El pasado 14 de septiembre, durante la conferencia impartida en Logroño por Gregg Cunningham, Director Ejecutivo del Centro para la Reforma Bioética en EE.UU, nos contó que en cierta ocasión copió el reportaje que publicitaba a una clínica abortista de su país. En el punto donde se decía alguna mentira, él insertó imágenes de lo que es un aborto real. Cuando divulgó su vídeo para informar a la opinión pública estadounidense, la clínica lo demandó. Gregg ganó ese juicio y, hasta ahora, todos los relacionados con sus acciones pro-vida.
Nos puso el vídeo. Fue estremecedor. Algunas personas, horrorizadas, apartaban la vista de la pantalla. Yo la mantuve fija, presa de la vergüenza, la indignación y el dolor. Si alguien vuelve a negarme la atrocidad de un aborto, podré decirle: “¿Tú has visto alguno? Yo sí. Ni te atrevas a decirme lo que NO ES arrancar a un niño de las entrañas de su madre. He visto recoger su cuerpecito mutilado en una palangana metálica, pasarlo en una sábana para comprobar que estaba completo y tirarlo a la basura”
Greg insistía en esta idea fundamental: ninguna injusticia ha sido vencida mientras era desconocida. Tiene que dolerle a la sociedad para que esta reaccione. Las palabras, por sí solas, no son suficientes para provocar el cambio: ocultan parte de la verdad. Las representaciones visuales son imprescindibles para restaurar el verdadero significado de este mal tan inexplicable, sistemáticamente encubierto por las empresas interesadas, muchos políticos y parte de la sociedad, con expresiones como “solución menos dañina”, “mal necesario”, “decisión responsable”, “no es un niño”, etc. Llama la atención que la prensa utilice siempre el recurso de la imagen, menos cuando se habla del aborto.
El movimiento antiesclavista británico, o el de los derechos civiles de los negros americanos, no despegaron hasta que se publicaron los primeros grabados reflejando los abusos practicados contra los esclavos, o el rostro de las víctimas de los linchamientos racistas; el holocausto nazi, el genocidio de Camboya o el de Bosnia, necesitaron fotografías y vídeos para que las sociedad conociera y condenara el horror que vivían las personas afectadas. Por el número de víctimas y por la selección de estas que se hace, el aborto es un genocidio que debemos combatir.
Aunque el “derecho de persona” es un estado legal según el cual la sociedad concede o niega derechos a tenor de los valores que promueven sus políticos y que conforman sus leyes, la humanidad del niño -cosa distinta al derecho de persona- está fuera de discusión incluso para la comunidad científica.
Gegg Cunningham advirtió a movimientos pro-vida, iglesias, medios de comunicación, y ciudadanos en general: “si ocultáis estás imágenes, si ocultáis el rostro de las víctimas, contribuís a esta inmensa injusticia”.
Exhibir fotos de fetos y embriones humanos abortados no induce a la violencia contra los pro-abortistas; sin embargo, sí resultaría inmoral, pedir a los movimientos pro-vida que cedan en sus esfuerzos por ganar derechos constitucionales básicos y por contar a la opinión pública la verdad completa del aborto.
Conferencia en Madrid
El desarrollo embrionario puede verse en su web EHD
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