16 diciembre 2007

La verdad se escondía en la basura

POR DOMINGO PÉREZ

MADRID. Un reducido grupo de héroes anónimos, después de tres años siguiendo el rastro sanguinolento, despiadado y descarado que algunos centros especializados en interrupciones del embarazo arrojaban cada día a la basura, han conseguido desvelar una realidad atroz. Han sido los «pepitos grillo» de una sociedad que en la mayoría de los casos ha preferido girar la cabeza. Su empeño ha puesto a las autoridades sobre la pista de un negocio que incumplía sistemáticamente todas las normas higiénicas establecidas en el apartado de desechos sanitarios y biológicos.

Además, alertaron sobre que en España el aborto en la práctica no sólo es libre, sino que no tiene en cuenta los meses de gestación. Por dinero, y sólo con un informe psiquiátrico, a menudo firmado en barbecho, que alegue peligro para la salud psíquica de la madre, muchas clínicas acaban con la vida de fetos de siete, ocho y hasta nueve meses de vida.

Su paciente y nausebunda recolecta, plasmada en numerosas denuncias presentadas en juzgados tanto de Madrid como de Barcelona, ha llevado por el momento a la cárcel a uno de los magnates del aborto en España, al doctor Carlos Morín. Ha provocado el cierre de sus cuatro instalaciones en la Ciudad Condal y de su sucursal en la capital, además de la suspensión cautelar de un sexto local en la madrileña calle de Toledo que no tenía nada que ver con él.

Cabezas de niños

«Nadie puede explicar lo que se siente cuanto te encuentras una cabeza de niño, o una manita, o una pierna. La rabia es incontenible», explica J., uno de los buscadores de fetos.

Pues imagínense cuando ese horror te obligas tu mismo a presenciarlo dos o tres veces por semana de una forma voluntaria y con un único objetivo: denunciar el incumplimiento sistemático de la ley y los criminales tejemanejes de las clínicas abortivas que en España, al amparo de un coladero legal, no tienen ni reparos ni escrúpulos para acabar con la vida de niños que se encuentra más allá de la vigésimo cuarta semana de gestación, bebés que de nacer serían en casi todos los casos viables.

No son muchos. Un par de tipos valientes en Madrid, otro par de osados en Barcelona. Al principio ni se conocían, pero acabaron creando la «Plataforma la vida importa». Son gente normal. Un empresario, un médico, un abogado pluriempleado al frente del Centro Jurídico Tomás Moro, que lleva tres años sin vacaciones porque tiene que gastarlas en sus idas y venidas a los juzgados para defender la causa que enarbolan.

Padres de familia casados, muy ocupados y que, sin embargo, sintieron en algún momento un latigazo en la conciencia que les obligó a lanzarse a un loca carrera en pos de una verdad incómoda.

Emprendieron un camino que les llevó a pasar muchas noches al raso, dejando a sus seres queridos solos en casa. Y todos lo iniciaron por una mezcla de curiosidad y responsabilidad moral.

«En Barcelona -recuerda uno de los buscadores- se hablaba mucho de que aparecían fetos en la basura, de que si las clínicas los tiraban... Todo el mundo suponía que era una leyenda urbana más, pero a mí me dio por querer confirmarlo. Empecé a salir y ya ve lo que me encontré».

Animarse a realizar semejante labor no es fácil. Aprendieron a pertrecharse. La primera vez salieron con unos guantes de cocina «robados» del fregadero de casa. Pronto se dieron cuenta que había que comprar además batas médicas, incluso mascarillas de laboratorio y, sobre todo, localizar un lugar donde vaciar el contenido de las bolsas. Más aún cuando empezó a comprobarse la naturaleza de su contenido.

Leyendas hechas realidad

En Madrid fue otra teórica leyenda urbana la que guió la busca a J. «Eran noticias que venía de Estados Unidos y Rusia. Hablaban de que los centros abortivos vendían los fetos a laboratorios para fabricar cosméticos. Te parece imposible, pero a un amigo y mí nos picó la curiosidad. Hicimos noches y noches guardias en el coche, como los policías yanquis, con café en un termo y donuts. Hasta que un día lo vimos. Y no fue de noche. Era a plena luz del día. A las once de la mañana, en una zona céntrica y recorriendo Madrid de punta a punta. Localizamos la ruta. Dos días a la semana un camión de una empresa especializada en transportes de residuos biológicos descargaba 20 ó 30 botes de 25 kilos y cargaba otros tantos ya precintados y llenos. Los conducían a un laboratorio que fabrica cosméticos. Alucinamos».

«El problema es que es muy difícil de demostrar -prosigue- que lo que iba dentro de esos botes eran restos humanos y que esos fetos se utilizan para hacer cremas. Pusimos una denuncia y en estos momentos se está investigando de una forma más científica, con análisis clínicos de todo tipo y esperamos que en breve se pueda seguir avanzando».

Dos grupos con inquietudes similares. La suerte, «Dios», asegura J., los unió. En algún momento del periplo, los buscadores de fetos de Barcelona, también tuvieron un encuentro feliz al localizar a los de Madrid. Dos equipos actuando a menudo juntos, con los mismos objetivos, multiplicaron los resultados.

«El caso -recuerda J.- es que nos quedamos parados con lo de las cremas cuando en una visita a Barcelona por motivos de trabajo contacté con la persona que allí llevaba ya unos meses recopilando datos de entre las basuras. Su experiencia me animó a hacer lo mismo en Madrid».

Lo que J. localizó casi en cada una de sus pesquisas es lo que en 2006, tras ponerles él mismo en alerta, encontró el Seprona en las basuras de algunas clínicas madrileñas, como Isadora, multitud de restos de placenta, de todo tipo de pequeños miembros de niños e, incluso, como certificó un forense de La Paz, algunos fetos de más de siete meses de gestación.

Lo que encontraron en Barcelona es lo que más tarde ha servido para cerrar las clínicas de Morín. Todo apuntalado en madrugadas macabras recontando restos humanos. Semanas de vigilancia nocturna, a las puertas de las clínicas, para averiguar qué días y a qué horas se deshacían del producto de sus carnicerías. Poniendo dinero de sus bolsillos. Cuando empezaron nunca imaginaron que iban a toparse con un submundo tan espeluznante.

A lo más esperaban localizar algún medicamento prohibido, algún resto biosanitario. Soñaban con encontrar alguna prueba que inculpase a los abortista. Pero noche a noche sus descubrimientos resultaban más macabros, más increíbles, más comprometedores.

Restos humanos a millares, placentas, sábanas quirúrgicas, guantes, gasas, todo manchando de sangre e inmundicia. También pudieron recomponer historias de cientos de mujeres que abortaron, con nombres, apellidos y precios. Porque las clínicas también tiraban al cubo de los desperdicios los datos más confidenciales de sus pacientes.

Tuvieron que aprender a interpretar lo que encontraban. Hablaron con ginecólogos, se informaron, se convirtieron en expertos del análisis de la basura abortiva. «Podemos decirte, según lo que encontramos, de qué semana de gestación se trata». Distinguen lo que son unos pulmones de un simple resto de placenta. Narran anécdotas que espeluznan con la tranquilidad del que ha convivido con el horror: «Lo que muchas veces se les escapa y acaba en la basura son las cabezas de los niños. A pesar de que son grandes, con el pelo y la sangre las confunden con las pelotas que hacen con las sábanas y los pañales».

Cabezas cortadas que les permitieron confirmar que en los abortos de más de 20 semanas, se decapitaba a los niños. «Aunque en eso -aclaran- cada médico tiene sus gustos. Unos las cortan, otros pinchan con una lanceta el corazón, otros los asfixian...».

¿Recién nacidos? Sí porque también descubrieron en las bolsas miles de cajas y restos de medicamentos para ayudar a provocar partos. ¿Qué hacían en esas basuras medicinas propias de una maternidad? «Eso nos lo descubrió el doctor Simón, de la asociación Médicos Cristianos. A partir del sexto mes de gestación no se puede matar al niño con los métodos convencionales, hay que provocar un parto y una vez fuera acabar con él». Auténticos infanticidios.

Dato que les sirvió para aclarar otra de las incógnitas de sus descubrimientos: «Entendimos por fin por qué había en los cubos tantos pañales con excrementos. Cuando se provoca un parto a la mujer se le pone una lavativa previa. Así que por cada pañal con excrementos, un aborto de al menos seis meses».

Doble contabilidad

Igualmente por cada sábana quirúrgica manchada de sangre, otro aborto, por cada dos pares de guantes, otro... Eso les dio una idea: llevar una contabilidad de los abortos que se practicaban. Limitaron su seguimiento a un par de clínicas en Madrid. Durante varios meses se centraron en esa actividad: recogida rutinaria un par de días a la semana de las basuras de las mismas clínicas, recuento -«siempre tirando a la baja», recalcan- del número de abortos practicados y extrapolación de esos datos al conjunto del año.

«Con los primeros números especulamos con que podría llegar a haber un desfase de hasta un 30% entre los abortos declarados oficialmente por las clínicas y los que realmente se practicaban. Pero cuando llegaron las cifras oficiales comprobamos que en una la desviación era del 70% y en la otra del 80%. Si eso se repetía en toda España y, nos tememos que es así, estaríamos hablando de que en lugar de los casi 100.000 abortos declarados en 2005 se estarían realizando de 170 a 180.000 reales. Vamos, hablamos de un asombroso mercado negro de abortos».

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