Frederica Mathewes-Green
El debate sobre el aborto parece un conflicto de derechos irresoluble: el derecho de las mujeres a controlar sus propios cuerpos, el derecho de los niños a nacer. ¿Se pueden apoyar los derechos de las mujeres y oponerse al aborto?.
Apoyar verdaderamente los derechos de las mujeres debe implicar contar la verdad sobre el aborto y trabajar para que cese. Hace muchos años yo sentía de modo distinto; en la universidad defendí la derogación de las leyes sobre el aborto y apoyé a mis amigas que viajaban para abortar fuera del estado. En aquellos primeros días de feminismo las mujeres se enfrentaban con obstáculos que intimidaban. Se creía que la mujer típica era propensa a tener accidentes en el aparcamiento y a consolarse después con un sombrero nuevo. Desde luego no era alguien que debiera dirigir una sociedad anónima -quizás era alguien que ni siquiera debiera votar.
Pero los obstáculos con los que las mujeres se enfrentaban no sólo eran políticos; nos sentíamos físicamente vulnerables, puesto que las estadísticas de violaciones aumentaban y los cuerpos de las mujeres eran explotados en la publicidad y el espectáculo. El menosprecio de nuestras capacidades por el mundo exterior era agravado por la crueldad extra a la que estaban expuestos nuestros cuerpos, de la violencia desde fuera y la invasión desde dentro. Un embarazo no planificado parecía un invasor, un malvado extraño empeñado en colonizar nuestro cuerpo y destruir nuestros planes. Sentíamos que el primer derecho debía ser mantener el propio cuerpo sano y salvo y privado; sin esto, todos los demás derechos carecían de sentido.
Porque aún creo tan fervorosamente en el derecho de una mujer a proteger su cuerpo, ahora me opongo al aborto. Esa protección del cuerpo de una mujer debe empezar cuando empieza su cuerpo, y debe ser suya no importa donde viva -aunque viva en el seno de su madre. Lo mismo es también verdad para su hermano.
Durante años me tragué la postura de que el niño aún no nacido era sólo “una pequeña masa de tejido”. Cuando tropecé con una descripción de un aborto a mitad del embarazo, me horrorizó la descripción del centro de la jeringuilla moviéndose a trompicones contra el abdomen de la madre mientras su hijo pasaba por las angustias de la muerte. Me enteré que los abortos tempranos no eran más benignos: se hace pedazos al niño miembro por miembro y se le saca por aspiración a través de un estrecho tubo hasta una bolsa sangrienta. Lo peor de todo es que me enteré que de 400 a 500 veces al año nacen niños vivos después de abortos tardíos, y entonces se les hace morir por estrangulamiento, ahogándolos, o sencillamente se les deja en una chata en un water a oscuras hasta que cesan sus gemidos.
No podía negar que esto era una violencia horrorosa. Aunque hubiera alguna duda de que el niño aún no nacido fuera una persona, si hubiera visto a alguien hacer esto a un gatito me habría horrorizado. El feminismo que esperaba crear una nueva sociedad justa había adoptado como esencial un acto de injusticia. En Los hermanos Karamazov, un personaje desafía a otro en cuanto a si consentiría en ser el arquitecto de un mundo nuevo en el que todas las personas serían felices y estarían en paz, pero “fuera esencial e inevitable torturar hasta la muerte sólo a una diminuta criatura -aquella niña...por ejemplo- y echar los cimientos de aquel edificio sobre sus lágrimas no vengadas”. No sólo una muerte está por debajo de este edificio, sino decenas de millones, con miles más cada día. La justicia no se puede construir sobre unos cimientos tan sangrientos.
¿Se han beneficiado las mujeres de la legalización del aborto?. Alguien ha sacado provecho, pero no la mujer que sufre uno; la industria del aborto gana 500 millones de dólares al año, y la venta de partes de los niños aún no nacidos podría empujar la cifra a miles de millones. La mujer media no gana, sino que pierde, cuando tiene un aborto. Pierde, en primer lugar, los cientos de dólares al contado que debe pagar para recibir la cirugía. Segundo, debe sufrir un procedimiento humillante, una invasión más profunda que la violación, puesto que el interior de su útero se limpia crudamente por aspiración para eliminar toda pizca de vida. Algunas mujeres se obsesionarán toda su vida con el sonido de ese aspirador. En tercer lugar, puede perder su salud. Además de las mujeres a las que se hace una punición o mueren en las mesas de operación de los abortos, hay efectos perjudiciales más sutiles. La apertura del útero, el cuello del útero, está concebida para que suceda gradualmente durante varios días al final del embarazo. En un aborto, el cuello del útero se abre de un tirón violento en cosa de minutos. Se pueden dañar las delicadas fibras musculares -un daño que puede pasar desapercibido hasta que está muy avanzada en un embarazo deseado posterior y dejan paso a un aborto espontáneo. Según algunas estimaciones, se dobla la probabilidad de abortos espontáneos posteriores en mujeres que han abortado.
Mientras se puede abrir el cuello del útero, el útero nunca fue destinado a ser limpiado con un aspirador. Los arañazos y rasguños pueden causar cicatrizaciones que pueden producir endometriosis. Si las cicatrices están cerca de la abertura de las trompas de Falopio, se pueden eliminar en parte las aberturas. El diminuto espermatozoide puede entrar nadando y fecundar el óvulo, pero el óvulo fecundado, cientos de veces más grande que un espermatozoide, no puede volver a pasar a través de ellas dentro del útero. El óvulo fecundado se puede implantar y crecer en las trompas hasta que el tamaño del niño alcanza el limite de las trompas; si no se diagnostica la condición, el tubo explota, el niño muere y la mujer puede morir. Algunos estudios demuestran un aumento por cinco en el riesgo de embarazo tubárico -en las trompas- de una mujer que ha abortado. Alternativamente, la cicatrización en la entrada de las trompas puede ser completa. En este caso, el espermatozoide nunca se puede encontrar con el óvulo, y la mujer es estéril; creía que estaba abortando un embarazo, pero estaba abortando todos sus embarazos para el resto de su vida.
Esto nos trae a la perdida más devastadora de todas: la mujer pierde a su propio hijo. La retórica del aborto describe al niño aún no nacido como un parásito, un grumo, “una pequeña masa de tejido”. De hecho, es el hijo de la mujer, tan parecido a ella como cualquier hijo que tenga alguna vez, compartiendo su apariencia, talentos y árbol genealógico. En el aborto, ofrenda a su propio hijo como un sacrificio por el derecho a evitar el cambio en su vida, y es un sacrificio que le obsesionará.
La ultima perdida es la perdida de su tranquilidad de espíritu. Planned Parenthood -Paternidad Planificada- reconoció recientemente que tantas como un 91 % de las mujeres que han abortado pueden experimentar un trauma después del aborto. Algunas sufren depresión, pesadillas, ideas suicidas; algunas se despiertan por la noche creyendo que oyen llorar a un niño. Un hombre que vio que su esposa se desintegraba gradualmente después de su aborto pregunto: ¿Qué clase de intercambio es control de tu cuerpo por control de tu mente?. El bebe perdido en un aborto no es uno que mantendrá despierto a su mamá por la noche --aún no.
Por todas estas perdidas, las mujeres no ganan nada sino el derecho a correr a su puesto. El aborto no cura ninguna enfermedad, no gana un aumento de salario a ninguna mujer. En una cultura que trata el embarazo y la crianza de los niños como impedimentos, quirúrgicamente adapta a la mujer para que encaje. Si las mujeres son un grupo oprimido, son el único grupo semejante que requiere cirugía para ser igual. En la mitología griega, Procusto era un anfitrión exigente; si eras del tamaño equivocado para su cama, te estiraría o cortaría para que encajarás. La mesa de operaciones del aborto es la cama de Procusto del feminismo moderno, para exigir la cual las víctimas realmente desfilan por las calles, en una horrorosa tergiversación.
Las tendencias anteriores del feminismo vieron esta cuestión más claramente. Susan B. Anthony llamó al aborto “infanticidio” y exigió “prevención, no meramente castigo...del espantoso hecho”. Las feministas del siglo XIX eran unánimes en oponerse al aborto. Elizabeth Cady Stanton lo agrupó con el infanticidio y afirmó que si era degradante tratar a las mujeres como propiedad, no era mejor para las mujeres tratar a sus propios hijos como propiedad. Su colega, Mattie Brinkerhoff,fue quizás más clara cuando comparó a una mujer que buscaba el aborto con un hombre que roba porque tiene hambre.
La cuestión sigue siendo: ¿quieren las mujeres el aborto?. No como quieren un Porsche o un cucurucho de helado. Como un animal caído en una trampa, que trata de arrancar su pierna con los dientes, una mujer que busca un aborto está tratando de escapar a una situación desesperada con un acto de violencia y perdida de si misma. El aborto no es un signo de que las mujeres sean libres, sino un signo de que están desesperadas.
¿Cómo llegó a ser predominante tal desesperación?. Dos tendencias en el feminismo moderno, ambas adoptadas de los valores de la estructura de poder masculina que le precedió, se combinaron para hacer necesario el aborto. El feminismo reemergente estaba preocupado principalmente en abrir puertas para las mujeres en la vida profesional y pública, y más tarde adoptó también la recomendación de la libertad sexual. La participación en la vida pública se complica significativamente con la responsabilidad de los niños, mientras que la actividad sexual sin compromiso es la manera más eficaz de producir embarazos no deseados. Este dilema -búsqueda simultanea de comportamientos que causan niños y que son turbados por los niños- encuentra inevitablemente su resolución en una mesa de operaciones para abortos.
Si tuviéramos que imaginar una sociedad que apoyara y respetara a las mujeres, tendríamos que empezar evitando los embarazos no planificados.
Los anticonceptivos fallan, y la mitad de todas las mujeres que abortan admiten que de cualquier manera no los estaban usando. Así, evitar los embarazos no planificados implicará un regreso a la responsabilidad sexual. Esto significa o evitar el sexo en situaciones donde no se puede dar la bienvenida a un niño, o estar dispuesta a ser responsable de las vidas concebidas no intencionadamente, quizás haciendo un plan para la adopción, contrayendo matrimonio, o con pagos fieles para el mantenimiento del hijo. Usar anticonceptivos no es un sustituto de esta responsabilidad, no más que llevar puesto un cinturón de seguridad da derecho a ir a toda velocidad. No es culpa de la niña cuando se la concibe, es el colmo de la crueldad exigir el derecho a hacerle trizas para continuar teniendo relaciones sexuales sin compromiso.
Además, tenemos que hacer que continuar un embarazo y criar un niño sea menos carga. La mayoría están de acuerdo en que las mujeres deberían desempeñar un papel en la vida pública de nuestra sociedad; sus talentos y capacidades son tan valiosos como los de los hombres, y no hay razón para restringirles el acceso a la esfera del empleo. Pero durante los años en que sus hijos son pequeños, la madre y el niño suelen preferir estar juntos. Si las mujeres tienen que ser libres para suprimir estos años en medio de una carrera profesional, deben tener, como antes se ha mencionado, hombres fieles y responsables que les apoyen. Ambos padres se pueden beneficiar también de más flexibilidad en el lugar de trabajo: permitir que los padres de niños en edad escolar fijen sus horarios para que coincidan con las de la jornada escolar, por ejemplo, o permitir que más trabajadores se escapen a los gastos de la oficina, el ir y venir regularmente al trabajo, y el cuidado al niño trabajando desde su casa.
También se debe dar la bienvenida a las mujeres que vuelven a la mano de obra cuando quieren regresar, explicando sus años en el hogar como una valiosa formación en dirección, educación y destrezas negociadoras.
Los derechos de las mujeres no están en conflicto con los derechos de sus propios hijos; la aparición de tal conflicto es un signo de que algo marcha mal en nuestra sociedad. Cuando las mujeres tienen el respeto sexual y la flexibilidad en el empleo que necesitan, ya no buscarán el sucedáneo de la sangrienta injusticia del aborto.
Frederica Mathewes-Green es vicepresidente para Comunicaciones en Feminists for Life -Feministas por la Vida- y directora de SISTERLIFE, su revista trimestral.
http://www.provida.es/valencia/enciclopedia/20.htm
1 comentario:
La industria del aborto en España
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