29 octubre 2004

Una razón por la que el aborto es legal

El Papa Juan Pablo II frecuentemente y rectamente denuncia la "cultura de muerte", el suelo que nutre el odioso crimen del aborto.

El papa está en lo cierto, pero aquí en Estados Unidos, algunos increíbles amantes de esta cultura fertilizan el fétido suelo: Católicos cuya iglesia condena el aborto y la misma cultura que lo sostiene.

Si no fuese por los católicos, por el pueblo que se llama cristiano en general, el aborto sería ilegal.

Tal aserto suena poco razonable, pero está de acuerdo con la demografía. Los católicos americanos cifran 62 millones, alrededor del 25% de la población.

Casi 150 miembros del Congreso son católicos, incluyendo titanes tales como Edward y Patrick Kennedy, Joseph Biden, Tom Daschle y Charles Rangel.

Añádase a estos hombres y mujeres los cientos de legisladores estatales que son católicos, a más de los doctores, abogados, jueces y poderosos miembros de los medios de comunicación: Tim Russert y Chris Matthews, para nombras únicamente dos.

Pero desde 1973 los abortistas han eliminado 40 millones de inocentes. Muchos de estos abortistas, así como las madres que mataron a sus hijos, eran católicos.

Estos hechos provocan la pregunta de cómo el aborto permanece legal en una república donde la más extensa confesión religiosa es una iglesia que condena el aborto como crimen.

¿La respuesta? Demasiados católicos, particularmente aquellos en el poder, no son católicos. No hacen caso de las enseñanzas elementales de su iglesia en asuntos tales como la contracepción y el aborto. Si aceptan la enseñanza de la iglesia, o creen que el aborto es una atrocidad, aislan su fe y su moral de su política.

Cómo se puede llevar a cabo esta hazaña de contorsionismo intelectual es tema para otro día; por ahora, es suficiente decir que oímos a los políticos decir continuamente: "No permitiré que mis creencias personales afecten a mis decisiones políticas", y lo dicen orgullosamente. O bien: "Personalmente pienso que el aborto es malo, pero no puedo imponer mi moral a otros".

Felizmente, no piensan de forma similar acerca de otros crímenes, como el asesinato y la violación (y desgraciadamente imponen con alborozo sus supersticiones sobre bienestar, socialismo, impuestos, ecología, educación sexual y cualquier otra cosa acerca de la cual mantengan prejuicios).

De cualquier manera, por cualquier razón, millones de católicos americanos o bien aceptan pasivamente la cultura de la muerte o bien la asumen por entero. De acuerdo, algunos asisten semanalmente a misa o hasta creen que el aborto es malo, pero pocos de ellos sacan a sus hijos de las escuelas públicas debido a que las enseñanza estatales sobre sexualidad contradicen las de sus iglesias. Aún menos asisten a las manifestaciones pro-vida. Uno se pregunta cuántos aún rezan. Estas verdades se pueden aplicar a las otras tres cuartas partes de la población, que no es católica pero sí mayormente cristiana.

Cristianos americanos, católicos y protestantes, han abandonado a los no-nacidos a la maquinaria de la muerte.

La respuesta, supongo, es rezar.

Sólo una conversión religiosa o moral activará el sentido de culpabilidad y el pesar de esta nación por el aborto. Únicamente la urente pena que acompaña a un despertar espiritual, derretirá la helada conciencia que acepta como un "derecho" lo que es tan claramente un pecado de mefistofélicas dimensiones.

Los católicos deberían dar clases a la nación sobre el aborto y por qué es un crimen. En vez de ello, lo cultivan. Desconcertante, sí, pero atrozmente, deslumbradoramente verdadero.

Vergüenza sobre nosotros.


R. CORT KIRWOOD (en "Agape Press") Trad.: I. S. M.

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