La cirugía pionera que salvó una vida
En una cirugía pionera en el mundo, un equipo médico argentino logró reparar una lesión en el útero de una mujer embarazada, que amenazaba no sólo la vida de su hija en gestación, sino también la capacidad de la mujer de volver a quedar embarazada en el futuro.
El tratamiento convencional implicaba la extracción del útero e inducir el parto, pero por su tiempo gestacional la beba no tenía posibilidades de sobrevida. Entonces, los médicos del Centro de Educación Médica e Investigaciones Clínicas Norberto Quirno (Cemic) decidieron implementar una cirugía innovadora para salvar el útero y evitar un parto prematuro. Y tuvieron éxito.
“Es la primera vez que se repara una lesión con sangrado activo en el útero y con compromiso de la placenta, lo que permitió que el embarazo siguiera su curso hasta que la beba alcanzara una edad gestacional en la que pudiera nacer”, dijo a LA NACION el doctor Gustavo Leguizamón, jefe de la Unidad de Embarazo de Alto Riesgo del Cemic.
“Nunca se había hecho una reparación de este estilo", dijo el doctor José Palacios Jaraquemada, cirujano con 18 años de experiencia en el tratamiento de hemorragias obstétricas severas y reparación de úteros, que integra la Sección Medicina Materno Fetal del Cemic que dirige el doctor Angel Fiorillo.
"Una vez realizada la cirugía, consultamos a expertos internacionales para indagar qué habrían hecho en este caso -agregó Palacios-. Muchos dijeron que habrían extraído el útero y sacado al bebe; otros dijeron que hubieran tratado de salvar el embarazo, pero que no sabían qué hacer."
Una llamada a medianoche
Todo comenzó el 18 de noviembre de 2007, cuando por la noche Silvina Franzin, de 36 años, fue internada por dolores y molestias en el abdomen. La sospecha de una hemorragía intraabdominal indicaba la necesidad de realizar una cirugía exploratoria para descartar esa u otras posibilidades igualmente peligrosas. Silvina cursaba la semana 20 de su tercer embarazo.
Alrededor de las doce de la noche, el doctor Leguizamón salió del quirófano donde Silvina se encontraba bajo anestesia general para hacer una llamada telefónica. Del otro lado de la línea, el doctor Palacios escuchó los detalles del caso e inmediatamente partió camino al Hospital Universitario Cemic, en el barrio porteño de Saavedra.
No había tiempo que perder. "La causa de la hemorragia era una rotura del útero, que se había producido porque la placenta se había implantado sobre la cicatriz de una cesárea previa, erosionándola", explicó Leguizamón.
Había que detener la hemorragia, pero hasta ese momento nadie en el mundo había podido reparar una lesión de ese tipo sin inducir el parto. "La bebe con solo 20 semanas, no era viable: aun con la mejor atención médica posible no podría sobrevivir."
El tratamiento convencional para casos como el de Silvina no sólo implicaba la pérdida del embarazo, también conllevaba la perdida de la posibilidad de volver a quedar embarazada. "En casos de hemorragias graves como éste, el estándar de cuidado en todo el mundo es hacer una histerectomía -agregó Leguizamón-; es decir, sacar el útero."
Reparar una herida sobre un tejido en expansión, como es el útero durante el embarazo, era todo un desafío para la obstetricia. "Desde el punto de vista técnico, hacer una sutura en el útero en crecimiento va en contra del concepto mismo de sutura", apuntó Palacios.
"Pero a veces -agregó- la solución parte de cosas que uno ha hecho antes. Hace tres años, había sido consultado por un caso similar que ocurrió en Estados Unidos, en el que se planteó la posibilidad de reparar la rotura de la cicatriz de la cesárea con el bebe dentro del útero. Pero antes de llegar a la cirugía se produjo un aborto espontáneo."
La idea que había quedado dando vueltas era colocar por arriba y por debajo de la herida por cerrar unas mallas , de manera tal que a medida que el útero fuera expandiéndose con el progreso del embarazo la tensión recayera sobre ellas y no sobre la sutura del músculo uterino.
Leguizamón y Palacios plantearon al marido de Silvina la posibilidad de probar esa técnica innovadora. "El marido dio su consentimiento -contó Leguizamón-. Previamente habíamos corroborado mediante ecografías que la beba estaba bien, que se movía y que su latido era normal."
Pasada la una de la mañana, los médicos volvieron al quirófano. "Eramos 15 personas empujando para que esta beba naciera bien", recordó Palacios.
Tres meses de espera
Silvina salió del quirófano después las tres de la mañana. "Me despertó el anestesista -contó esta vecina de Florida, Vicente López-. Me dijo: la cicatriz es grande, pero tu beba está bien."
Comenzaba otra etapa, donde su participación era tan importante como la de los médicos. "Silvina tenía que permanecer internada hasta que naciera su hija -dijo Leguizamón-. No había casos en el mundo como éste, pero sí había experiencia con otro tipo de intervenciones, como las cirugías fetales [en las que se corrigen defectos congénitos del bebe aún en el útero], que se asocian con un mayor riesgo de trabajo de parto prematuro o de rotura de bolsa."
En caso de que se produjera alguna complicación, la atención debía ser inmediata. "Yo también prefería estar internada: con dos hijos en casa no existe el reposo", bromeó Silvina, y agregó: "Me tomé la internación como un trabajo: estar atenta a cualquier síntoma. Tenía dos posibilidades, tomarme bien o mal el tener que estar internada, y yo elegí tomármelo bien, con alegría por estar haciéndolo por mi hija".
El reposo, por suerte, no era absoluto y Silvina comenzó entonces a visitar a otras mujeres internadas en el piso de maternidad. "Cuando me sacaron los puntos, volví a usar mi ropa, decoré la habitación, empecé a leer, a tejer, puse flores, para recibir las visitas de mi familia." En total, fueron casi tres meses de internación.
Mientras, los médicos discutían cómo proceder. La pregunta era: ¿cuándo debían hacer nacer a la beba? "Había que sopesar el riesgo asociado con la prematurez versus el riesgo de una posible rotura de bolsa", explicó Leguizamón. El tema fue motivo de ateneo entre los médicos, e incluso de encuesta internacional, ya que se contactó a expertos de otros países para que opinaran cuál era la mejor fecha para una cesárea.
Se decidió entonces que el mejor momento era a fines de la semana 32 del embarazo. "Entonces, el útero comienza a remodelarse y el bebe se mueve más vigorosamente, con lo que aumenta el riesgo de rotura de bolsa", explicó Leguizamón.
La cesárea se realizó finalmente el 12 de diciembre y Guadalupe Calvo Franzin nació con 1,700 kilos. Desde entonces y hasta el lunes último, la pequeña permaneció internada en neonatología del Cemic, donde fue creciendo normalmente y recibió las visitas diarias de su mamá.
Su primera noche en casa fue agitada: "Me la dieron con el sueño cambiado: ¡pasó toda la noche despabilada! -se rió Silvina-. Me dio gusto despertar por fin a su lado".
Por Sebastián A. Ríos
De la Redacción de LA NACION