Testimonio de Inés reproducido con su permiso "para la gloria de Dios porque da testimonio de Su Misericordia". Es una respuesta a otro testimonio.
(...) «Lo que ella dice es así, una no deja de ser una madre por haber abortado. Yo lo hice hace muchos años atrás. Cuando el Señor me visitó y fui a confesarme por primera vez ya habían pasado treinta de años de la muerte de mi hijo. No podría decir por qué pero en esa primera confesión me olvidé de él sin intención de hacerlo ya que era la principal razón por la que nunca me confesé aún tratando de intentarlo.
»Unas semanas después fui a una misa, yo estaba atrás de todo parada ya que la iglesia estaba repleta de gente. Entonces escuché al sacerdote decir, como parte de una oración de sanación, “hay una mujer en esta sala que por esas cosas de la vida cometió un aborto….” Y me fui a ver al sacerdote con el que me había confesado anteriormente. El me miró primero enojado pero luego se dulcificó su mirada y me dijo que confesara todos mis pecados de vuelta. Me dio mi penitencia.
»Un tiempo después de llorar mucho, leí en una revelación privada que Jesús decía “ ¡Ah, cuánto sufro de ver cómo el seno que modela este niño lo rechaza y lo envía a la muerte sin un nombre y sin remordimiento! El seno que lo modeló ya no lo recuerda” . Seguí los consejos de un sacerdote de pedirle a Dios que bautizara a mi hijo que yo había abortado, de darle un nombre: José Francisco. Un día fui a una reunión de oración de la renovación carismática, y la persona que guiaba la oración dijo: “Y El entró al santuario”. Y tuve una imagen mental, era de un útero, y había dos fetos, uno sostenía al otro . Y entonces entró Jesús y dijo: “Dámelo” y se fue con el que era sostenido.
»Tiempo después en un momento de oración el Señor me hizo ver que debía perdonarme porque no sólo rechazaba su Misericordia sino también el perdón de mi propio hijo. Más tarde advertí que el confesor que me concedió la absolución y al que llegué sin saberlo, pertenecía a una orden misionera y tenía la dispensa para concederme la absolución. La Misericordia de Jesús es así, no perdona en abstracto sino que lo hace pensando aún en los detalles.
Bendiciones en los Dos Corazones.»
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