20 enero 2005

Discriminaciones ocultas: Contra los discapacitados no nacidos

Yo no desearía vivir en un mundo donde sólo tenga cabida el ciudadano sano, rápido, bello y exitoso.


En muchos países europeos, cabe la posibilidad de interrumpir el proceso de gestación dentro del marco legal amparándose en el supuesto de que el nasciturus sufra anomalías congénitas. A través de un diagnóstico prenatal o preimplantatorio, en el caso de óvulos fecundados artificialmente, puede detectarse, en las primeras fases del proceso de gestación, si el embrión padece algún tipo de anomalía o tara genética.

Esta posibilidad legal abre las puertas a lo que algunos bioeticistas denominan la eugenesia liberal, pues no se trata de una eugenesia estatal, pensada y articulada desde el Estado, sino llevada a cabo privadamente por los padres a partir de una decisión personal. Este supuesto de interrupción del embarazo no es precisamente el más invocado para justificar el aborto, pero se plantea cada vez con más frecuencia. De hecho, algunos analistas franceses ponen de relieve que el número de personas con síndrome de Down que nacen en Francia está disminuyendo progresivamente y no precisamente porque no sean concebidos con esta patología, sino porque sus progenitores toman la decisión de interrumpir el proceso que haría posible su nacimiento.

Naturalmente que, en la toma de esta decisión influyen muchos factores que no puede abordarse en un artículo de estas dimensiones, pero uno de los motivos más habituales que se aduce reside en la dificultad que significa educar y acompañar en el desarrollo a una persona de dichas características. Se parte de la idea de que vivimos en un mundo hostil, competitivo y darwinista, donde sólo los mejores y los mejor dotados tendrán un lugar en la sociedad. Partiendo de esta visión de la realidad que, en cierto modo, no es totalmente disparatada, se lleva a comprender la eugenesia liberal como un acto de compasión con respeto al que nacerá.

En un marco caracterizado de esta forma, no cabe duda que el nacimiento de una persona vulnerable o, cuanto menos, que presente una fragilidad constitutiva superior a los otros, resulta muy difícil de sobrellevar y de encauzar. Además, existen múltiples dificultades de orden social, económico y educativo y eso a pesar de todos los esfuerzos de normalización y de integración que se está llevando a cabo desde hace ya algunas décadas en lo que respecta al colectivo de discapacitados físicos y psíquicos.

No resulta nada fácil enjuiciar la angustiosa decisión que toman unos padres en tal circunstancia. Me parece que cada cual debe enfrentarse a su propia consciencia y tomar la opción que considere más adecuada, pero sí que resulta fundamental, tener en cuenta algunas consideraciones cuando se plantea esta decisión, pues, desde mi punto de vista, interrumpir el proceso de gestación de un no nacido por el mero hecho de padecer una enfermedad congénita supone una forma de discriminación que, calificaría de oculta, porque ciertamente, no se visibiliza en el entorno social, pero no por ello, es menos grave que otras formas de discriminación que se detectan y se denuncian. En cierto modo, es más grave, porque el sujeto discriminado ni siquiera tiene voz para poder manifestar el agravio y la injusticia que sufre. Y no puede hacerlo, porque, simplemente, no se le da la oportunidad de vivir.

No cabe la menor duda que uno de los valores fundamentales que integran la ética de la Modernidad, además, del valor libertad, lo constituye el valor igualdad. Si uno reconoce que el nasciturus es un ser que tiene estatuto ético y jurídico de persona, no cabe duda que la negación del derecho a la vida por el simple hecho de sufrir una patología congénita que le indispone a vivir como los otros, constituye un grave atentado contra uno de los valores fundamentales de la civilización occidental que es la igualdad, valor que ya está presente en la ética estoica, en la cristiana y posteriormente, en el espíritu y la letra de las grandes declaraciones de derechos y de constituciones democráticas. También en la futura constitución europea que se aprobará en nuestro país. Evidentemente, el debate radica en precisar, si ese ser tiene el estatuto ético-jurídico de persona, porque en el caso que se le reconozca, no existen motivos, ni justificaciones para cometer tal injusticia.

Una segunda consideración. El hecho de que unos padres decidan no tener a ese hijo que sufre una determinada enfermedad congénita tiene que ver, evidentemente, con los entornos sociales, económicos y con el sistema de valores sociales donde estamos ubicados. Existen entornos áridos y selectivos, donde se castiga la fragilidad y donde, raramente se tolera con algunas salvedades. Pero también existe la posibilidad de imaginar entornos sociales, culturales y económicos donde uno sea acogido tal como es, donde uno sea respetado por el mero hecho de ser persona.

Una política genuinamente social es la que protege a los grupos más vulnerables de la sociedad, a los que quedan al margen del trepidante ritmo que impone la maquinaria neoliberal y que articula sistemas de ayuda y de protección a esas personas que asumen el reto de cuidar a un ser humano que carece de unas determinadas propiedades, pero que, en cuanto tal, es un ser humano tan digno como cualquier otro. Se debe afirmar que, en muchas circunstancias, el entorno hostil, el desamparo, la soledad, la falta de ayuda y de protección, la dejadez del Estado y de la sociedad civil tiene como consecuencia esa forma de discriminación social.

Yo no desearía vivir en un mundo donde sólo tenga cabida el ciudadano sano, rápido, bello y exitoso. Me gustaría que en ese mundo que construimos hubiere lugar para los que padecen alguna forma de enfermedad. En este sentido, no puede imputarse toda la responsabilidad de tal decisión a los progenitores que la toman, sino también a la sociedad, al Estado y al entorno, pues puede resultar tan hostil y tan árido que, al final, uno se vea llamado a interrumpir dicho proceso porque no tiene el suficiente coraje para enfrentarse solitariamente a él.

Los padres tenemos el deber de ser responsables y de amar a nuestros hijos tal y como son, incondicionalmente, pero no se nos puede exigir, siempre y en cualquier circunstancia, el heroísmo. El drama no radica en el hecho de que una persona nazca con una discapacidad, sino que el drama consiste en que, para poder acogerle, cuidar de él y potenciar su autonomía, uno se tenga que convertir en un héroe, en una especie de superhombre, que deba de enfrentarse a infinitas barreras, visibles e invisibles.

Francesc Torralba Roselló

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