El embrión ya pasó de la fase de impaciente a la fase de asustado, al principio eran los investigadores impacientes, y eso era preocupante; ahora son los políticos los que han convertido al embrión en un problema público, y, caro embrión, ahora ya lo tenemos más difícil, y eso que eres un embrión humano. En sus Bienaventuranzas desde la Torre, Tomás Moro decía: «Bienaventurados los que saben reconocer a Dios en todos los hombres, habrán encontrado la verdadera luz y la auténtica sabiduría; bienaventurados los que saben distinguir una montaña de una piedra, porque se evitarán muchos inconvenientes». Como todos nos vamos a morir ya te saludaremos, lo que no sé es lo que te dirán, bueno, no te dirán nada, les dirán. Por muy noble que sea el fin perseguido, es inaceptable moralmente la producción, manipulación y destrucción de embriones humanos. Nunca se puede instrumentalizar al ser humano. La ciencia y la técnica requieren la ética para no degradar sino promover la dignidad humana. Descongelar los embriones sobrantes para reanimarlos y luego quitarles la vida en la obtención de sus células madre como material de experimentación es una acción gravemente ilícita que no puede ser justificada por ninguna finalidad supuestamente terapéutica.
La directora de la cátedra de la Unesco, María Dolores Vila-Coro, dice que si no hubiera verdades objetivas, si no existieren unos puntos de vista comunes para los investigadores, ¿cómo sería posible la ciencia? Y, ¿cómo sería posible promulgar unas leyes que no tuvieran como referente unos valores y principios que todo el mundo entiende y comparte? Si cada uno se guiara por su propia conciencia viviríamos en un caos donde la convivencia sería imposible. Una filósofa que se dedica a la bioética ha llegado a proponer que se adopte una «ética de mínimos»: un conjunto de normas morales que todos estuvieran dispuestos a cumplir. Eso significa salirse de la filosofía, concretamente de la ética, para invadir el campo del Derecho. Lo que propone esta filosofía es lo que sucede en los parlamentos, cuando los partidos en el poder no tienen mayoría y si ven obligados a negociar con otros partidos para promulgar una leyes que todos estén dispuestos a cumplir. Pero esto es inadmisible en el caso de la ética porque mi conciencia depende de que yo cumpla o no cumpla una ley moral, pero no puedo decidir a mi antojo sobre el bien y el mal. Las leyes morales son comunes a todos los pueblos de la Tierra: en todas las culturas matar, robar y mentir son delitos que se han rechazado; las culturas que no las respetan se degradan y termina imperando en ellas el sálvese quien pueda.
Como decía Einstein, en caso de duda olvidar la ciencia y recordar nuestra humanidad. En relación a los embriones congelados, hay tres términos, según la doctora López Moratalla, con diferente carga emotiva para el mismo hecho: «Producir embriones para...». Uno, el producir por fecundación in vitro sólo para investigar, nos lleva a corear ¿no hace falta ese despilfarro humano, tenemos muchos congelados! El segundo, usar los embriones excedentes que están congelados y sobran en las clínicas de fecundación in vitro para investigar nos lleva rápidamente a gritar ¿qué crueldad negarse a que se usen para una investigación tan prometedora si se van a destruir cuando pase el plazo legal de cinco años! El tercero, producir abundantes embriones aprovechando los óvulos comprados -eso sí, a precio simbólico- a jóvenes chicas donantes para producir embriones y de este modo agilizar las largas colas de espera de las clínicas de fecundación asistida, se acompaña de un ¿hay que fomentar la donación solidaria! En qué quedamos: ¿sobran o faltan embriones humanos? Más aún, si es que sobran, ¿por qué no dar permisos y fondos monetarios para que los investigadores experimenten con ellos? La sola idea de una vidas humanas excedentes, formando parte de un lote que sobra y uno no sabe como quitárselo de encima de una forma ética y digna, sugiere muchas razones para tomar la resolución de no producir más embriones que los que van a poder anidar en la madre y llegar a nacer y vivir. De evitar que sobren, legislando y modificando leyes es la forma para garantizarlo.
Vidas humanas «como medio para» por muy noble que sea el fin, no parece buen método médico. Es conocido de todos que en pro de alcanzar una eficacia respetable de las técnicas de fecundación asistida se ha generalizado, y legalizado en países como el nuestro, inducir a la que desea ser madre una multiovulación: se le provoca que madures varios óvulos en un solo ciclo. Es una forma menos molesta para ella ya que en la misma intervención se le toman varios óvulos; después se fecundan, se dejan desarrollarse unos días y se transfieren unos pocos de los embriones al útero para que uno de ellos con la cooperación del resto pueda anidar y el resto se congelan. Ese resto pasa a ser sobrante si la primera transferencia embrionario tiene éxito y llega a nacer un bebé. La recomendación médica de los investigadores es obvia y lo hacen decididamente: no producir múltiples óvulos, sacar uno, o dos, que maduran en un ciclo normal. Esto es, es la ciencia, no sólo la ética, la que indica la conveniencia de que no sobren embriones.
Una cosa es lo práctico y otra es la ética, y el ideal ético es el respeto a nuestros semejantes y, por supuesto, a la no experimentación con ellos. Bienaventurados los que saben mirar sabiamente a las cosas pequeñas y tranquilamente a las importantes, llegarán lejos en la vida.
Agustín Villanueva es profesor de Economía Aplicada de la UMH.
AGUSTÍN VILLANUEVA
09 diciembre 2004
El embrión acongojado
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