18 diciembre 2004

Ese niño gritará

ESTEBAN GRECIET

Ese niño que está a punto de ser sacrificado gritará al nacer, lo han repetido ayer los ginecólogos. Pero su grito, al salir al aire y a la luz de la vida, será a la vez un estertor de muerte. Si se perpetra el infanticidio, yo sólo pido que el acto de su ejecución sea televisado en directo, con sonido real. O, en otro caso, grabado en vídeo para ser emitido después, en horario de máxima audiencia, a través del canal cultural de Televisión Española (la Dos, que nos ilustra de que es delito matar ciertos lagartos en Canarias), pues si la intervención es conveniente también será ejemplar. Por lo menos, que nos enseñen fotos del pequeño cadáver antes de ser tirado la basura.

Sí, ese pequeño gritará al nacer, si no lo matan antes, y yo deseo estremecerme con su voz de estreno. Porque ese niño es un ser vivo, un ser humano, con su cerebro y su corazón, sensible al placer y al dolor, con código genético y huellas digitales. Pero ese niño irrepetible ha sido destinado a ser cruelmente eliminado por un equipo médico y en un quirófano, trasunto de los hechiceros que en la cumbre de una pirámide sacrificaban niños a los dioses.

No quieren aceptar que ese niño que espera su sentencia, en un seno materno convertido en corredor de la muerte, supondría la mejor terapia para una joven madre que lo desea conservar. Si es abortado por la simple sospecha de malformación, el argumento nos recuerda, inevitablemente, planteamientos nazis; si, en cambio, nace sin problemas de salud, ya más que superado el plazo legal, ¿qué otro argumento vale?... «Matar a ese niño es una barbaridad», lo han dicho los doctores.

No hay duda de que siempre habrá un centro «de salud» dispuesto a cometer esa barbaridad. Una clínica de Barcelona acepta «interrumpir» embarazos de más de 24 semanas. Médicos catalanes han declarado («ABC», 12 de octubre de 2004) que en España es posible abortar hasta los nueve meses, dinero por medio. Un barco abortista holandés que merodeó cerca de nuestras aguas, y fue expulsado por los portugueses, ofrecía sus servicios ilegales. He leído que en este caso los pequeños abortados son arrojados al mar para ser pasto de los tiburones ¿Y qué hacen con ellos en Madrid, donde parece que será consumada la barbarie?

En cualquier caso, si es así, si el fiscal no actúa a tiempo ni es aceptada una de las muchas ofertas de acoger al niño, nos hurtarán la escena de un paritorio convertido en patíbulo. Tampoco escucharemos el grito desgarrado de la criatura, primer y último llanto de una vida incipiente.

Es igual: siempre resonará el grito silencioso, el mismo que sirviera de alegato por la vida al doctor Nathanson, el médico abortista que algún día cayó en la cuenta de lo que estaba haciendo. Un grito, en fin, que será tanto como una denuncia contra esta sociedad indiferente, vacía de sentimientos y de humanidad.

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