13 mayo 2005

Sonsoles tiene 21 años; su hermano está en la misma situación en que estaba Terri Schiavo



«Nuestras vidas no serían lo mismo si él no estuviese»

Eutanasia: una palabra que da hasta miedo pronunciarla. Nos hemos acostumbrado a oírla y hoy más que nunca está en boca de todos.
No quiero escribir una carta cargada de sensacionalismo o fanatismo. Simplemente, pretendo plasmar la experiencia que me ha tocado vivir, aunque ni siquiera sé si servirá de algo…Tengo 21 años. Soy la séptima de 9 hermanos. Mi hermano Miguel, el segundo, hace 14 años sufrió un accidente de moto y desde entonces, se encuentra en estado vegetativo. Está en la misma situación en que estaba Terri Schiavo. La única diferencia es que mi hermano, tras mucho esfuerzo por parte de mis padres y de las enfermeras que le cuidan en casa, come por la boca.
No habla, no sabemos si es capaz de fijar la mirada, no anda..., pero vive. Sí, vive. Mi hermano es capaz de sonreír. Si le cuentas un chiste, la carcajada es tan grande que se le ilumina la cara. Si le duele algo, o está molesto, se le nota como si se estuviera quejando a gritos.
Cuando sufrió el accidente, tenía tan sólo 16 años, toda la vida por delante. Vive en casa con nosotros, y tengo que decir que nuestras vidas no serían lo mismo si él no estuviese. Aunque se encuentre en esta situación, no le deseo la muerte. Pienso que está sufriendo, pero como otras muchas personas en el mundo. Vivir es sufrir, y si él tiene que morir, tenemos que morir todos.
Miguel es el punto de unión de mi familia. Cada vez que entramos en casa, lo primero que hacemos es ir a su cuarto para darle un beso y decirle que ya hemos llegado. Todo está organizado de tal forma que nunca está solo, siempre hay alguien en casa con él, cuidándole, contándole cosas… Sus amigos del colegio, ya casados y con sus vidas hechas, vienen cada dos semanas a visitarle. Le traen a sus enanos y se los sientan en la silla de ruedas, mientras les dicen… «¡Saluda al tío Miguel!»

Ninguno de nosotros podría vivir sin él, y supongo que a la familia de Terri le pasa lo mismo, y no puedo evitar sentirme identificada con ellos. Terri, al igual que mi hermano, está viva, y privarle del alimento para que muera es un asesinato. Los bebés no pueden alimentarse por sí mismos, muchos ancianos tampoco..., ¿no merecen vivir?
¡Hasta dónde hemos tenido que llegar para querer matar y aplaudir una muerte públicamente sólo para que una persona, el marido de Terri, se beneficie de la indemnización económica que ella recibió! Creo que no estoy apelando a la moral católica o a la ética, simplemente al sentido común.

Quienes aprobáis la eutanasia, por lo menos tened la decencia de llamar a las cosas por su nombre. No digáis muerte digna cuando queréis decir «quitar un peso de encima», que las palabras tabúes están muy pasadas de moda.


Sonsoles Nocito Muñoz

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