Se acaba de cumplir el 25 aniversario de la implantación de la fecundación in vitro, y, aunque han nacido por este método más de un millón de niños en el mundo occidental, muchos otros han quedado olvidados en congeladores
Además de los exiguos resultados de la fecundación in vitro (FIV), hay otro aspecto más lamentable: el enorme problema que representan los embriones que se pierden, olvidados en congelación, destruidos por la manipulación, reducidos tras la implantación o sacrificados para fines distintos a los reproductivos.
Se están creando centros para la investigación con células de origen embrionario en Andalucía, Valencia y otras regiones. Además, se está procediendo a la aprobación en España de proyectos de investigación que implican la mal llamada clonación terapéutica, y se espera para los próximos meses la tramitación de una Ley, impulsada por el actual Gobierno, que desarrollará y ampliará el Real Decreto 2.132, de 29 de octubre de 2004, por el que se establecían los «Requisitos y procedimientos para solicitar el desarrollo de proyectos de investigación con células troncales obtenidas de preembriones sobrantes». Una ley que es previsible que deje en manos de los investigadores la utilización e, incluso, la producción de nuevos embriones, para su uso sin restricciones con fines de investigación, y una puerta abierta hacia la eugenesia.
¿Son los embriones seres humanos reales, o simples conglomerados de células? ¿Qué hacer con los embriones sobrantes, producto de reproducción in vitro? Por definición, en biología sabemos que un embrión constituye la etapa inicial de la vida de un ser vivo. Si se habla de embriones humanos se trata de vidas humanas nacientes. De esto no caben dudas ni es ético alimentarlas. En los últimos años, se han acumulado pruebas científicas irrefutables desde la genética, la biología celular y la embriología.
En primer lugar, en el cigoto se constituye la información del genoma individual, o sea, la identidad genética, el conjunto de la información sobre cómo va a ser (es ya) el nuevo individuo humano. Desde la concepción, una vez fusionados los núcleos gaméticos materno y paterno, queda determinado todo sobre las características del nuevo ser humano y que ya no variarán hasta la muerte. La expresión de estos genes irá aflorando a medida que llegue su turno durante el desarrollo.
En segundo lugar, desde la biología celular, los trabajos de la doctora Magdalena Zernicka-Goetz, en el Wellcome/Cancer Research (Cambridge, Inglaterra), publicadas en Nature hace dos años, demuestran que, «en la primera división celular, ya existe una memoria de nuestra vida». En ese instante queda determinado el plano general del desarrollo del ser recién concebido.
De cumplirse las condiciones necesarias, el embrión irá atravesando los diferentes estadios morfogenéticos hasta el nacimiento. Al cabo de 4, 5 días presentará el estado de blastocisto y tendrá la forma de una bola hueca, en cuyo interior presentará una masa de un centenar de células, de las que surgirán todos los tejidos y órganos, que empezarán a formarse superada la anidación en el útero materno.
La anidación es el primer paso para una gestación. Proporciona la oportunidad al embrión de que se complete su programa de desarrollo, establecido en su genoma individual desde el momento de la concepción. A partir de esta etapa crucial, se acentúa la relación y dependencia entre el embrión y el ambiente materno, pero la cualidad de vida humana ya existía desde el principio. Un embrión no acogido en su momento en el ambiente materno se detiene, se colapsa en su desarrollo y muere, a menos que se le congele. Pero la congelación es otra fuente de problemas. Tras 25 años de FIV, se supone que existen más de 1.500.000 embriones congelados en todo el mundo, de ellos, unos 200.000 en España. ¿Qué hacer con ellos?
Dignos desde su origen
Partamos de la base de que la condición de vida humana es independiente del origen del embrión. La artificialidad de su producción o de su conservación no altera ni su naturaleza biológica ni su dignidad de vida humana. Frente a la situación planteada por la acumulación de vidas humanas congeladas, se han propuesto varias posibles soluciones: la ideal es la primera, la devolución a la propia pareja de la que procedan, para futuros embarazos. La segunda, la adopción por otra pareja diferente, sería aceptable si se piensa en los embriones congelados, pero habría que regular el procedimiento para evitar los abusos comerciales, o la compra-venta de úteros de alquiler.
La tercera, dejar morir a los embriones manteniéndolos en estado congelado, es muy discutible, pues han sido creados para la vida y no puede considerarse ético; no hay una diferencia clara entre dejar morir o matar. El cuarto supuesto, la utilización para la investigación, es inaceptable desde todos los puntos de vista, ya que se trata de sacrificar los embriones sin darles la más mínima oportunidad, y además no hay necesidad de ello. Hoy, todas las investigación básicas sobre temas de desarrollo embrionario son fruto de trabajos experimentales realizados con animales, que nos ofrecen las mismas posibilidades de avanzar en el conocimiento, y no plantean problemas éticos. Pero, sobre todo, para las aplicaciones biomédicas y clínicas no hay por qué recurrir a las células madre embrionarias. Tras varios años de investigación, no han dado ningún resultado aceptable. La alternativa más eficaz son las llamadas células madre adultas, extraíbles de tejidos somáticos de los propios pacientes a tratar, ante un problema de un tejido deteriorado, y que por lo tanto no requieren el sacrificio de embriones.
Profesor Jouve de la Barreda
catedrático de Genética, de la Universidad de Alcalá
Adopcion Espiritual
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