| | MUTILADO. Oscar Kituyi recibió un pene «nuevo» el día de su décimo quinto cumpleaños. También le reconstruyeron la oreja y parte de su brazo. No así los testículos. Nunca podrá tener hijos./ VICENT BOSCH | | | Probablemente, Oscar Kituyi es el único ser humano del mundo que el día de su cumpleaños recibió como regalo un pene de carne y hueso. Fue el pasado 28 de enero, en la sala de operaciones del Centro de Rehabilitación de Levante (a las afueras de Valencia), cuando este joven keniano pasó nueve horas anestesiado. Cumplía 15 años.
No fue un experimento científico, ni un capricho del destino, ni una película de ciencia ficción. Por desgracia para él, el regalo respondía a la atrocidad que cometieron dos desconocidos en una carretera del Africa profunda donde vive: le castraron para convertir su miembro viril en una pócima con la que curar el sida. Así de duro. Así de cruel. Así de bárbaro.
Aquella mañana de abril del pasado año, Oscar volvía caminando hacia su aldea desde la escuela de Bungoma, una localidad de Kenia situada a apenas 10 kilómetros de la frontera con Uganda. El hambre apretaba como todos los días a esas horas. El muchacho sabía que al llegar a su choza apenas encontraría un poco de Nighali (maíz local) para comer, que tendría que lavar a su abuelo enfermo, que vería la cara de preocupación de su padre ante las estrecheces básicas de su familia y que se acordaría, como cada día desde que el sida se la llevó, de su mamá muerta hace ya tres años.
Por eso no pudo rechazar la oferta de ese extraño que le abordó en medio del camino preguntándole si quería ganar algún dinero trabajando. «Me acordé de mi familia, de mi papá y sus problemas y quise ayudarles. El hombre parecía simpático. No sospeché nada», recuerda Oscar con un hilo de voz, casi en monosílabos, hablando en inglés sentado en la cama del hospital valenciano donde se recupera.
Sin más preámbulos, el individuo paró un boda boda (un taxi-bicicleta, habituales en estos caminos rurales de Kenia) y se llevó a Oscar hasta su casa en el cercano pueblo de Kibachenje, donde se supone que debía trabajar. La hospitalidad africana se impuso sobre cualquier explicación y el dueño de la casa le ofreció al joven una taza de té (la bebida nacional, herencia de la colonia británica) mientras descansaba.
Apenas unos minutos después Oscar comenzó a marearse y se derrumbó sobre el suelo de tierra de la choza. Todavía estaba consciente cuando sintió cómo le cogían entre dos hombres, le sacaban de la construcción y lo llevaban hasta una cercana plantación de caña de azúcar. «Uno me agarraba con fuerza mientras el otro me bajó los pantalones. Entonces sacó un cuchillo y trató de cortarme la hombría. Resistí lo que pude pero no tenía fuerzas.Lo último que recuerdo fue un corte muy doloroso en mi oreja antes de desmayarme. Cuando me desperté, había unos perros lamiéndome las heridas», recuerda Oscar.
Aturdido, mareado, y casi moribundo, el joven se arrastró como pudo desde el cañaveral hasta el camino donde le recogió un camionero y lo llevó al hospital del distrito de Bungoma. Llegó sin oreja izquierda, sin testículos, sin pene y con grandes cortes en uno de sus brazos. Sobrevivió de milagro. Cuando recuperó la consciencia y comprendió su situación se quiso morir de verdad. Ya no era hombre, estaba deformado y su brazo inutilizado. Nunca más podría ayudar a su padre a ganar dinero...
Al volver la cabeza vio en el camastro vecino a otro niño con sus partes vendadas. Se miraron, se reconocieron como miembros de la misma tribu de los bukusu y comenzaron a hablar en su dialecto, el laya. «Hola, me llamo Philip Barasa, tengo 11 años, y a mí también me han quitado la hombría», le dijo su compañero de infortunio.
Philip le contó cómo unos días antes también se encontró con un extraño que le invitó a una taza de té cuando recorría, andando, los 35 kilómetros que separan la casa donde vivía con su hermana, en la aldea de Mumias, del hospital de Malakisi, donde su madre agoniza también a causa del VIH. Su padre murió hace tres años y por ser el menor de nueve hermanos, Philip tuvo que dejar entonces la escuela.
DROGA EN EL TÉ Fue en otra aldea, Kipchenje, cercana a la que visitó Oscar, donde el crío se desmayó instantáneamente bajo los efectos de la droga que contenía aquel té. «Cuando me desperté era de noche y estaba semienterrado en medio de una plantación de caña de azúcar. Sentí un dolor muy fuerte ahí abajo. Sangraba mucho.Conseguí arrastrarme a la aldea y me desmayé. Luego me desperté aquí...», contó Philip a su nuevo amigo.
Presenciando aquella conversación estaba un médico blanco ya jubilado, el cardiólogo canadiense Ken Jones, que mantiene el hospital de Bungoma, con más de 3.000 pacientes a su cargo, a través de la fundación que preside. El hombre, con una gran experiencia en Africa, llevaba años oyendo historias de este tipo pero nunca se había encontrado directamente con ninguna.
«Ésta es una zona especialmente pobre. La renta per cápita no pasa de los cuatro euros mensuales y el índice medio de sida es de un 30%, tres veces más del dato oficial que maneja el Gobierno.Hay zonas, como la que rodea al monte Elgon, que llega hasta el 84% por ser un lugar de paso de muchos camioneros. Es imposible encontrar a una familia que no haya perdido a alguno de sus miembros a causa de la pandemia. Por eso, la mayoría recurre a todo tipo de rituales para luchar contra la enfermedad. Y éste es uno de ellos: cortan el pene a un niño, lo dejan secar y después lo reducen a polvo para hacer una pócima que luego consumen con la creencia de que les va a curar», asegura Jones.
Hablamos con el médico en una impecable habitación del Centro de Rehabilitación de Levante donde acompaña a los pequeños desde que llegaron aquí a finales de enero. Un cúmulo de benditas casualidades hizo que Jones conociese al médico español Pedro Cavadas, de 39 años, especialista en cirugía reconstructiva, y que ha protagonizado alguno de los hitos más importantes en la historia de esta disciplina a nivel mundial.
El más notorio de ellos tuvo lugar el pasado año cuando consiguió que un brazo amputado se mantuviese vivo nueve días tras unirlo a la pierna del paciente, con las venas y arterias de ambas extremidades conectadas, hasta que el brazo fue reimplantado en el muñón.Hoy, aquel paciente, de nombre Israel, recupera poco a poco la movilidad en todos sus dedos.
«Siempre quise trabajar en Africa. Estuve un tiempo contactando con varios hospitales de todo el continente ofreciéndome para realizar este tipo de reconstrucciones totalmente gratis. Finalmente optamos por el Rift Valley Provincial General Hospital, ubicado en el distrito de Nakuru, en Kenia, al que pertenece Bungoma.Estuve allí dos semanas, en diciembre pasado, realicé 53 intervenciones, y me encontré con el caso de estos dos críos. Estaban en una situación lamentable: iban arrastrando una sonda que nadie les había cambiado en seis meses y dejando charcos de orina por todos sitios. Y como no teníamos condiciones para operarles allí, decidí traerlos a Valencia», asegura Cavadas, a quien este operativo le ha costado de su bolsillo unos 30.000 euros.
Así, a finales de enero, Oscar y Philip iniciaron la gran aventura de su vida. Por primera vez les hicieron una foto (la del pasaporte); por primera vez vieron y montaron en avión (el que les trajo a Europa); por primera vez tocaron la nieve (la que había en la escala que hicieron en Amsterdam); y, por primera vez tras su traumática experiencia, vieron el lado positivo de la especie humana cuando alguien ayuda al prójimo sin nada a cambio.
REIMPLANTACION El 26 de enero a Oscar le reimplantaron su pabellón auricular izquierdo, reconstruido con un segmento de cartílago de sus costillas, y le repararon su brazo dañado. Dos días después le reconstruyeron su pene con piel y segmentos óseos de su brazo sano. Al día siguiente le tocó el turno a Philip que también recibió un pene reconstruido del mismo modo. Según Cavadas, en medio año ambos habrán recuperado la sensibilidad en su sexo aunque Oscar no podrá concebir hijos al no tener testículos.
«Este tipo de operaciones no son una novedad porque son las mismas que se emplean en el cambio de sexo. Lo novedoso es, por desgracia, su historia vital. Oscar necesitará un suministro cíclico de hormonas para poder tener actividad sexual mientras que el caso de Philip es más sencillo. No tendrá problemas en el futuro.Cuando llegaron aquí apenas hablaban y no sonreían, lo que en un niño africano es decir mucho. Pero luego, cuando se vieron con su cosa ahí plantada se pusieron muy contentos. Incluso bromeaban entre ellos porque el tamaño es notablemente mayor al que les corresponde por su edad, porque este tipo de reimplantes no crecen al ritmo normal del resto del cuerpo de un crío. Y hay que diseñarlos entre un 60 y un 80% del tamaño que alcanzarán en la edad adulta», comenta el médico valenciano.
Acompañamos al doctor hasta la habitación 129 del hospital donde se recuperan los críos. Les encontramos sentados en sus camas, jugando con unos muñecotes que les acaban de regalar y oyendo música africana en un aparato de música que alguien también regaló a Oscar el día de su cumpleaños. Bailan, cantan, se ríen e, incluso, musitan un tímido hola en castellano ante la llegada de nuevos desconocidos.
Con ellos, además del doctor Jones, simpático y cariñoso como pocos, está también Carlos, un joven técnico que perdió tres dedos trabajando con una máquina. Se los han reimplantado y le acaban de dar el alta. Ha querido pasar a despedirse antes de volver a su vida. Les ha regalado unas camisetas del equipo de fútbol del Valencia del que Oscar y Philip ya son forofos. Incluso ya han recibido una invitación para ir al campo la semana que viene para presenciar un partido en directo.
Mientras, en Kenia, dos hombres han sido arrestados como sospechosos del delito y puestos a disposición judicial, según el portavoz de la Policía, Jesper Ombati, que añadió que es probable que Philip y Oscar deban hacer una ronda de reconocimiento cuando regresen de España.
NUNCA VISTO Es la primera vez que en Kenia se produce un suceso como éste.Peleas y drogas han estado detrás de algún caso en el que un adulto ha visto sus genitales cortados, pero nunca había ocurrido con niños.
La noticia impresionó lo suficiente al ministro keniano de Comercio e Industria, Mukhisa Kituyi: «Para mí fue un shock, nunca había oído una cosa así, no podría creer que un adulto fuera capaz de hacerle algo tan brutal a un niño». La pregunta, ahora, es saber si este tipo de rituales son comunes en esta zona de Africa y si estamos hablando de una mafia organizada que se dedica a amputar penes a los niños para vender pócimas contra el sida.
Samuel Mwangi, del Centro de Investigación de Conocimientos Indígenas de Kenia, afirma que lo ocurrido «no forma parte de ninguna tradición cultural. Hay costumbres africanas que implican la resistencia al dolor o la presencia de sangre, que se bebe o, en el caso de la circuncisión de niños, se derrama, pero este suceso parece más bien la obra de un psicópata». El investigador cree que en el ataque a los niños pueden haber influido «teorías cristiano-satánicas que entraron a Kenia en los años cincuenta, y que ahora seguramente se mezclan con rumorología sobre el sida».
La ritualística envuelve la lucha cotidiana de los africanos contra la pandemia. En Sudáfrica, uno de los países más afectados, el 20% de las violaciones denunciadas se cometen sobre menores de 11 años. Las autoridades las achacan a la creencia de que mantener relaciones sexuales con una virgen protegerá al varón contra la enfermedad. En otros países se usa el semen de la primera masturbación de un adolescente como remedio o se bebe la sangre caliente de un mono.
Ajenos a todo esto, Oscar y Philip resucitan día a día en su habitación del hospital. Las enfermeras dicen que continuamente intentan hacer el trueque con ellas, algo que los africanos llevan en la sangre desde hace generaciones. Les gusta el arroz (no la paella) y prefieren la carne de pollo. Les preguntamos si quieren volver a su casa. «Sí, pero no mañana», dice Oscar en inglés, tratando de ocultar su lado izquierdo de la cara, el más dañado. A su lado, Philip ríe de oreja a oreja. Sus enormes ojos brillan como tizones. Ahora ya vuelve a ser un niño africano, de esos que ríen porque recuperó la hombría que otros le quitaron...
http://www.elmundo.es/cronica/2005/488/1108854002.html Con información de I. Cremades (Nairobi).
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