28 junio 2005

ESTERILIZADAS POR SER GITANAS

CONTROL DE NATALIDAD CON ENGAÑO

TODAS SON cíngaras y jóvenes. Y ya no podrán tener hijos. Decenas de mujeres de esta etnia en la República Checa están presentando denuncias por haber sido esterilizadas sin su consentimiento. Creían que eso sólo podía ocurrir con el comunismo, como confiesan a la periodista

SILVIA ROMAN. Ostrava (República Checa)
FIRMA CON LA ANESTESIA. Iveta Holubova, de 28 años, fue esterilizada en 1997. Sintiendo ya los dolores del parto y después de que le pusieran tres inyecciones le presentaron unos documentos que ella rubricó. «Cuando me desperté tenía un inmenso dolor y el estómago vendado», dice. «Me dijeron que había tenido una niña de 2,75 kilos y que me habían esterilizado».
FIRMA CON LA ANESTESIA. Iveta Holubova, de 28 años, fue esterilizada en 1997. Sintiendo ya los dolores del parto y después de que le pusieran tres inyecciones le presentaron unos documentos que ella rubricó. «Cuando me desperté tenía un inmenso dolor y el estómago vendado», dice. «Me dijeron que había tenido una niña de 2,75 kilos y que me habían esterilizado».

Mediodía del miércoles 15 de junio en la ONG Life Together de Ostrava (norte de la República Checa). Iveta Holubova viste unos vaqueros y una camiseta rosa. Tiene 28 años, una preciosa cara de niña y una terrible historia a sus espaldas. No sabe cómo empezar. Coge un papel y lo retuerce, como si con él quisiera representar sus trompas de Falopio, cómo se las amarraron y cortaron.Pero al final prefiere hablar... «Llegué por la noche al hospital.Querían hacerme una cesárea, pero lo dejaron para primera hora de la mañana porque había cenado. Al amanecer, un doctor me dijo que podía tener un parto natural, pero de repente vino otro e insistió en que fuera una cesárea. Me pincharon tres veces, me llevaron a una sala, me preguntaron si había firmado los papeles y dije que no. El médico gritó: "¡Tiene que firmar los papeles!".Yo estaba con los dolores. Me dieron algo para firmar y lo hice.Conté hasta cinco y me quedé dormida».

Respira hondo, echa un trago de agua con gas y continúa: «Cuando me desperté, tenía un inmenso dolor y el estómago vendado. Me dijeron que había tenido una niña de 2,75 kilos y 47 centímetros y que había sido esterilizada. Volví a quedarme dormida. Ni siquiera me paré a pensarlo. Luego no paré de vomitar. Y no fue hasta el tercer día cuando entendí lo que me había pasado».

Su madre le preguntó cuándo iba a querer tener otro bebé y entonces cayó en la cuenta de que le habían hecho algún comentario. Algo que tenía que ser «una especie de método anticonceptivo».

-Mamá -le contestó,- creo que estaré sin tener niños unos años.Enfermera, ¿cómo se llama ese anticonceptivo que me han puesto?

-No es un anticonceptivo. Estás esterilizada -le dijo la enfermera.

Sólo entonces empezó a comprender lo que le habían hecho, aunque hoy, ocho años despúes, todavía es incapaz de creérselo. «¡Ningún doctor me dijo en el momento del parto que no iba a tener más niños! Soy muy joven. Sólo he tenido dos hijos. ¡Nunca habría permitido que me esterilizaran!», dice con el rostro en tensión.

Iveta Holubova es gitana. Durante años el régimen comunista esterilizó sin consentimiento a miles de mujeres gitanas cuya descendencia era «indeseada». ¿Limpieza étnica? Se trataba de controlar las «elevadas e insalubres» tasas de fertilidad de las mujeres cíngaras.Pero la práctica no terminó con la caída del Muro. Según varias ONG de la zona, las trompas de cientos de romanís han sido ligadas desde 1989. Muchos médicos, mantienen dichas asociaciones, presionan a parturientas como Iveta para que se dejen esterilizar y a menudo consiguen su consentimiento en circunstancias dudosas.

La tragedia personal de Iveta, por ejemplo, ocurrió en la ya democrática República Checa de 1997. Pero las hay incluso más recientes. Como la de Helena Ferencikova, esterilizada en 2001, poco antes de que el país ingresara en la UE.

«Empecé a tener los síntomas del parto. Con 19 años, era mi segundo bebé. Yo quería tener tres hijos. Me dieron unos papeles. Empecé a leerlos. Estaba escrito el nombre del niño, los datos de mi familia... Tenían que hacerme una cesárea. Los firmé rápido, pues tenían que meterme corriendo en el quirófano», relata.

«Uno de ellos», prosigue, «debía de ser el permiso para ser esterilizada, pero yo ni siquiera sabía lo que significaba esa palabra. Al día siguiente me dijeron que nunca más tendría hijos. Mi marido montó en cólera». En el impoluto salón de su casa, el esposo de Helena, de 24 años -ella tiene ahora 23- asiente. Se siente orgulloso de la decisión que su mujer tomó el año pasado.

A finales de 2004, Ferencikova decidió denunciar su caso y ser la primera mujer en toda la República Checa en llevarlo a los tribunales. Su valentía animó a las demás víctimas. Se reunieron, empezaron a contarse en voz alta sus respectivas experiencias, fundaron la organización Mujeres Dañadas por la Esterilización y se vieron amparadas por la ONG Life Together y otras tres asociaciones que trabajan con la población gitana del país.

De los 12 millones de habitantes checos, 300.000 son cíngaros.De estos 300.000, el 10% (esto es, 30.000) se concentran en Ostrava, la capital regional de Moravia del Norte, al pie de los Cárpatos y a 15 kilómetros de la frontera polaca. De las 76 mujeres gitanas que han denunciado finalmente ante la Justicia su irreparable situación, 35 son de Ostrava.

La comunidad romaní vive a las afueras de la ciudad, en edificios destartalados en pleno campo. Sin embargo, la apariencia externa es todo lo contrario al interior de los hogares: orden, limpieza, electrodomésticos, el suelo cubierto de alfombras (por lo que te obligan a la entrada a quitarte los zapatos), muebles, figuras de porcelana, visillos blancos, la cafetera humeante...

«Si no nos hacen caso», dice desafiante Helena Ferencikova, «iremos al Tribunal de Estrasburgo».

MÉDICOS MUY OCUPADOS

Las denuncias se encuentran en estos momentos en manos del ombudsman o defensor público de los derechos de los ciudadanos checos.Se están comparando con el informe elaborado estos días por una comisión de expertos médicos (todos doctores, ninguna mujer) del Ministerio de Sanidad. Con los dossieres de las denunciantes y los de la comisión, el ombudsman intentará alcanzar y hacer pública una decisión a finales de este mes de junio.

El incómodo quid de la cuestión reside en que todas las mujeres estamparon sus firmas.

«Todo se hizo acorde con la ley. Las intervenciones fueron correctas», afirmaba esta semana el doctor Richard Spousta, jefe de Ginecología del Hospital Fifejdy de Ostrava, en el que se considera que se han producido el mayor número de esterilizaciones a gitanas.

«Si no saben lo que es una esterilización, deben preguntar», añadía. «Los médicos tenemos mucho que hacer, una intervención detrás de otra, y por eso no podemos pararnos a hablar, no podemos perder el tiempo con un paciente. Durante el comunismo no existía la comunicación entre el doctor y el paciente, pero ahora sí.Son ellas las que deben plantear las cuestiones si creen que la contracepción es otra cosa. Pero si no lo hacen y se callan...».

En todo caso, la rebelión femenina romaní parece que está dando resultados. «De repente están viniendo todas aquí quejándose, llorando. Hemos decidido no hacer más esterilizaciones durante o inmediatamente después del parto sino seis semanas después y tras haber hablado tranquilamente con la mujer», se comprometió el doctor Spousta.

Iveta Holubova, que se resiste a no darle a su marido un varón (tiene dos niñas), fue una de las que acudió llorando al Hospital Fifejdy, donde la habían esterilizado, exigiendo una solución.Allí le recomendaron ir a una clínica privada de fertilización para someterse a un tratamiento de fecundación in vitro.

Holubova se encuentra en la actualidad en su tercer intento, tras haber perdido dos fetos. Ahora se sumerge en su última tentativa.El Hospital Fifejdy le ha ofrecido una cama gratis donde reposar los días posteriores al tratamiento y sesiones de psiquiatría si es incapaz de fecundar y dar a luz otro bebé.

«Es como si tuvieran remordimientos de conciencia», cuenta Kumar Vishwanathan, portavoz de la ONG Life Together.

A Helena Gorolova y Helena Bologova las esterilizaron en los años 90 y se han sumado ahora a las demandas de las restantes afectadas.

«No es verdad que hagamos esto por dinero». Con un sobrepeso desmedido, Bologova tiene muchos problemas de salud. «Mi médico de cabecera me asegura que todo lo que me pasa ahora viene provocado en gran medida por la esterilización», dice. Pero la salud física no ha sido el único problema. «Mi esposo está ahora más calmado», continúa. «Ya tiene 34 años. Pero cuando todo esto ocurrió yo tenía 29 y él, 19. Todo este tiempo he temido que me dejara por otra más joven que le pudiera dar hijos. Yo ya tenía tres de otro hombre y ahora tenemos un nieto, por eso tampoco le da más vueltas. Aunque cuando sale con sus amigos y se toma unas copas, regresa a casa y lo primero que hace es recordarme que soy estéril».

EL DERECHO A DECIR NO

Para Gorolova, vecina de Bologova en la barriada de Privoz, también fue una tragedia. Encogiendo las rodillas y rodeándolas con sus brazos, recuerda cómo le tuvieron que hacer una cesárea porque el bebé tenía problemas con el cordón umbilical. «Instantes antes de ese momento tan complicado, me hicieron firmar unos papeles pidiéndome que escribiera el nombre que quería ponerle al bebé si era niño o si era niña. Yo firmé todo lo que me daban. En uno de ellos debía de estar el permiso de la esterilización».

Sigue en posición fetal: «Cuando al día siguiente el doctor me dijo que la niña estaba bien, di un grito de alegría. Cuando a continuación me confesó que me habían esterilizado, pegué otro grito, pero de terror. A mi marido le dijeron más tarde que lo habían hecho por mi salud, ya que se trataba de mi segunda cesárea».

Efectivamente, tras dos cesáreas, existe el peligro de una ruptura uterina. La diferencia es que en otros países los médicos lo advierten y el paciente decide libremente, y Gorolova entiende que, en su caso, la ligadura de trompas por doble cesárea fue sin informarla y forzada.

«Este mismo año he descubierto que podría haber dicho no», señala.«Podría haberme negado y no me habría ocurrido nada, a pesar de ser gitana. Las gitanas nunca hemos sabido a lo que teníamos derecho. Desconocíamos adónde ir, a quién podríamos contárselo.Sólo temíamos la reacción de los doctores».

En el campamento de Zárubek, en los alrededores de Ostrava, una bella gitana, de piel pálida y apuestos 39 años, expone su caso, algo excepcional. Jirina Dzurkova fue esterilizada de la misma manera que las demás, pero ella no firmó el papel con el permiso antes de la operación, sino después. Primero inutilizaron sus trompas y más tarde le hicieron rubricar el consentimiento.

«Les he demandado, pero también a mi primer ginecólogo, al que me colocó mal el DIU [dispositivo intrauterino] y provocó todo», explica sentada con serenidad en la mesa de su cocina, mientras da de merendar a uno de sus cuatro hijos. «Empecé a tener problemas con el DIU hace cuatro años. Los médicos me observaron con atención y me dijeron que me cambiarían el método contraceptivo. Entonces resultó que estaba embarazada y sufrí una fuerte hemorragia. Me ingresaron en el hospital, me operaron para frenar la abundante sangre y... [silencio, larga e intensa mirada] me esterilizaron sin firmar absolutamente nada. Todo lo firmé después, cuando me dieron papeles que yo creí que eran los del alta. Meses más tarde, leyendo mi historial clínico, me reveló mi situación el médico de cabecera».

«¿Que si tengo ahora problemas con mi marido? Sí, claro. Me dice que le hubiera gustado tener otra niña y que qué va a hacer conmigo si yo ya no puedo tener hijos», sonríe ligeramente, avergonzada de lo que le ha deparado el devenir.

Sin embargo, no muestra flaqueza, ni conformidad. Y hace hincapié en la organización que las mujeres gitanas acaban de fundar: «En cuanto nos reunimos a finales del año pasado y vi cómo podíamos luchar y hablar de nuestros problemas, me sentí feliz y decidí seguirlas. Ahora somos fuertes. Juntas tenemos poder. Y, ante todo, hemos llamado la atención. Ya nos sentimos mejor».

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