las células adultas muestran un importante grado de diferenciación, de modo que cada tejido u órgano se encuentra comprometido en exclusiva para realizar determinadas funciones. Por eso, a los científicos les parecía imposible que esas células pudieran recuperar la capacidad que tienen las del embrión para originar todo tipo de tejidos (totipotencia). Era una ley biológica aceptada que los genes de las células diferenciadas quedaban como bloqueados (impronta) para expresar sus capacidades. En el adulto, la impronta del genoma es impresionantemente estable. La diferenciación alcanzada por cualquier célula adulta parecía imposibilitarla genéticamente para revertir el proceso, desdiferenciarse, y manifestar la totipotencia del genoma.

Para responder a la pregunta de si era posible que el genoma de una célula de un adulto pudiera revertir a una situación de menor diferenciación y recuperar la capacidad de dirigir todo el desarrollo embrionario, se realizaron los experimentos de transplante nuclear. Veamos en qué consisten.

Se empezó trabajando sobre especies de anfibios, en la década de los setenta. En un ovocito de sapo se elimina su núcleo original y luego se le inyecta el núcleo de una célula diferenciada procedente de otro sapo (por ejemplo, el núcleo de una célula intestinal). Se descubrió entonces que el citoplasma del ovocito receptor era capaz de interactuar con el núcleo del donante y borrar su impronta génica. Y daba lugar a un sapo adulto clónico (idéntica información genética) con respecto al sapo donante de la célula intestinal.

Estos experimentos demostraban, por un lado, que ningún gen esencial para el desarrollo embrionario se pierde o queda inhibido irreversiblemente en las células diferenciadas, y, por otra parte, que es posible la clonación de animales inferiores mediante el transplante nuclear.

En mamíferos, el asunto parecía mucho más difícil de conseguir. El problema fundamental era que, una vez introducido el núcleo en el ovocito, hacía falta un tiempo bastante largo para que el citoplasma eliminara la impronta nuclear, posibilitando la activación del genoma. Durante ese tiempo, los cromosomas del núcleo transplantado deben de estar en reposo en cuanto a la duplicación del ADN (situación quiescente). Esto es difícil de conseguir en los animales usuales de laboratorio (ratones). Sin embargo, en algunas especies (la oveja, por ejemplo), tras la fertilización natural, el genoma del cigoto permanece muchas horas inactivo, dando lugar al desbloqueo génico. Esta circunstancia ha sido aprovechada para efectuar la clonación por transplante nuclear en ovejas. Así se logró Dolly, la primera oveja clónica.

El procedimiento de clonación en mamíferos comienza por la obtención de ovocitos de una oveja. Estos ovocitos son cultivados in vitro y desposeídos de su núcleo. Por otro lado, se dispone de un cultivo de células epiteliales de glándula mamaria de otra oveja (células completamente diferenciadas y adultas); estas células, debidamente preparadas, serán las donantes de los núcleos que se transplantarán a los ovocitos ya indicados. Antes de efectuar el transplante, la población celular donante del núcleo es sometida a un tratamiento especial para conseguir que los núcleos queden quiescentes o en reposo. Este es un punto clave para el éxito de la técnica, ya que estos núcleos situados fuera del ciclo de proliferación se asemejan más a los núcleos de los espermatozoides, y al penetrar en el citoplasma del ovocito tardan más tiempo en activarse, lo cual permite que los factores citoplásmicos del ovocito actúen en la reorganización del genoma del núcleo inyectado para la desinhibición de los genes responsables del desarrollo embrionario.

La transferencia de los núcleos mamarios se realiza cultivando los ovocitos sin núcleo junto con las células de glándula mamaria quiescentes. Mediante una pequeña descarga eléctrica, se provoca que las células mamarias fusionen su citoplasma con los ovocitos. De tal manera, se obtienen ovocitos que han incorporado el núcleo de las células epiteliales mamarias de la oveja donante. Un pequeño porcentaje de esos ovocitos se activan y comienzan el desarrollo embrionario. Al cabo de unos días de cultivo in vitro, los embriones mejor desarrollados se implantan en el útero de otra oveja preparada hormonalmente para la preñez. De todos los embriones implantados, sólo algunos logran desarrollarse completamente. Si hubo éxito, la oveja pare corderos clónicos de la oveja donante de los núcleos transplantados.

¿Por qué tanto interés en la clonación como modo de obtener células madre embrionarias?

La razón es evidente. Como ya se ha indicado, el embrión es una fuente de células madre totipotentes (células indiferenciadas, capaces de originar todas las estirpes celulares del organismo). Diversas líneas de investigación biológica pretenden aislar esas células y conseguir diferenciar distintos tipos celulares (neuronas, células sanguíneas, musculares, etc.), que podrán ser utilizadas para transplantes en variadas enfermedades. Si además estas células proceden de un embrión clónico del paciente destinatario del transplante, su organismo reconocería a las células transplantadas como propias (tienen el mismo genoma), desapareciendo el peligro de rechazo.

Por lo tanto, la denominada “clonación terapéutica” usa los embriones clónicos como fuente de células madre para transplante. El modo de empleo sería el siguiente. Supongamos que se quieren usar en un enfermo de aplasia medular, cuya médula ósea no es capaz de fabricar las células de la sangre. Habría que fabricar un embrión clónico de dicho paciente a partir del núcleo de una célula adecuada del enfermo. Una vez que el embrión así generado alcanza la etapa de blastocisto, se destruye para extraerle sus células madre. Luego, en el laboratorio, estas células serán transformadas en células de médula ósea, que finalmente son transplantadas al paciente sin ningún problema de rechazo.

Algunos autores intentan diferenciar la clonación humana con fines reproductivos de la clonación con fines terapéuticos, y piensan que el rechazo moral y legal sólo afectaría a la primera, mientras que la finalidad “terapéutica” otorgaría a la clonación un sentido humanitario y desinteresado que la haría completamente inocente y lícita. Sin embargo, tanto una como otra implican la creación, uso y destrucción de embriones humanos. Además, en el supuesto de que inicialmente se autorice sólo la clonación con fines terapéuticos, su uso y extensión conducirá al olvido de los reparos morales y legales en cuanto a su utilización en reproducción humana. Por eso, al evaluar éticamente estos procedimientos, hay que fijarse ante todo en lo que se hace (destruir el embrión) independientemente de la finalidad “terapéutica” o reproductiva que se proponga.

Ningún ser humano puede ser instrumentalizado con vistas a otra cosa, o usado en aras de algún otro fin. La posibilidad de la reproducción asexual en el hombre, ya sea mediante la gemelación artificial o la clonación por transplante nuclear, resultan muy reprobables desde el punto de vista ético, y no se justifican bajo ningún concepto. Del mismo modo, la “fabricación” de embriones humanos con miras a utilizarlos como fuente de células para transplante implica considerar a la persona humana de modo exclusivamente instrumental, no como un fin en sí misma. El que esa instrumentalización concluya con la destrucción del embrión, añade a la manipulación la gravedad de la eliminación voluntaria de una vida humana.

La clonación está enraizada en una mentalidad claramente eugenista, con tendencia a la fijación arbitraria de un determinado contenido genético, que se considera como el más adecuado: según esta mentalidad, el valor del ser humano no depende de su identidad personal, sino de cualidades biológicas que pueden seleccionarse. Tiende a considerar la bisexualidad como un residuo funcional y adopta la lógica de la producción industrial al terreno de la procreación humana.

En el proceso de clonación reproductiva se destruyen o se comprometen seriamente las relaciones fundamentales de la persona humana: la filiación (el embrión no es hijo de nadie), la consanguinidad, el parentesco y la paternidad o maternidad. Así mismo la clonación reproductiva merece un juicio negativo con relación a la dignidad de la persona clonada, que vendrá al mundo como “copia” (aunque sólo sea copia biológica) de otro ser. No conocemos en qué medida afectará todo esto a la identidad psíquica del individuo clonado. El crecimiento de la popularidad de la reproducción asistida, sobre todo de la extracorpórea (FIVET, técnicas de micromanipulación de gametos, etc.), está contribuyendo a que disminuya de un modo alarmante la sensibilidad general ante las diversas posibilidades de manipulación del embrión humano. Y subyace el peligro de que procedimientos como la clonación de seres humanos, que aún en la actualidad chocan con la sensibilidad de la sociedad, en un futuro más bien próximo queden desposeídos de ese carácter negativo y puedan ser aceptados como algo normal e incluso deseable ante determinadas circunstancias que implican el recurrir a la reproducción asistida, o a la terapia celular.

Últimamente han surgido algunas propuestas interesantes en torno a la posibilidad de obtención de células madre embrionarias humanas sin recurrir a la generación y destrucción de embriones.

Una de estas propuestas se debe a Leon R. Kass, director del President´s Council of Bioethics (organismo que asesora al presidente de los Estados Unidos en estos temas). Parte del hecho de que, en las técnicas de FIVET, se producen embriones humanos que, por un accidente en el proceso de fertilización, han detenido su desarrollo; es decir, se trataría de seres humanos clínicamente muertos, pero con células embrionarias viables, susceptibles de ser utilizadas para la obtención de líneas de células madre embrionarias. Se arguye que la situación de estos embriones sería la equivalente a la de un adulto en estado de muerte cerebral, del que, como es sabido, se pueden utilizar sus órganos para transplante, sin problema ético.

El gran problema es que, así como la situación de muerte cerebral es fácil de diagnosticar en el adulto, no parece tan sencillo asegurar de modo cierto la identidad de muerte y la no viabilidad de un embrión sobrante de la FIVET. Además, la utilización de estos embriones (aunque estuviesen clínicamente “muertos”) podría conducir a una progresiva insensibilización ante el embrión humano y su cosificación. Por otro lado, si se generaliza el uso de estos embriones, esto podría repercutir en un incremento de la generación de embriones en FIVET, en principio con fines reproductivos, pero que de hecho acabaría siendo utilizados experimentalmente.

William B. Hurlbut, de la Universidad de Stanford, y otros, han planteado otra opción que requerirá aún de mucha investigación previa y mejores conocimientos de los mecanismos de regulación y expresión génica en el embrión. Se trataría de realizar una clonación defectiva, lo que el autor denomina un transferencia nuclear alterada. En pocas palabras, consistiría en alterar genéticamente el núcleo somático que se va a transferir, de modo que uno o varios genes cruciales para el desarrollo embrionario queden bloqueados irreversiblemente. Así, la célula resultante de la transferencia al ovocito sin núcleo no sería un cigoto, es decir, un embrión unicelular ya constituido como un ser individual humano, sino un elemento celular capaz de replicarse y de diferenciar líneas celulares embrionarias humanas, que acabarían originando un cuerpo embrioide, pero no un auténtico blastocisto; de este “pseudoblastocisto” es presumible que se podrían aislar células madre embrionarias. Esta propuesta es sugerente, porque teóricamente evita la utilización de embriones humanos, pero aún queda bastante por investigar acerca del modo práctico de desarrollar esta técnica, y por tanto es desconocida su eficacia en orden a la producción de células madre embrionarias. Además de que se le ha planteado, con gran acierto, una importante objeción: ¿cómo saber que no estamos simplemente creando un embrión humano con una discapacidad tan grande que le impide desarrollarse normalmente? Total, estas nuevas vías, hoy por hoy, no dejan de ser unas interesantes hipótesis, que necesitarán mucha investigación previa en animales, antes de ver si pueden ser trasladadas al hombre.

En cualquier debate que se presente sobre estas cuestiones, es importante tener en cuenta estas tres ideas:

* ¡Bienvenida sea la investigación! Es completamente necesario sostener y promover la investigación científica en beneficio de la humanidad. Por eso es un deber ético alentar aquellas investigaciones que se proponen curar enfermedades y mejorar la calidad de vida de todos, con tal de que dichas investigaciones sean respetuosas con la dignidad del ser humano. Este respeto exige que toda investigación que sea contraria a la dignidad del ser humano sea moralmente excluída.

* Es urgente la investigación con células madre adultas. Los múltiples logros terapéuticos que han sido demostrados utilizando células madre adultas, y la promesa de que puedan aún servir para muchas otras enfermedades como desórdenes neurodegenerativos o diabetes, nos ponen en condiciones de afirmar que los esfuerzos por respaldar esta fructífera vía de investigación son una cuestión urgente. Además, está universalmente aceptado que el uso de las células madre adultas no implica problema ético alguno.

* Es absolutamente falso que se quiera negar la posibilidad de curación a ciertos enfermos. La idea de que se está negando un tratamiento médico ya disponible si no se investiga con embriones humanos, es absolutamente falsa. Lo que se discute no es "la aplicación de un tratamiento a ciertos pacientes", sino permitir la investigación biológica básica (conocer los mecanismos de la reprogramación celular) al precio de matar a seres humanos.


Para concluir: ¿por dónde irá el futuro en este terreno? De lo expuesto se deduce claramente que va por el uso de células madre adultas para aplicaciones terapéuticas, y en segundo lugar, por la investigación con las células madre procedentes de embriones animales, para conocer mejor los mecanismos de diferenciación celular.

Ahora bien, si esto es así, ¿por qué ese empeño en usar embriones humanos? Esencialmente porque para algunos investigadores no existe ninguna diferencia entre el ser humano y seres de cualquier otra especie animal. Otras causas determinantes son, también:

* Porque hay mucho dinero y fama (intereses de investigación) en juego: hay industrias que han invertido millones y millones de dólares hasta ahora, y son los equipos más avanzados. Ellos son los primeros interesados en promover la investigación con embriones (clonación incluída) en todo el mundo, para que les compren su patente. En esas empresas tienen acciones Universidades, Hospitales, entidades privadas...

* Porque estamos inmersos en una cultura acrítica hacia el mito de la biotecnología, que promete un paraíso de salud y bienestar en la tierra a corto plazo. El sector farmacéutico ve abundante dinero en ciernes (se beneficiarán diabéticos, enfermos de Ahlzheimer, de Parkinson) y todos quieren llegar los primeros cuanto antes. Además, quienes finanacian estas investigaciones quieren recuperar beneficios en pocos años, no que lo recuperen sus hijos, y eso impone "saltarse barreras de tiempo" que la ciencia había conseguido levantar tan sabiamente (los códigos de buena práctica médica en investigación clínica; las fases de experimentación en animales).

* Porque hay una gran presión social que los medios de comunicación fomentan irresponsablemente. En grupos muy sensibles (en diabéticos, enfermos de Alzheimer o de Parkinson, p. ej.), se crean falsas expectativas, se les envía el mensaje de que será posible su curación con células madre, y no es verdad. Esos colectivos están siendo utilizados: deberán pasar aún muchos años (10 al menos) hasta que se pueda contar con una terapia de trasplante celular a escala hospitalaria o ambulatoria partiendo de células madre.

Ante los argumentos habitualmente esgrimidos para justificar el uso de embriones como “material de experimentación”, se exponen las siguientes consideraciones:

Se argumenta que esta técnica debe ser favorecida en razón del beneficio que se derivará para la sociedad y para muchos enfermos. El valor evidentemente positivo que tiene la lucha contra la enfermedad no debe hacer olvidar que cada intento de producir células madre embrionarias se salda al menos con una víctima mortal. Bien está la experimentación y la investigación, pero no cuando su precio es la eliminación de vidas humanas. La persona no puede ser usada nunca como instrumento para otro fin, como ya señaló Kant con aquella frase célebre "obra de tal manera que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de otro, siempre como fin, nunca solamente como medio". En ningún caso es lícito usar a un ser humano "sólo como medio", es decir no por su valor en sí, sino por su valor como cosa (piénsese en el uso de seres humanos como rehenes, o en la prostitución, la explotación infantil, el chantaje). La historia reciente demuestra que cuando se elude el deber de respetar la vida humana sin excepciones, se inicia una pendiente resbaladiza que lleva a extremas injusticias y delitos contra la humanidad.

Se argumenta también que existen muchos miles de embriones congelados sobrantes de FIVET, que han sido abandonados por sus legítimos propietarios; y sería mejor sacar algún provecho de ellos, que destruirlos pasados 5 años, como dicta la ley. En buena lógica, este argumento debería replantear la FIVET y los abusos que impunemente lleva consigo. Pensado a fondo este argumento, sería como proponer usar a los condenados a muerte como animales de experimentación. También en este caso, en lugar de desperdiciar "material biológico", la sociedad podría sacar un gran beneficio a favor de personas incapacitadas o enfermas, etc. Lo mismo se podría decir con los niños abandonados (los niños de la calle, de Brasil), los mendigos... Saquemos de ellos provecho científico y social; démosles una utilidad social (a sus riñones, córneas, hígado, pulmones, investigar en ellos nuevas sustancias), en vez de eliminarlos o que se destruyan ellos llevando una vida perra. Obviamente, obrar así con estas personas sería una injusticia sobreañadida a otra. También podría reproponerse la pena de muerte, con el fin de contar con más órganos a disposición de la sociedad…

Una variante de este argumento quiere justificar moralmente el uso de embriones congelados porque "si no lo hacemos nosotros, lo harán otros". Tal postura es expresión de la capitulación ética. Como si algo dejara de ser moralmente malo porque, a fin de cuentas, ocurrirá igual de todos modos. Sería como razonar que, puesto que la naturaleza mata inesperadamente a seres humanos (terremotos, volcanes, inundaciones), y al fin todos hemos de morirnos, puede estar justificado en algunos casos el terrorismo o el asesinato. Pensemos, además, que el argumento de que "hay otros que también lo hacen", no lo aceptamos en el caso de la explotación laboral infantil, o de la esclavitud, o de la pena de muerte.

Se argumenta finalmente que el progreso científico es imparable. Es preferible regularlo que intentar impedirlo. Si no, los investigadores estarán tentados de cometer abusos incontrolados, que es justamente lo que se quiere evitar. La tesis podría funcionar bien en un ámbito meramente jurídico (de legalidad, no de moralidad) y para delitos menores. Pero a nadie se le ocurre, por ejemplo, pretender reglamentar penalmente el homicidio tolerando algunas excepciones.

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