19 abril 2010

Enrique Ferrara, enfermero arrepentido de colaborar en abortos


ALBA En 1996 el enfermero Enrique Ferrara accedió a una plaza de quirófano en el Hospital Severo Ochoa de Leganés. Llevaba entonces más de diez años ejerciendo su profesión; había pasado por Urgencias, por Pediatría, Medicina Interna… La llegada al quirófano suponía una mejora en su carrera profesional.

Primero fue rotando por las distintas especialidades y después recaló en el quirófano de Ginecología: cesáreas de urgencia, histerectomías, operaciones de mama y los viernes… “Los viernes estaban programados los abortos”.

A Ferrara no le gusta hablar de aquellos meses -casi dos años- en los que colaboró en la práctica de abortos, pero cree que la gente tiene que saber lo que son en realidad: “Si mi testimonio sirve para que una persona cambie de opinión, ya es bastante”. Por eso contó su historia a la revista Misión y por eso recibe ahora a ALBA.

Lejos de su ánimo -y del nuestro- caer en el morbo o en la violencia gratuita; se trata de una dosis de realidad, de dura realidad, que sucede minuto a minuto, día tras día, hasta 120.000 veces al año en España.

“En Leganés sólo se empleaba entonces la técnica de aspiración; no sé si aparte, en Reanimación, se hacían partos inducidos para expulsar al feto, pero eso yo, gracias a Dios, no lo he visto”.

Encender el aspirador

Lo que sí vio Enrique fue la tristeza inmensa que invade a la mujer que se somete a un aborto voluntario. “Me di cuenta de que ellas eran las que menos deseaban estar allí. Están presionadísimas por su familia o su pareja, porque tienen miedo a perder su trabajo… y casi todas lloran antes y después del aborto”.

Dependiendo de la paciente y de las semanas de gestación se utiliza anestesia general o local. “Si la anestesia es local, la paciente está sedada y más de una vez se ha despertado alguna sobresaltada o dolorida en medio de la intervención; incluso se incorporaba”, relata Enrique, que fue testigo de la hipocresía que reina entre los enfermeros: “Cuando llegué al quirófano de ginecología, me dijeron que, en los abortos, los enfermeros nunca ‘tiraban de la valva’ [un instrumento utilizado a modo de pala para abrir el cuello del útero y poder así introducir la cánula que va conectada al aspirador], que habían conseguido no tener que hacerlo”.

Sin embargo, los enfermeros sí ayudaban al anestesista y eran, además, los encargados de encender el aspirador con el que se succiona al feto. “Al final estás colaborando”.

Cuando Enrique Ferrara llegó a Ginecología, “no era un defensor del aborto, pero tampoco estaba en contra”. Los enfermeros, al contrario que los médicos, no pueden objetar a la práctica de abortos -”si dices que no haces abortos, te amenazan con mandarte a Urgencias, casi como castigo”-, así que Enrique se vio, casi sin darse cuenta, “envuelto en eso”.

A medida que pasaban los meses algo en su interior le llevaba a rechazar lo que veía y hacía. “Se juntaron muchos factores. Además de verlo en primera persona, yo estaba en un momento de cambio interior, de transformación”.

Se fue a hacer unos ejercicios espirituales que “al principio”, dice él, no le “sirvieron demasiado”, pero, poco a poco, fue “abriendo los ojos”.

Cuenta que no podía dormir y que en esas noches en vela se planteaba para qué servía su trabajo hasta que, un día, “todo lo que antes daba igual lo veía desde otro punto de vista”.

Hubo muchas pequeñas cosas que le llevaron a no poder soportar ese día a día en los quirófanos de abortos; una de ellas, ver cómo los aspiradores quedaban “atascados con fragmentos de tejido” durante el aborto. “La mayor parte del tiempo lo que ves son como coágulos de sangre, pero de vez en cuando el aspirador se atascaba y podías ver tejidos humanos, perfectamente identificables”.

Otra, ver a una chica en la zona de corta estancia -donde están las pacientes acompañadas de sus familiares antes de la operación-. “Ella no estaba convencida y su madre era la que le decía que lo tenía que hacer. En el último momento la chica se levantó y le dijo: ‘Aquí decido yo y no quiero hacer esto’, y se marchó sin abortar”.

Otras muchas, en cambio, entraban llorando en el quirófano, pero entraban. “Los médicos, al verlas llorar, les decían ‘la próxima vez toma precacuciones’, nada más”.

Tomada la decisión de cambiar el rumbo, Enrique Ferrara buscó primero la paz espiritual, “un sacerdote que me pudiera ayudar con esto porque no puede ser cualquiera”. Se confesó por primera vez después de muchos años y recuperó la serenidad personal.

Reportaje íntegro en el número 273 del semanario


2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me alegro de tu decisión, no estas solo ni mucho menos

Anónimo dijo...

Me alegro, no estas solo ni mucho menos. Que Dios te bendiga