20 diciembre 2004

¡Dios me perdone!

En un testimonio a la emisora radial Rainha da Paz, un médico brasileño que efectuó abortos durante años, relató su dolorosa e intensa experiencia de conversión, iniciada tras la muerte de su hija.

El médico comentó que es el único hijo varón de una familia humilde, del interior de Minas, y que con «sacrificio y unión» fue el único que tuvo la oportunidad de estudiar, «pues mis hermanas no terminaron la enseñanza Secundaria».

«Mi madre era una simple costurera que trabajaba hasta las madrugadas para ayudar a mi padre. Mi padre era un guardia nocturno. Por eso se pueden imaginar el sacrificio que hicieron para tener un hijo médico. Luego escogí la ginecología y la obstetricia», afirmó.

«Al afrontar las dificultades con las que me encontraba como médico recién formado, choqué con la realidad de lo que es mi profesión. En un largo tiempo los médicos se vuelven ricos, y yo quería más, quería enriquecerme y tener más dinero. Fue así como violé el juramento que hice cuando me formaba para dar la vida, para salvar la vida. Ayudé a muchos niños a venir al mundo, pero también a muchos de ellos no les permití nacer y me enriquecí escondido tras la máscara de la vitalidad», agregó el médico.

«Puse un consultorio que, en poco tiempo, se convirtió en el más visitado de la región. ¿Y saben qué es lo que hacía?: abortos. Y como todos los que cometen el crimen, me decía a mí mismo que todas las mujeres tienen el derecho de escoger, y que era mejor que fuesen ayudadas por un médico para no correr los riesgos de ir a una clínica clandestina donde los índices de muertes son alarmantes».

«Y fue así, en un ciego e inhumano oficio, como construí una familia con muchos bienes, muy rica y que nada le faltaba. Mis padres murieron con la ilusión de que su hijo era un doctor bien logrado, exitoso. Crié a mis hijas con el dinero manchado con la sangre de inocentes, y fui el más despreciable de los seres humanos. Mis manos, que debieron ser bendecidas para la vida, trabajaron para la muerte», agregó.

Entrando al tema de su conversión, el médico explicó emocionado que «sólo paré cuando Dios, en su infinita sabiduría, rasgó mi conciencia e hizo sangrar a mi corazón con la misma sangre de todos los inocentes que no dejé nacer. Mi hija menor, Leticia, dejó de respirar por una infección generalizada, tras haberse sometido a un aborto. Ella, de 23 años de edad, estaba embarazada y buscó el mismo camino de tantas otras que me fueron a buscar: el camino del aborto. Y sólo supe de esto cuando ya nada se podía hacer».

«Al lado del lecho de muerte de mi hija, vi las lágrimas de todos esos angelitos a los que yo maté. Mientras ella esperaba la muerte, yo agonizaba junto a ella. Fueron seis días de sufrimiento para que, en el séptimo día, ella partiese hacia el encuentro con su hijo, al cual un médico asesino le impidió nacer», comentó.

«Cansado por las noches que pasé al lado de mi hija, yo soñé que andaba por un lugar absolutamente oscuro y muy húmedo, en el que quería respirar, pero no podía; yo quería salir desesperadamente, pero fui envuelto por un lugar en donde el estruendo te dejaba atónito.

Eran los llantos dolidos de los niños que en mi pensamiento, como si un rayo me cortase por la mitad, veía en mi entendimiento: los llantos eran de dolor, eran los lamentos de los angelitos a los que yo no dejé nacer. Era la triste consecuencia de mis actos sin pensar, esos llantos que gritaban ¡Asesino! ¡Asesino!», afirmó el médico.

«Asustado, para salir de aquel lugar, pasé mi mano por mi rostro para secar mi sudor, ¡y mis manos se mancharon de sangre! Aterrorizado, grité con toda la fuerza que me quedaba una petición de perdón: ¡Dios me perdone! Sólo así logré respirar nuevamente y me acordé que era tiempo de acoger y valorar el último respiro de mi hija, que murió por las consecuencias de la infección que le produjo el aborto. Yo sé eso a través de mi sueño».

El médico comentó que «Dios me hizo entender que, a partir del momento de la fecundación del óvulo, existe vida, por lo que entendí que soy un asesino. No sé si algún día Dios me va a perdonar, pero, para restar mi culpa y mi dolor, vendí mi consultorio y todos los bienes que conseguí con la práctica del aborto, y con ese dinero construí una casa de amparo para madres solteras, y me dedico hoy a atender y practicar ¡una medicina de verdad!»

Hoy soy médico de los pobres, de los desamparados y desvalidos, y los niños que vienen al mundo a través de mis manos son hijos que adopto, pues sé que tengo una sola misión: traer la vida al mundo y dar condiciones para que los niños tengan un lugar feliz donde el padre es Jesús. Recen por mí, recen para que Dios tenga piedad de mí y me perdone, porque tengo la seguridad de que participaré del juicio final», concluyó.

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