30 septiembre 2004
25 septiembre 2004
24 septiembre 2004
¿Tienes un problema?
Los partidos ante el aborto: guía rápida del votante provida.
Descúbrelo todo sobre el infame negocio del exterminio. +info Para detener el holocausto, hacen falta personas como tu. +info Para eliminar el aborto, es necesario combatir las causas. ¿Muy difícil? +info Libros, películas, charlas, actividades... ¡te lo ponemos fácil! +info Si tienes un problema, el asesinato no es solución. +info Organizaciones que luchan contra la pesadilla en todo el mundo. +info
18 septiembre 2004
Recetario para una campaña pro-eutanasia
Interesante artículo Recetario para una campaña pro-eutanasia
17 septiembre 2004
Pido perdón
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Me desprecio a mí misma. El otro día sostuve a una enferma de alzhéimer entre los brazos mientras la bañaban. Su escueto cuerpo casi se me resbalaba en la bañera y vi a su esposo llorar por el temor a perderla. La restregamos, frotamos y secamos. La vestimos y la acostamos. ¿Y saben qué pensé? Pensé que su muerte sería un alivio, que me parecían un desatino la mente completamente perdida y el cuerpo desmadejado de mi amiga, un contradiós. Al día siguiente, en un golpe de lucidez, repasé estos pensamientos de la víspera. Y decidí pararme un momento a examinar por qué una cristiana practicante, bendecida por la vida y las circunstancias económicas, familiares y sociales, podía desearle la muerte a otra persona. Recordé mis manos lavando a la mujer y su cuerpo estremeciéndose de gusto por el agua caliente y las caricias de la esponja. Recordé su alegría por los colores del camisón y un resto de mirada tierna hacia su marido. Ella no sufría, era feliz en su simpleza. Lo recordé también a él, contento con la escena, satisfecho por conservarla a su lado, por ayudarla día a día, por mi amistad. Y caí en la cuenta de que en aquella escena sólo yo puse muerte. Y no lo hice por el bien de la enferma, que disfrutaba; no lo hice por su familia, que la quiere, lo hice simple y llanamente por cobardía. Porque sufrí viéndola y no quería seguir sufriendo. Porque no tenía una respuesta ante el misterio que tenía delante. Entonces me avergoncé de mí misma y, lo que es más importante, caí en la cuenta de que el día anterior mi desconcierto me impidió apreciar que la enferma disfrutaba con nosotros y con el baño, y su familia también. Así es, amigos. La mentalidad dominante está al acecho para colarse en nuestra mente a la menor oportunidad. Para sembrarnos de duda y de miedo la cabeza e impedirnos ver la belleza, el bien, la positividad. Pido perdón por haber vacilado, por haber censurado la hermosura. Por haber creído en el mal. Y concluyo: si yo, que apenas veo la tele; que leo a los clásicos porque mi padre me enseñó; que soy católica porque la Iglesia me ha abrazado; que lo tengo todo, albergo alguna vez pensamientos de muerte ¿Cómo no los va a albergar el resto de mis contemporáneos, sometido a un constante bombardeo de mentiras? ¿Cómo no los van a albergar ciertos enfermos desalentados, tantas personas ideologizadas sin siquiera saberlo, tantas víctimas de la mentira? Si estoy contenta hoy es por haber pedido perdón y por haber caído en la cuenta de la verdad. Por haber reconocido la belleza de la vida de mi amiga y su marido, y haber redescubierto que vale más que la mía porque dan testimonio de una belleza que no se somete a los estándares de calidad. Queda mucha hermosura por mostrar en un mundo tan débil y tan lleno de tristeza como estamos creando.
Cristina López Schlichting
la Razón
15 septiembre 2004
Entre rejas por defender la vida
Defender la vida humana en el seno materno puede resultar peligroso, y no estamos hablando de un Estado totalitario sino de España. Fernando Viguier, un camionero de 49 años, lo acaba de sufrir en sus carnes. Esta es su odisea en manos de la Policía y del magistrado del juzgado número 9 de Zaragoza. Un juez deja a un camionero un día entero en el calabozo por hacer una pintada contra el aborto.
Me reconcomía el alma de pensar que en los bajos de mi casa se estaba acabando con vidas humanas y decidí hacer una pintada?. Fernando Viguier, barcelonés de 49 años, afincado en Zaragoza desde hace 4, explica a ÉPOCA los motivos de una actuación que le ha costado un trago amargo. Casi un día entero incomunicado, en el calabozo, alimentado por un bocatín de tortilla y sin saber qué iba a ser de mí, porque el juez rechazó el habeas corpus que presentó mi mujer.Pero volvería a hacerlo. Fernando puso con un spray la palabra "Asesinos" sobre la pared de la clínica abortista Almozara, por una cuestión de conciencia. "Soy coherente con mis ideas, sobre todo cuando se trata de un asunto tan grave, el primero de todos los derechos que están vulnerando unas leyes injustas".
Fabiola, la mujer de Fernando, tercia: "Los tres supuestos implican dejar impunes unos asesinatos y no podemos quedarnos cruzados de brazos ante esa injusticia. Mi marido y yo no podemos estar tan tranquilos, comiendo o viendo la tele, cuando unos metros más abajo unos cirujanos están terminando con vidas humanas en el seno de sus madres".La pintada le costó a Fernando una noche enrre rejas. "Me quitaron los gafas y no podía leer ni los documentos que me mostraban -nos cuenta- ; me tuvieron unas 22 horas, desde las 3 de la tarde de un viernes hasta la 1 del mediodía de un sábado, sin otro alimento que un bocatín pequeño de tortilla; además el juez me habló de malos modos y denegó el habeas corpus?. Quien así habla es un padre de familia, un hombre de aspecto sencillo y expresión amable. Pero que no tiene miedo de defender sus ideas. No soy un delincuente, ni tampoco un agitador social? explica ?sino un trabajador.
Fernando Viguier hace una media de 500 kilómetros diarios con su camión para llevar el pan a su casa. Me levanto a las cinco de la mañana para coger el camión, ir a por la carga y llevarla luego a sus destinatarios en Soria, Logroño, Pamplona cuenta. No menos de 13 horas diarias al volante para ganar alrededor de 1.300 euros mensuales limpios (unas 180.000 pesetas). La detención y el trato recibido por Fernando fueron desproporcionados" señala Fabiola. Y añade que, en su opinión, el problema no es la pintada en sí, sino el mensaje: En esta sociedad resulta políticamente incorrecto poner la palabra Asesinos en una clínica abortista Yo pensaba que una pintada se resolvía con una multa? -dice Fernando-. Lo que le sorprende es que lo mantuvieran casi un día en el calabozo. La mujer del camionero no oculta su indignación: en el País Vasco, los proetarras llaman Asesinos en la cara a los políticos; y jueces y policías no mueven un dedo y aquí detienen a un trabajador, cuyo único delito ha sido, precisamente, defender la vida y denunciar un hecho real: el aborto.
Todo comenzó cuando Fernando, harto de ver a chicas jóvenes que entraban en la clínica para someterse a abortos, bajó a pintar la palabra Asesinos. Lo hizo cuando se iba a trabajar, a las 5 de la mañana. Pero fue grabado por una cámara de seguridad del centro médico y, posteriormente, éste lo denunció. Fernando fue requerido por la Policía y se presentó en comisaría un viernes a las 2,30 de la tarde. No tenía miedo -comenta- Había hecho lo que, en conciencia, creía que era justo.Su mujer lo esperó pensando en que no tardaría en volver. Pero transcurría la tarde y Fernando no salía. Por la noche, lo trasladaron a la Jefatura Superior de Policía de Zaragoza. Fabiola estaba muy preocupada. Su marido se había ido sin comer, no sabía nada de él, llegó a pensar que le habrían podido pegar. Presentó entonces un habeas corpus (derecho de todo ciudadano a comparecer sin demora ante un juez para que, oyéndole, resuelva si la detención es legal). Y ahí comenzó para ella otra dolorosa odisea, paralela a la de su marido. En Jefatura no le respondieron si Fernando estaba allí detenido y la remitieron al Juzgado. Pero en este le dijeron que su marido estaba libre desde hacía rato. Volvió entonces a Jefatura, con la convicción de que la estaban mintiendo y mareando. En la Policía le confirmaron, por fin, que estaba detenido allí y le volvieron a enviar a los Juzgados para que presentara el habeas corpus. Y en el Juzgado le dijeron que esperara un momento, porque su marido iba a salir en breve. Pero después le dijeron que no, que continuaba detenido. El juez del Juzgado 9 de Zaragoza, José Emilio Pirla, rechazó el habeas corpus, por considerar que se daban supuestos legales para la detención. Sin embargo, según el Código Penal (art. 626), las pintadas (¿deslucimiento de bienes inmuebles?) no tienen consideración de delitos sino de faltas. Y no se detiene a nadie por una simple falta (Ley de Enjuiciamiento Criminal). Salvo que el presunto autor no tenga domicilio conocido (y no es el caso de Fernando).Estamos por lo tanto ante una detención ilegal y procedía el habeas corpus, es decir que el detenido sea puesto de inmediato ante la presencia del juez.
A Fernando lo llevaron ante un forense para que lo reconociera. El médico le sometió a una serie de preguntas, probablemente con el fin de calibrar mi estado mental?, deduce. ¿Por qué si no, me pregunta mi fecha de nacimiento y un rato después cuántos años tengo??.Le dejaron libre a la 1 del mediodía. "Ni soy un rebelde, ni un revolucionario" afirma Fernando Viguier. "No quiero enfrentarme a nadie. Pero me parece muy grave que el Estado consienta la muerte de inocentes". El compromiso de Fernando por la vida es radical. Con la vida humana no se pueden admitir componendas. Y lo ha demostrado con hechos, no con palabras. Su mujer y él han ayudado más de una vez a madres solteras. Lo explica Fabiola: Cuando te llega una chica encinta, como una que había quedado embarazada de un africano que estaba en prisión, no puedes ir con palabras bonitas. Tienes que acogerla. Y eso fue lo que hicimos. La tuvimos en casa, tratamos de volcarnos con ella? pero la decisión final de tener al hijo fue de ella.
¿Qué harían si Clara, su hija mayor, que tiene ahora 9 años, les llegara embarazada el día de mañana? Ninguno de los dos duda en responder que aceptarían el niño.
Más dificil todavía. ¿Qué hacer cuando la existencia no tiene sentido debido a una enfermedad terminal o una tetraplejia como la de Ramón Sampedro? ¿Qué dicen a eso Fernando y Fabiola? A alguien como Sampedro tampoco le echaríamos un discurso. Lo que haríamos sería dos cosas: compartir su sufrimiento y darle cariño. Cuando una persona experimenta el calor y el amor de quienes le rodean, la vida cobra siempre sentido"
14 septiembre 2004
Teresa, mujer del siglo XXI
Podemos llamarle como queramos. En cualquier caso, que sea un nombre femenino, porque de mujer estamos hablando, y así tendría que figurar en la partida de nacimiento. Por lo tanto, podemos ponerle a su rostro destrozado el nombre de Teresa, o el de Trinidad, o el de María José, o el de Carmen, o el de Magdalena... ¡qué más da! Aunque haya quien, muy matizadamente, sostenga que los nombres y las personas son la misma cosa, en nuestro caso resulta un poco prematura tan oriental susgestión. Pero como no puede ser alguien sin nombre, aunque sí sin bautizar, elijamos, por ejemplo, el primero citado, el de Teresa.
Teresa vivía feliz, alimentándose de la sangre de la vida, sabiéndose continuadora de una huella genética marcada por el acto de amor de un hombre y una mujer. Si había surgido del amor, nada podía destruirle. Día a día, Teresa reponía energías y esperanzas para abrirse camino rumbo al porvenir. Su ser tomaba forma, y le iban creciendo los sentimientos florecientes, las sensaciones de bienestar, la alegría en mantillas de mirar sólo adelante, y heredar la existencia como su único tesoro personal. Le gustaba vivir y dónde vivía, y cómo vivía. Presentía que haber nacido es algo genial, y que merecían la pena todas las incomodidades, y aún los riesgos que comporta cada paso que habría de dar por sí misma.
A Teresa le había tocado vivir en un mundo de derechos humanos, de libertades, de convivencia y de progresos. No era como antiguamente, que la mujer debía soportar el más denigrante de los tratos, su ninguneo, la amargura de ser alguien del que todos los hombres prescinden si no es para conseguir placer y que les laven la ropa. Eso ya había pasado. Ahora, la mujer conquistaba diariamente un derecho. Así que nada mejor que ser mujer en esta sociedad nueva, de compromisos unánimemente compartidos para hacerla igual en todo al varón. Incluso se había hecho una ley para primar a la hembra humana, compensando así las discriminaciones y la explotación de la que había sido objeto hasta entonces.
Teresa estaba contenta de la madurez histórica que le había correspondido. Ella podría haber nacido en tiempos oscuros de represión y maltrato. Y sin embargo, el Creador había querido que viniera al mundo en la plenitud de su justicia social, cuando ya hombre y mujer hasta ocupaban las mismas carteras ministeriales. Le estaba agradecida Teresa a esta circunstancia, sin la cual su vida habría sido muy dura y habría servido tal vez de muy poco. Ella se imaginaba en manos de un bárbaro que le pegase, borracho y furioso, que le violase en el lecho, que le obligase a servirle como una esclava, y se sobrecogía de espanto. Ahora su integridad estaba a salvo, protegida su dignidad, guardada por el Estado y la cultura su seguridad. Podría disfrutar de su identidad femenina gracias a la "igualdad de género", pilar político fundamental de su época y de su entorno. El machismo había sido al fin vencido.
Pero un día, Teresa se convirtió en la excepción. Un hombre, un macho humano, se acercó a ella con ánimo agresivo, y rompió todos los claustros en los que Teresa se sentía tranquila. Hubo sangre, mucha sangre. A Teresa, aquel hombre, que en ningún momento le profirió amenazas, le desfiguró el rostro con un ácido dolorosísimo. Ella estaba indefensa. Se acordó de todas las garantías que a favor de la mujer le prometía su mundo y su época, de cómo había sentido el latido de un contexto maternal que le inspiraba paz y le proporcionaba todo lo necesario para vivir.
Y ahora, ¿dónde estaba aquella red de precauciones en la que Teresa se parapetaba? ¿por qué aquel hombre le avasallaba, despedazaba sus miembros en flor, abría aquellas irreparables heridas en su cuerpo de mujer incipiente, y dejaba que su calor se extinguiera en el abismo de la nada? ¿Por qué tenía que renunciar a lo único que tenía, y que tanto le llenaba, la vida, bajo los zarpazos de aquel ogro revestido de superioridad que aplastaba hasta la muerte sus derechos, ésos que creía ya consagrados para siempre, y que ahora eran aniquilados sin piedad? Teresa no pudo cumplir los tres meses de vida
Ángel Pérez Guerra
07 septiembre 2004
Desde la libertad.- Mar, al fondo
El estreno de la película Mar adentro ha vuelto a poner sobre el tapete la cuestión de la eutanasia, esta vez quizás más ideologizada que nunca antes, con serlo, y mucho, cada vez que ha saltado al debate público. Ahora está todo más teñido de ideología, de presión psicológica sobre el público, de liturgias e iconografías de uso tendencioso. La presencia de Rodríguez Zapatero y medio Gobierno en el estreno de la película en España es, se quiera o no (que tengo para mí que sí que se quiere), una forma de aval político e ideológico, con vaga promesa de traducción legal próxima, a favor de la eutanasia.
Alejandro Amenábar dice que esta película es "un canto a la vida". Pero, no; es un canto al suicidio de un tetrapléjico sin esperanza, como lo prueba el hecho de que en la cinta el suicida es el amigo del espectador, y otro personaje también tetrapléjico, sacerdote y remedo de un caso real por más señas, que sí tiene esperanza, es el payaso de la película, el personaje ridículo y grotesco. Mar adentro es un canto a la muerte diga lo que diga Amenábar, y a una forma particular de muerte, que es el suicidio disfrazado de eutanasia u homicidio por compasión.
Hacer que un suicida caiga simpático no es fácil, pero con la conveniente manipulación se puede conseguir. Y si eso se logra, entonces hacer simpática la eutanasia ya es coser y cantar, porque es bastante sencillo, en efecto, hacerla pasar por un acto médico piadoso. Pero la eutanasia es una forma de homicidio, no una forma de medicina. La eutanasia es exactamente la negación de la medicina, la expulsión de la medicina. Y esta cuestión que ahora resurge, y que han adoptado los holandeses, tiene su precedente en los nazis, ni más, ni menos, les guste o no a Rodríguez Zapatero y a su turiferario Amenábar, cuya película debería haberse titulado Mar, al fondo, porque es la historia de un naufragio vital. | |
Ramón Pi |
Del ABC de Sevilla
Si el señor Amenábar ha querido hacer una película, «Mar adentro», con fines reivindicativos sobre la eutanasia, el tema escogido no ha sido bajo ningún concepto el más acertado. Como madre de un joven tetrapléjico, y conociendo en profundidad el sufrimiento físico y moral de estos lesionados por haber convivido con ellos durante largo tiempo en Toledo, le diría que no he conocido ningún caso de suicidio; antes, al contrario, después de un largo proceso de aceptación a su nueva vida, que no es nada fácil, y acostumbrarse a ver el mundo desde de una silla, el tesón, la valentía y las ganas de vivir dentro de sus limitaciones, a pesar de las trabas que la sociedad les impone, han sido para mí una verdadera lección. Muchos de ellos han conseguido estudiar una carrera, trabajar, crear una familia. Mi hijo, con una lesión similar a la del señor Sampedro, se casó ocho años después del accidente y ha tenido una preciosa hija que les ha dado la felicidad, y ha dado vida a una fundación medular que se llama Puente Abierto. Esto, por un lado, y por otro, las expectativas de la ciencia, que avanza inexorablemente a pasos agigantados con las células madre.
No se debe recordarles el tema de la eutanasia en ningún momento, sino, al contrario, donde hay vida siempre existe la esperanza, y aunque su película esté llevada en un tono risueño, siempre quedará la sombra oscura de la muerte, y de eso ni hablar, hay que luchar. Seguramente, señor Amenábar, ganará usted alguna estatuilla con esta película, no lo dudo y su ego quedará satisfecho, pero piense que muchos padres y familiares que tenemos seres queridos en condiciones dolorosas, no sólo no nos rendimos, sino que lucharemos con ellos para que la vida sea su meta.
Coro Machimbarrena. San Sebastián.
06 septiembre 2004
Al otro lado de la eutanasia
Tras el debate de la eutanasia se ocultan historias que nada tienen que ver. Las hay aplicadas por organizaciones como «Dignitas», pero también otras ejecutadas por personas que pueden ocultar intereses y una personalidad sádica. Una clínica de Baviera ocultaba diez cadáveres; un psiquiatra suizo, Baumann, está procesado por «sadismo encubierto»... En fin, la trastienda de la vida con olor a muerte
TEXTO: RAMIRO VILLAPADIERNA CORRESPONSAL ./ ABC, 6 de SeptiembreBERLÍN. En Baviera siguen extrayéndose cadáveres para examinar el alcance de la obra declaradamente caritativa del enfermero en prácticas detenido. Ya van diez, pero podrían ser muchos más, según la policía, debidos a la tal vez excesiva compasión de un joven enfermero. Cada vez salen a la luz más casos, pero los expertos creen que la mayoría nunca son descubiertos. Los autores se ven como una ayuda, una mano blanca salvadora: «Ángeles de la muerte» en los que los investigadores ven, cada vez más, premeditación, alevosía, adicción, sadismo, crimen...
Una docena de casos similares se ha descubierto entre la clase médica alemana en las últimas décadas. Según los expedientes judiciales, más que liberar a nadie del dolor, los autores buscaban huir ellos mismos de su incómoda y molesta presencia.
Motivaciones encubiertas
El director del Centro alemán de Criminología, en Wiesbaden, Rudolf Egg, teme que «bastantes más pacientes» de los sabidos sufren tal intervención unilateral de un «salvador» y difícilmente podrán ser descubiertos nunca, dice al «Süddeutsche Zeitung». Entre las motivaciones encubiertas, los investigadores federales citan desde la «captación de herencias» o la personal, de corte adictivo, por ver morir o determinar la muerte de alguien. Ello, «sin que medie petición del paciente -que también sería delictivo- o impulso caritativo alguno».
La confusión es grande y, así, el gusto moderno por derivar «lo prohibido» hacia «lo normal», según los sociólogos. En un reciente gallinero televisivo sobre la eutanasia, una madre contaba su atención a un hijo absolutamente impedido mental y físicamente, pero también de la felicidad de la relación lograda con una persona casi vegetativa. Una estudiante del público interpeló a la madre, sugiriendo incluso tendencias egoístas: «Para eso, ¿no sería mejor que le quitaran la vida para que no sufriera?».
La madre enmudeció y la perpleja presentadora tuvo que aclarar que la eutanasia no es poder decidir quitarle a otro la vida, que eso es homicidio, sino la posibilidad de permitir al individuo la opción de recurrir a ella en su caso. Y la estudiante aún: «¿Pero para qué sirve tenerlo así...?».
La aterradora confusión revela un resbalón por la pista de un desconocimiento bruñido de tolerancia. Puestos a disponer de la muerte, bien podría ser la de uno mismo o la de otro, tal vez más si éste estuviese enfermo, fuese inútil o incluso pensase distinto. Naturalmente en Alemania esto no son futuribles agoreros: es algo que sucedía hace sólo 60 años, en medio de un auge cientifista que logró relativizar como minucias conceptos seculares sobre el patrimonio de la vida. Así, la presión social llegó a forzar a deshacerse, por patriotismo y ahorro al Estado, de hijos con taras, parientes impedidos o elementos sociales indeseados.
Todo ello con el entusiasmo científico de médicos y enfermeros, como ha revelado Ernst Klee en «Los médicos de Hitler» y «Eutanasia en el estado Nacional Socialista, la eliminación de las vidas sin valor». Así es interesante que los Verdes y la izquierda alternativa sean en Alemania los principales opositores a la eutanasia (23,8% frente a un 42,2% de los liberales).
Algo no gusta al comisario Melzl de la compasión del doctor Baumann -el padre del «turismo funeral» en Suiza- y no tanto que haga gala de ella, sino que pareciera un proyecto inescrutable y, en fin, que en el vocabulario de un médico figurara tanto la palabra «morir» y tan poco la de «curar». Como en el caso del joven enfermero homicida, aprehendido hace días en Baviera, Melzl ha hecho que la fiscalía procese a Baumann por sadismo encubierto.
Los métodos de Baumann
La calle Feldeggestrasse de Zürich es conocida en Europa por un grupo determinado de gente. Un parquet claro, una librería blanca, una bola hinchable roja para sentarse, un colchón cubierto con una colcha, dos butacas azules, una para el psiquiatra y otra para el cliente. Escena habitual en un psiquiatra, si no fuese porque la estantería está vacía: ni un Jung, ni un Adler, ni las obras de Freud, o un Piaget suizo, ninguno de los científicos comprometidos con mejorar los desarreglos del alma de la persona.
Alguien con dificultades buscaría antes, aquí, ayuda para recobrar el sentido de la vida en mitad del universo. Pero quienes visitan al doctor Baumann no buscan vida alguna sino su muerte: desaparecer cuanto antes mejor de la faz de la tierra. Y es que el psiquiatra más popular de Suiza no ha puesto consulta para arreglar nada ni a nadie sino para despacharlos de este mundo.
Como aquella mujer discreta, cercana a los 60 años, Heidi T., que el 2 de noviembre de 2002 entró en la consulta en silla de ruedas y con el único deseo de salir en ataúd. Baumann no la decepcionó. Su muerte fue lo más indiscreto de su vida entera, pues fue grabada por una televisión local mientras introducía su cabeza en una bolsa y se autoasfixiaba con gas.
Baumann estaba allí para ayudarla: sufría desde hacía tiempo parálisis lateral y una fuerte depresión. «Su muerte fue muy bonita», ha explicado Baumann, entre ingenuo y transgresor, en una entrevista al «NZZ». Él le sujetó la mano. Su muerte se televisó a la hora de cenar dos meses después: «El país entero se revolvió turbado». Baumann disfruta desde entonces de una popularidad nacional e internacional.
Si una mayoría mira hacia otro lado e intenta ignorar a Baumann, una minoría lo encuentra repugnante y aún otra dilecto y caritativo, pero hay quien ha empezado a sospechar que Baumann sería un sádico más que un transgresor; incluso un asesino en serie. Y no media cosa moral sino meramente policial. El fiscal general de Basilea ha abierto procedimiento contra el psiquiatra más conocido de Suiza por «colaboración a suicidio por motivaciones egoístas, en tres casos», incluyendo «muerte con premeditación».
Instrumentación política
En la Fiscalía de Basilea, en la Binningerstrasse, el comisario Melzl había inspeccionado todo el material filmado y empezaba a abrigar dudas: «No entendía que alguien calificara como «muy bonita» una muerte por asfixia». Melzl es comisionado especial en el caso y desde hace años la sombra del doctor Baumann. «Nos parece que el doctor no actúa por compasión como alega, sino como si tuviera un interés. Es claro que utiliza las muertes de otros para aupar y propagar sus propias ideas sobre la asistencia al suicidio».
Un juez deberá determinar si Baumann ha empleado muertes como la de Heidi T. como instrumento para sus objetivos políticos. Michael Marti, del «Neue Zürcher Zeitung», que ha hablado con Baumann asegura que éste «entiende su campaña por legalizar sus métodos como su aportación personal a la sociedad». No está tan claro que la señora Heidi quisiera que su defunción acabara engrosando la aportación personal a la Humanidad.
Los objetivos de éste son tenidos por extremistas incluso por organizaciones de suicidios, como «Exit» o «Dignitas»: Baumann quiere eutanasiar a todo el que quiera, sin estadio terminal incurable alguno. Así también a alguien en un momento bajo o depresivo, como la señora Heidi T., a quien ni el propio Estado consideraría jurídicamente apta y dueña de sus actos.
Baumann había cooperado ya en 2001 al suicidio de una persona neurótica, de 45 años, como lo documentó su videocámara: aquella muerte no fue en modo alguno bonita. Durante minutos se revolvió el hombre en la bolsa de gas hilarante, hasta sacársela. Hubo que probar otra vez. Aquel hombre nunca había recibido asistencia psiquiátrica. La primera que encontró «no le ofreció un tratamiento sino un medio de quitarse de en medio». Ahora Baumann ya no recomienda aquel gas, sino helio.
Como la fiscalía alemana con el último caso bávaro, el comisario especial Melzl empieza a ver algo raro en la compasión, la videocámara y la Asociación para una Muerte Humana de Baumann. Tal vez diría, más un «hobby siniestro» que «avance social alguno». Legalismos penales al margen, al Melzl hombre -dice- le preocupa que en la vida de Baumann no haya espacio para otra idea que «muerte, muerte y muerte, es una obsesión».
Suiza se ha convertido en una meca del turismo funeral. Organizaciones suicidas como «Dignitas», con 3.900 miembros, promueve su mediación también para extranjeros, de forma que la mitad de sus miembros vienen de fuera. «Exit» cuenta con 60.000 miembros y un equipo de raros voluntarios cuya vocación en tiempo libre no parece ser otra que la de echar una mano a otros semejantes a quitarse la vida. Mil trescientas personas se quitan anualmente la vida, pero de ellas sólo un 5 por ciento busca o recibe asistencia para ello. En Alemania, con un lacerante pasado de aplicación de programas de eutanasia y eugenesia por el Gobierno del III Reich, el tema constituye tabú para políticos, asociaciones médicas e iglesias, pero una encuesta del instituto Allensbach revela que, en cambio, la sociedad sería proclive a la elección del paciente en casos terminales.
Así lo expresó un 60 por ciento de germano-occidentales y hasta un 80 por ciento de germano-orientales. La policía tiene contabilizados en las últimas décadas 12 casos de crímenes en serie, encubiertos como compasión hacia el paciente, pero asume que la mayoría nunca saldrá a la luz, pues como dice el informe del antiguo decano de Psicología Jurídica, Herbert Maisch, «un hospital es el lugar más fácil para matar». El psiquiatra e investigador de casos Karl Heinz Beine confirma que «en ningún caso que he investigado las sospechas provinieron del examen forense del cadáver». Entre los casos más destacados además del actual -y aparte el del enfermero inglés Harold Shipman, que mató hace décadas entre 300 y 500 pacientes-, en Alemania han conmocionado los de la médico internista de Hannover Mechthild
Bach, acusada el año pasado de 11 muertes; la enfermera Michaela R. de Wuppertal, en los años 80, condenada por 5 muertes; el enfermero Wolfgang L. de Gütersloh, por 10; o el del también enfermero de Bremen, Olaf D., que en 2001 despachó a cinco ancianitas, esto una vez apalabradas sus herencias.
Lo que la compasión esconde
Para el psiquiatra y autor del primer estudio sistemático sobre «homicidios de pacientes y enfermos», Karl Heinz Biene, la respuesta es clara: «No es compasión ni samaritanismo alguno», sino más frecuentemente «autocompasión». «Buscan en realidad liberarse ellos del insoportable sufrimiento de ver al paciente o al moribundo». El jefe de Psiquiatría del St. Marien Hospital en Hamm, que ha viajado por todo el mundo compilando casos, cree que es «la incapacidad» de algunas personas para soportar la visión del dolor, «más que la misericordia por el que sufre». «El autor quiere acabar con el propio sufrimiento, acabando con el que sufre y con ello también con el fantasma del propio dolor y la propia muerte». ¿Será el caso de Baumann? Según el estudio, la mayoría de los autores son hombres inseguros, con escasa vida privada, y al tiempo son personas muy valoradas; aunque cuando derivan hacia su plan de muerte, su subconsciente buscaría el entumecimiento por el cinismo dejando de hablar de los pacientes por sus nombres y referirse como «el sidoso», «el apopléjico» o disertar gratuitamente sobre los costes que comporta alguien que no acaba de morir. El doctor Biene alerta de que a «enfermos ancianos se les estarían reteniendo medios y recursos», lo que da comienzo a una deriva que lleva a «desposeerlos de su humanidad y dignidad». El pasado año, los catedráticos Friedrich Breyer y Joachim Wiemeyer saltaron a la opinión pública con su propuesta de «a partir de los 75 (años), sólo aspirinas». Durante el nazismo, se hizo famoso entre otros un cartel de propaganda estatal con el dibujo de un enfermo y la proclama: «60.000 marcos cuesta este enfermo congénito durante toda su vida a la sociedad, ¡alemanes, es vuestro dinero!».
MAR ADENTROPor Juan Manuel DE PRADA
DESPUÉS de leer quinientas o seiscientas entrevistas a Alejandro Amenábar y recensiones críticas de su película (nunca los engranajes de la propaganda se habían mostrado tan engrasados), uno llega a la conclusión de que Mar adentro, antes que una obra de tesis, pretende ser una vindicación de la libertad del hombre para gobernar su destino. Cuando se le pregunta si aboga por la eutanasia, Amenábar esquiva la declaración tajante, para referirse a ese ámbito de autonomía personal en que cada hombre resuelve soberanamente si su vida merece o no la pena ser vivida; de este modo, la solución adoptada por Ramón Sampedro, el protagonista de la película, se presenta como un ejercicio de afirmación vitalista: el hombre es dueño de sus decisiones y, como tal, proclama su derecho a morir, libre de ataduras jurídicas o morales. La muerte se convierte así en un acto íntimo, sobre el que no ejerce imperio sino la propia conciencia; y, en consecuencia, Amenábar propone una película de corte intimista, que no aspira a juzgar las razones que impulsaron a Sampedro a abreviar sus penurias, sino a comprenderlas.
Hasta aquí las declaraciones de Amenábar, que la contemplación de Mar adentro desmiente concienzudamente. Pues si, en efecto, la intención del director hubiese sido celebrar esa capacidad decisoria del hombre para determinar los confines de su propia vida, tan respetable como la solución adoptada por Sampedro resultaría la de quienes, sobreponiéndose a las calamidades que los afligen, desean seguir viviendo. Pero no. Amenábar introduce una secuencia bastante rastrera en la que se mofa de un sacerdote (al parecer inspirado en una persona real, lo cual añade vileza al asunto), paralítico como Sampedro, que afirma su ansia de vivir. Al progresismo rampante y hegemónico, que tanto se regocija con el escarnio de lo religioso (de lo cristiano, convendría precisar), esta secuencia le resultará muy graciosa y estimulante; aunque, en puridad, se trata de una caricatura gruesa, de una abyección difícilmente superable, en la que Amenábar demuestra que su intención no era comprender las razones de cada hombre, sino justificar, a través del engaño y la tergiversación de brocha gorda, las razones de su protagonista y, de paso, burlarse de quienes, en medio de la postración, aún encuentran motivos para seguir respirando. El diálogo que mantienen Sampedro y el sacerdote se presenta como una situación cómica que apela a la risa del espectador a través de recursos tan bajunos como la deformación esperpéntica y el ensañamiento bufo. Por supuesto, este diálogo incluye afirmaciones de una falsedad vomitiva (así, por ejemplo, se sostiene alegremente que la Iglesia defiende la pena de muerte), que sólo un espectador ofuscado por el odio antirreligioso podrá digerir sin repulsa.
Resulta muy difícil enjuiciar una obra tan tendenciosa y manipuladora en términos estrictamente cinematográficos. Me atreveré, no obstante, a traer a colación otro pasaje de la película sobre el que los críticos, tan sospechosamente unánimes (elogiar Mar adentro se ha convertido en «razón de Estado»), pasan de puntillas, temerosos de suscitar las iras de quienes manejan el cotarro. Me refiero a la secuencia de la fantasía volátil del protagonista, que se inicia con uno de esos planos de helicóptero que tanto repudian los críticos cuando se trata de denigrar una película hollywoodense y se remata con un encuentro amoroso en la playa digno de un anuncio de colonias filmado al alimón por Claude Lelouch y Franco Zeffirelli en plena resaca de anisete. Cualquier otra película que hubiese incluido esta secuencia entre sus fotogramas hubiese sido tildada de cursi y almibarada; pero la «razón de Estado» impone un deber de silencio. El silencio de los corderos, que viajan en rebaño y balan el mismo ditirambo.
01 septiembre 2004
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