12 julio 2005

Guerras y aborto




Antes de formarte en la matriz te conocí para Mí; antes que nacieras te consagré." (Jeremías 1, 5)


EL ABORTO es sin duda el mayor genocidio de todos los tiempos: 50 millones de niños asesinados cada año en el mundo. La realidad de la vida es pura genética: desde que el óvulo y el espermatozoide se unen existe vida (la genética lo demuestra). Si matamos a los niños no nacidos que padecen alguna subnormalidad, a los que son producto de una violación y a los que suponen "una carga excesiva para sus madres" porque no matamos también a todos los niños nacidos que son pobres, a los discapacitados, a los negros, a los homosexuales, a los abortistas, a todo el que no sea ario, a los que nos caigan mal, etc. Esta es la dura mecánica del aborto: si justificamos el crimen, nos estamos poniendo al borde de lo que pasó en la Alemania nazi con el exterminio de los judíos y otras razas. La vida humana es un valor que está por encima de cualquier otra consideración ideológica.
GUERRAS Y ABORTO

Alguna gente piensa que sería mejor dedicar más tiempo a acabar con las guerras en lugar de ocuparse tanto del aborto

Es evidente que una guerra no es ninguna noticia agradable, la gente muere, las bombas caen, los inocentes son asesinados tras la pantalla de "daños colaterales", etc. Pero, aúnque terrible, existen tragedias aún mucho mayores. De hecho, la mayoría de las guerras no son más que una pálida sombra del horror en comparación con la masacre que se produce TODOS LOS DIAS en esos mataderos públicos o clandestinos donde se asesina a MILLONES DE NIÑOS. Niños inocentes, totalmente indefensos, que no tienen ninguna culpa de la irresponsabilidad de sus padres. Niños que son salvajemente descuartizados, triturados y arrancados del vientre materno para ser luego incinerados o tirados al cubo de la basura, -inciso: en Suecia, por ley, los niños abortados tienen derecho a ser enterrados como personas normales, un caso único en el mundo.

Y este genocidio silencioso está sucediendo a la vuelta de la esquina, en esos hospitales tan pulcros y relucientes, que esconden tras la limpieza impoluta de sus quirófanos un salvajismo tan inaudito como indescriptible. Yo personalmente he tenido ocasión de ver niños abortados. Niños, personas humanas perfectamente reconocibles y no "fetos ni embriones, que es la forma de vida más abstracta que se pueda imaginar", como argumentan algunos defensores del abortismo. Niños de cuerpos formados, de cabezas grandes, y expresiones tristes que flotaban sin vida dentro de frascos de formol.

Por exponer algunos datos diré que el corazón de un feto ya palpita a los 18 días. A las 6 semanas ya presenta actividad bioeléctrica (neuronal). A las 9 ya puede sentir dolor. Y a los 6 meses incluso sueña. No tengo palabras para esta masacre.

La guerra es terrible, sin duda, pero el aborto es aún peor, un genocidio tan brutal, espantoso y salvaje que es imposible describirlo con palabras. Y lo peor es que la sociedad permanece ajena ante este genocidio. Nadie se inmuta, e incluso algunas empresas de cosméticos se animan a hacer negocios con ello. Por ejemplo, en Bélgica, algunas compañías pagan a las mujeres para que retrasen todo lo posible sus abortos, de forma que puedan obtener al final grandes y jugosos niños sangrientos con los que llenar esos frasquitos de crema hidratante que las mujeres utilizan para mantener sus rostros relucientes.

Nunca como en este caso sería mejor aplicable la famosa metáfora de Jesús que comparaba a ciertos pecadores con sepulcros blanqueados, muy relucientes por fuera, pero plagados con la podredumbre más repugnante y vomitiva en su interior.

Sepulcros blanqueados son estas abortistas que se embadurnan la cara con potingues procedentes de sus abortos, promocionando indirectamente a las empresas que asesinan niños. Sepulcros blanqueados, pero sólo durante esta corta vida. Al final, cuando todo lo escondido salga a la luz, se abrirán por fin los sepulcros, y la podredumbre que anida en su interior será juzgada, sentenciada y vertida al crematorio donde arden eternamente los perversos.

LA MORAL NATURAL

Recordamos la doctrina de la Iglesia. La ley positiva debe ser reflejo de la ley natural. Si no lo es, es una ley injusta. La ley injusta o inicua, no es ley; no obliga en conciencia, y existe el derecho y el deber de desobedecerla y ejercitar contra ella una resistencia no violenta, aún a costa de perder posiciones profesionales, sociales y/o económicas. El testimonio cristiano puede llegar a exigir el martirio de sangre. cfr. entre otros Enc. Veritatis splendor y Evangelium vitae). Todo lo anterior es aplicable a los defensores del aborto, de la guerra, del odio, del homosexualismo, del ateismo o cualquier otra ideología atea como el comunismo, el nazismo o el liberalismo salvaje

No hay comentarios: