El estreno de la película Mar adentro ha vuelto a poner sobre el tapete la cuestión de la eutanasia, esta vez quizás más ideologizada que nunca antes, con serlo, y mucho, cada vez que ha saltado al debate público. Ahora está todo más teñido de ideología, de presión psicológica sobre el público, de liturgias e iconografías de uso tendencioso. La presencia de Rodríguez Zapatero y medio Gobierno en el estreno de la película en España es, se quiera o no (que tengo para mí que sí que se quiere), una forma de aval político e ideológico, con vaga promesa de traducción legal próxima, a favor de la eutanasia.
Alejandro Amenábar dice que esta película es "un canto a la vida". Pero, no; es un canto al suicidio de un tetrapléjico sin esperanza, como lo prueba el hecho de que en la cinta el suicida es el amigo del espectador, y otro personaje también tetrapléjico, sacerdote y remedo de un caso real por más señas, que sí tiene esperanza, es el payaso de la película, el personaje ridículo y grotesco. Mar adentro es un canto a la muerte diga lo que diga Amenábar, y a una forma particular de muerte, que es el suicidio disfrazado de eutanasia u homicidio por compasión.
Hacer que un suicida caiga simpático no es fácil, pero con la conveniente manipulación se puede conseguir. Y si eso se logra, entonces hacer simpática la eutanasia ya es coser y cantar, porque es bastante sencillo, en efecto, hacerla pasar por un acto médico piadoso. Pero la eutanasia es una forma de homicidio, no una forma de medicina. La eutanasia es exactamente la negación de la medicina, la expulsión de la medicina. Y esta cuestión que ahora resurge, y que han adoptado los holandeses, tiene su precedente en los nazis, ni más, ni menos, les guste o no a Rodríguez Zapatero y a su turiferario Amenábar, cuya película debería haberse titulado Mar, al fondo, porque es la historia de un naufragio vital. | |
Ramón Pi |
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