Tenía 41 años, era dentista, estaba soltera y tenía la vida muy bien organizada cuando decidió adoptar un niño con síndrome de Down. Blanca pensó que se estaba complicando la vida con miles de asuntos que no tenían ninguna importancia: casa, perros, viajes, etc. La experiencia con Quique fue tan buena que después repitió 4 veces y ya tiene familia numerosa.
Por Esther Losana
Alba
08/03/05, 12.08 horas
Blanca Sobrini es la mayor de 10 hermanos de una familia acomodada de la segunda mitad del siglo pasado. Estudió Medicina y después se especializó en Pediatría. Eso sí, aunque parezca algo increíble, dice que, como saben todos los que la conocen, no le gustan los niños.
“Me aburre soberanamente jugar con ellos, aunque adoptar cinco niños, es lo mejor que me ha pasado”, asegura. Después de Pediatría hizo Estomatología, a lo que se dedica desde hace 21 años.
Blanca afirma creció en una familia feliz, divertida y llena de actividades que o bien hacían todos juntos los fines de semana o se inventaba ella con sus hermanos. “Tengo un recuerdo maravilloso de ser tantos hermanos”, cuenta.
Cada vez que sus padres les daban la noticia de que venía un hermano en camino, en casa hacían una fiesta, se brindaba con champán y se ponía un biberón en la mesa.
Hoy dice que no hubiera podido formar una familia como la que tiene sin ayuda de la suya, que desde el principio la ha apoyado, y que la ayuda en todo: “Estoy segura de que si no hubiera sido por mis padres y el modo de educarnos, en la teoría de ‘comemos menos, pero comemos más’, mi vida hubiera transcurrido de otra manera”.
El hogar marca pautas. Su padre (la madre falleció antes de que Blanca adoptara) no escatima ningún esfuerzo para buscar ocasiones de celebrar lo que sea, y su casa es un punto de encuentro habitual para sus hijos y especialmente para sus nietos. Todos ellos lo llaman “Carlitos”.
El primer proceso de adopción empezó con 41 años, en 1995. “En aquella ocasión ya hacía tiempo que venía pensando en adoptar un niño, porque sentía que siendo soltera, casi sin darme cuenta, me estaba complicando la vida poco a poco con miles de asuntos, animales y cosas que no tenían -hoy lo veo todavía mucho más claro- ninguna importancia: casa, perros, viajes, etc.
En realidad - explica- supongo que, egoístamente, tenía claro que era la mejor manera de ser feliz: dando”.
Sin embargo, nunca llegaba el momento, porque Blanca pensaba “cuando termine de pagar la hipoteca.... Cuando se me aclare esta o aquella situación... Etc.” y en el fondo dice que también, seguramente, porque le daba miedo complicarse la vida.
“Tenía una vida resuelta y muy fácil, pero no era feliz. Un día, una amiga me comentó que había conocido de una manera casual a un niño de 2 años y medio que tenía síndrome de Down y que, probablemente por este motivo, estaba en un centro de acogida esperando ser adoptado. La verdad es que no lo pensé más, y en un mes tenía a Quique en casa en acogimiento preadoptivo.
En unos meses, ese niño tan sensible, cariñoso, adorable y especial me hizo madre”. La familia crece Cuando Blanca ya era madre, decidió ampliar la familia.
Empezó el proceso de adopción de dos niños más: “Quería que fueran dos para que no sintieran tan directamente el ‘dulce peso’ de tener un hermano con síndrome de Down.
En principio, mi solicitud a Rusia, país de origen de las niñas, fue de dos hermanos o hermanas. Me llevé una gran alegría -cuentacuando llegó la asignación de tres hermanas, de 10, 8 y 5 años.
Con mucha delicadeza, los psicólogos de la Comunidad de Madrid me insinuaron que, dadas mis circunstancias, podía negarme y seguir con el proceso de dos niños.
Yo les dije aquello de que ‘el hombre propone, la mujer dispone y Dios, en su infinita bondad y sabiduría, descompone’ y que en esta ocasión entendía que había descompuesto muy bien, por muchas razones”. Blanca pensó que el tiempo corría en contra de aquellas tres niñas, y el hecho de ser tres complicaba más su adopción.
“Para mí, siendo mujer, era más fácil educar niñas que niños, y además así Quique tendría 4 madres”, dice. Estas niñas la volvieron a hacer madre dos años y pico después que Quique.
Blanca recuerda perfectamente cómo fue la primera vez que vio a sus hijas: “El primer encuentro con ellas fue maravilloso. E
staba esperándolas en una especie de sala grande y algo oscura en el orfanato y aparecieron las tres juntas por una puerta y sin mirar a nadie de los que me acompañaban, como si me conocieran de toda la vida y volvieran de un viaje. Se abalanzaron hacia mí diciendo “mamá, mamá...” Así madre por quinta vez.
En esta ocasión de un recién nacido también con síndrome de Down. Ante este panorama, uno se pregunta cómo se llevarán estos hermanos tan distintos, fui madre por segunda, tercera y cuarta vez. Esto fue en septiembre de 1997”.
Con el paso del tiempo, fueron los niños los que querían tener más hermanitos, y ella seguía siendo soltera. Por ello decidió iniciar un nuevo proceso de adopción, en este caso también en la Comunidad de Madrid, y de otro niño con síndrome de Down.
Unos meses después, a principios de 2002, nació Gonzalo, y fue habiéndose conocido ya mayores. Por lo que dice Blanca, parece que mejor que muchos de la misma sangre.
“Los niños se adoran y sus hermanas los quieren y los valoran tanto -asegura- que en una ocasión, yendo al colegio en el coche, les dije que íbamos a rezar porque una amiga mía iba a tener ese día un niño prematuro después de 6 meses y medio de embarazo, y María, espontáneamente, exclamó: “¡Qué suerte, mamá, ojalá tenga síndrome de Down!”.
La perspectiva de la vida
Blanca ve las cosas muy distintas a como las veía cuando no tenía niños. Ahora no hace ni la mitad de las cosas que entonces le complicaban la vida. “Buscando en el baúl de los recuerdos, no sé dónde se me quedaron las inquietudes de entonces. Tenía que hacer cantidad de cosas ‘importantes’ y nunca tenía tiempo para nada”.
“Estoy muy contenta de aquel primer impulso que me llevó a sentirme comprometida con Quique cuando me hablaron de él y no me cambiaría por nadie, porque recibo tanto cariño que sé que ellos no me cambiarían por nadie”.
El largo proceso de adoptar un hijo en otro país
Adoptar un hijo de otro país es un proceso largo y a veces complicado en España. El Gobierno de la comunidad autónoma es el encargado de hacer el seguimiento oportuno para que se cumplan las obligaciones establecidas en el Convenio de La Haya de 1993, para la protección de menores y la cooperación en materia de adopción internacional.
Especialmente, tiene el deber de constatar que los futuros padres son adecuados para adoptar. Debe asegurarse de que han sido convenientemente asesorados y de que el menor ha sido o será autorizado a entrar o residir permanentemente en el país.
Para solicitar la Adopción Internacional, es necesario que cumplan los requisitos establecidos en el artículo 175 del Código Civil: ser mayor de 25 años y tener entre 14 y 40 años más que el adoptado.
Desde luego, no fue la comodidad lo que primó en la decisión de Blanca Sobrini. Aunque le costó dar el paso de dejar atrás su cómoda vida de soltera sin hijos, dice que, a pesar del reto, nunca se ha arrepentido de nada.
“El precio del esfuerzo es minímo y lo recibido a diario es un verdadero tesoro”, afirma. No se cambiaría por nadie. Según cuenta, cuando te lanzas, el tiempo siempre da la razón y confirma que vale la pena, aunque todo lo que vale cuesta.
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