El fantasma de SachsenhausenUna exposición en el campo de concentración de Sachsenhausen (Alemania) muestra ahora cómo el progreso médico cabalgó sobre la deshumanización ante la avidez y el poder científico en el III ReichBERLIN.«Esto era uno de los quirófanos más modernos de su tiempo, pero no se hizo para curar a nadie», muestra la comisaria de una exposición única, descorazonadora, de la que se sale con un intenso frío. Mengeles hubo muchísimos, ambiciosos, amorales, con la soberbia que da el respaldo de la ciencia, como lo han atestiguado historiadores como Ernst Klee, Martin Lugmayr o la doctora Astrid Ley, que dirige esta exposición. «Un capítulo poco estudiado sale a la luz», dice Günter Morsch, que está al frente del complejo conmemorativo del campo de concentración de Sachsenhausen, a 42 kilómetros de Berlín, uno de los cuatro primeros campos, levantado con la llegada misma del partido nazi al poder en 1933. Tan poco estudiado que hasta hace poco la ciencia alemana se cuidó mucho de ocultar el destino posterior a 1945 de muchos de los experimentos y grandes nombres que abusaron de la rebaja moral del nazismo, como ha revelado Ernst Klee en «Los médicos del Reich» y «Eutanasia: La aniquilación de vidas indignas».
Más tarde, en «Qué hicieron, quiénes fueron», apuntó sobre médicos, juristas y profesionales implicados en dar cobertura a la experimentación y el exterminio conocido como programa T4. Entre 20 y 30 experimentos fueron desarrollados en la Enfermería de Sachsenhausen, entre 1936 y 1945, por cuenta de las mayores instituciones científicas de Alemania, que entonces figuraba a la cabeza de la ciencia mundial: la Sociedad Max Planck o el Instituto de Psiquiatría de Viena, el Instituto de Antropología, Genética y Eugenesia Kaiser Wilhelm, al que Ernst Klee considera como «el centro de gravedad científico del programa nazi de la Higiene Racial». «Medicina y Crimen» La antigua sección de patología y la morgue son sobrecogedoramente parte de esta exposición montada con un millar de documentos y sobre 800 m2 del barracón original de la Enfermería: «Aquí estaba el quirófano», donde tantas veces se extraían órganos en vivo, muestra la comisaria Astrid Ley.
La exposición «Medicina y Crimen» examina los ángulos de la colaboración entre ciencia, deshumanización de la persona y política, desde la asistencia médica y farmacéutica a las investigaciones y experimentos con prisioneros de campos de concentración, hasta el exterminio de pacientes y, posteriormente, de personas consideradas como lastres o indeseables, fuese por el gasto que ocasionaban a la administración o por su origen o su orientación política, sexual o religiosa. En febrero de 1945, cuando el Ejército Rojo alcanzaba el Oder, a 80 kilómetros de Berlín, los médicos de la SS seguían ejecutando pacientes e impedidos, explica la comisaria. «Los que quedaban estaban hacinados, tres en cada cama». Una parte está dedicada a políticos y conjurados del atentado contra Hitler de 1944, trasladados aquí para los infaustos interrogatorios de la SS; otra, al programa de investigación sobre el pueblo gitano, a cargo del afamado Ritter Institut, que sirvió para justificar científicamente el exterminio de esta etnia, así como la eutanasia de enfermos y la castración y esterilización de detenidos con distintas dolencias o anormalidades. Dibujos de la enfermería realizados por prisioneros atestiguan la sospecha de lo que tras sus muros sucedía.
«No sólo los nazis utilizaron a los científicos, sobre todo éstos usaron a los nazis» para violar preceptos profesionales, decía este experto en la presentación de su libro «La medicina alemana en el III Reich», donde traza la inverosímil carrera, «antes y después de 1945», de unos 750 médicos, algunos incluso premio Nobel. Así, la genetista Karin Magnussen contó para sus experimentos con el beneficio de cientos de ojos provenientes de ejecutados en los campos de Auschwitz-Birkenau, que le enviaba el propio Josef Mengele. El director del Instituto Kaiser Wilhelm, Otmar von Verschuer, cuyo asistente había sido Mengele, obtendría irónicamente en 1951 la primera cátedra alemana de Genética Humana; y el premio Nobel de 1939 Adolf Butenandt, el fisiólogo Heinrich Kraut, el doctor Siegfried Kreff o Julius Hallervorden, que se hizo una colección particular de cerebros de niños minusválidos para sus investigaciones. Sobre la inmoralidad de lo que allí sucedía habla el sistema de fachadas con que la SS embellecía hacia afuera sus programas. Además de investigadores extranjeros, a la parte visible de la clínica fue invitada incluso la prensa foránea. La medicina que allí se ejercía consistía esencialmente en «ejecución de enfermos y experimentos médicos» con seres humanos, según los organizadores. Para los presos sólo había un mínimo tratamiento para prevenir epidemias y mantener la fuerza de trabajo, mientras enfermos y discapacitados eran seleccionados para las cámaras de gas o experimentaciones médicas.
Miles de detenidos murieron a resultas de prácticas médicas indecorosas, justificadas por mor del progreso científico. Abandono de la ética médica La recolectada biografía de cuatro prominentes científicos implicados en los crímenes revela la tipología de quienes abandonaban toda ética médica, «esencialmente científicos ambiciosos y aprovechados, antisemitas o simplemente sádicos». Saul Oren, que entonces tenía 14 años, recuerda que «cada día temblábamos ante el examen de los médicos».
En Sachsenhausen el frío Dr. Ehrsam fue el iniciador, y era conocido entre los presos como «Dr. Grausam» (brutal) por realizar amputaciones sin motivo alguno; en 1938 fue sustituido por el Dr. Jung, que en el crudo invierno de aquel año realizó sus experimentos sobre la capacidad del ser humano, sus tejidos y órganos para soportar la congelación; luego vinieron el Dr. Schmitz I, el Dr. Ortsmann, el Dr. Schmitz II, quien inoculaba tifus, tuberculosis y bacterias y venenos para probar antídotos; y los doctores Enbisch, Günther, Hempel, Horst, Winkelmann, Lucas, Hattler, Frohwein, quien experimentó infecciones urinarias en las vejigas de los presos y publicó en «Der Chirurg» sus resultados, tal como denuncia en la exposición Witold Zegarski, una de sus víctimas. Y los médicos Rein, Lewe, Baumkotter, Schulz y Mutig, quienes entre otras cosas probaron munición sobre los prisioneros, granadas químicas y de fragmentación, balas explosivas, venenosas o que contagiaban hepatitis, septicemia, tuberculosis y tifus, o cargaban el proyectil con preparados para ralentizar el funcionamiento del corazón o crear insomnio. Aquí realizaron los científicos de la SS las pruebas con gas monóxido y Zyclon B, entre otros, que los médicos tenían que observar hasta establecer que producía «muerte no sangrienta en 3 a 15 minutos». En los últimos días, aún 550 enfermos fueron trasladados a Bernburg y Pirna y gaseados.
A la inauguración han asistido algunos supervivientes, acompañados por la ministra de Sanidad y el presidente del Consejo Central de los Gitanos y Zíngaros, Romani Rose. «Muchos de los que aún viven han cedido documentos y pruebas de su peripecia», dice Ley. Un superviviente, presente en la inauguración, dijo que siempre fueron «conscientes de que al final nos matarían a todos para no dejar testigos». Los barracones RI y RII de la Enfermería han sido restaurados, y formaban parte importante en la red de experimentos médicos del nacional-socialismo y su programa sobre la «mejora de la salud del pueblo» alemán y el descarte de «vidas indignas». Durante décadas, el pueblo de Oranienburg, del que forma parte Sachsenhausen, intentó ignorar el campo de concentración en el que habían trabajado muchos de sus vecinos.
Ha habido que realizar una exposición especial para abrir los ojos a los propios habitantes sobre el fantasma con el que conviven, reconoce el alcalde Hans Joachim Läsicke: «Ahora todos lo saben, más vale tarde que nunca».
RAMIRO VILLAPADIERNA/
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