19 enero 2005

Texto íntegro de la homilía pronunciada en Villalegre (Avilés) en la Misa por los niños "no nacidos"

Somos unos grandes desconocedores de los designios de Dios y de los muchos misterios que rodean la vida de todos los seres de nuestro mundo. A lo largo de la historia de la humanidad hemos realizado grandes avances científicos que han mejorado nuestra calidad de vida y que nos han ayudado a conocernos más y mejor. Hemos ido venciendo a la enfermedad, al dolor y a todo lo que parecía que restaba un gramo de felicidad a la vida del ser humano. Pero, a pesar de todos los avances y de todos los esfuerzos científicos y técnicos realizados, los misterios de Dios y de la vida humana siguen sin poder ser descubiertos por entero.

Aunque sabemos que es algo efímero, que estamos en las manos de Dios y que nadie puede predecir con seguridad el numero de sus días, la Vida es lo mas hermoso que Dios nos da como todo un preámbulo de lo que en su día será la Felicidad, con mayúsculas, a la que nos llama. Dios nos da la vida para que la disfrutemos y también para que sea útil a los demás en la construcción del Reino. Pero la vida es suya, está en sus manos.

Cuando el ser humano, cegado muchas veces por todo el poder y la libertad que Dios le otorga, se considera capaz para poder decidir sobre la vida y la muerte, esta repitiendo, de forma actualizada, la secuencia del primer pecado de la humanidad: querer ser Dios.

Todos sabemos que en mayor o menor grado, con mas o menos suerte, siendo justa o injusta, la vida no es fácil. Conocemos los problemas sociales y económicos a los que muchas personas deben de enfrentarse en sus vidas. Somos conscientes de lo duro que es hacer frente a una vida en condiciones físicas, sociales y humanas que engendran gran dificultad. Pero nada de ello, por muy duro que sea, nos da la capacidad de poder decidir sobre la vida y la muerte. Todas las dificultades y las situaciones que complican la existencia de una vida nos piden solidaridad, ayuda, soluciones institucionales. Querer solucionar los problemas y las dificultades eliminando la vida es optar por el camino mas fácil, más cómodo pero, a la vez, menos humano.

Cuando una vida comienza, aunque suene a tópico, nadie puede saber que deparará a todos los que, en algún momento tengan contacto con ella. Hay detalles, momentos y acontecimientos que pueden hacer cambiar la vida de todo su entorno. No somos capaces de calibrar hasta que punto nuestra propia vida influye en la de los demás y de cómo Dios se manifiesta al ser humana a través de la vida de los demás.

Cuando alguien toma la decisión o colabora en que una vida no llegue a nacer priva, además al mundo de lo que esa vida podría aportar.
El mandamiento “No matarás” conjugado en positivo se traduce en “defenderás la vida”. Y al decir esto hablamos de defenderla en todos sus aspectos. Nadie es dueño de la vida de un ser humano, ni otra persona, ni una institución, ni la misma sociedad.

No es comprensible que alguien defiende la vida tan solo en algunos casos o en determinadas circunstancias. Tenemos que defender la vida frente a la pena de muerte, frente a la locura de cualquier guerra pero también ante la violencia silenciosa y a veces, curiosamente, tolerada de no dejar que una vida nazca.

Estamos dominados por el poderío de la apariencia, de la estética, de la perfección física y llegamos a creernos, incluso, con poder para decidir quienes, por ajustarse a ese patrón de belleza y perfección, deben de existir o quienes, por ser considerados inferiores e imperfectos, no tienen derecho a la vida. Una vez mas queremos ser dioses que, a su capricho, decidan lo que debe o no de existir.

Por nuestra fe sabemos también que por mucho que no les dejemos vivir o no puedan llegar disfrutar de nuestro mundo son un proyecto de Dios y forman parte de su Reino y de sus designios. Sabemos que en su misericordia y en su amor los acoge gustoso en su seno. Pero no podemos ignorar que una sociedad que limita la vida de los suyos, que criba la existencia de sus propios hijos, es una sociedad que tendrá que responder a la pregunta que nos persigue desde el principio de los tiempos, “¿dónde esta tu hermano?”.

No somos quienes para juzgar y mucho menos para condenar la vida o las decisiones de nadie. Eso también es cosa de Dios. Pero si sabemos que el camino de Dios es un camino de vida y no de muerte, de luz y no de tinieblas, de esperanza y no de desesperación.

Desde nuestra oración por y con los niños que un día pudieron ser y no fueron, pidamos al Señor que haga de nosotros instrumentos de vida. Sabemos que toda la inquietud y los esfuerzos por defender la vida un día descansarán en Él. Y oremos también para que acoja con amor, con ese amor especial que no tiene, a tantas vidas que nosotros no supimos, no quisimos o no pudimos acoger.

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